Entre las imágenes, los gustos, los comentarios y las discusiones de un grupo de cinéfilos.
domingo, 25 de diciembre de 2011
sábado, 24 de diciembre de 2011
Isabel Coixet entrevista a Wong Kar Wai: "(...) a mí me interesan los secretos, el misterio"
He aquí la entrevista que le hizo Isabel Coixet a Wong Kar Wai, encontrada en: http://www.clubcultura.com/clubcine/clubcineastas/isabelcoixet/vida2.htm. Interesantísima.
Durante años, desde que vi Chunking express, y después toda su filmografía, que, para variar, ha llegado tarde, poco y en desorden a nuestras pantallas, pensé que me gustaría hablar con Wong Kar-Wai (Sanghai, 1958), o al menos con el tipo irónico, tierno, melancólico, arriesgado, pensativo que sus películas dejan ver. Antes de la proyección de In the mood for love (Deseando amar), le digo con admiración que he visto todas sus películas y que me fascinan, y se muestra preocupado: "Es que ésta es muy diferente". Hoy, tras ver In the mood for love, se me antoja que la única entrevista posible con él es una especie de ceremonia zen, con mi cochambroso casete recogiendo hora y media de silencio, mientras los dos sorbemos té y miramos el fondo de nuestras tazas imaginando preguntas y respuestas que no se formulan. Pero no hay té, hay café, así que no me queda más remedio que preguntar, a sabiendas de que lo más importante (¿de qué oscuro y luminoso lugar nace esta misteriosa, bella, trágica, preciosa película?) se quedará por ahí, flotando.
ISABEL COIXET. ¿Por qué dijo que In the mood for love era tan diferente de sus otras películas? En Chunking express había una chica que invadía la habitación del policía, durmiendo en sus sábanas; en Fallen angels, un chico que invade los puestos del mercado por la noche; en In the mood for love, ella (Maggie Cheung) entra en la habitación de él (Tony Leung), en Singapur, para llevarse unas zapatillas.
WONG KAR WAI. Sí, claro, a lo mejor no es tan diferente, de hecho no lo es; uno siempre hace la misma película y habla de la misma clase de gente, la gente que mira por la ventana lo que hacen los demás, la gente que intenta robar algo de la vida de otras personas, para sentir que así algo suyo les pertenece.
ISABEL COIXET. La gente que está sola.
WONG KAR WAI. Sí, todos mis personajes están terriblemente solos.
ISABEL COIXET. Incluso cuando están rodeados de gente, como en Happy together o en In the mood for love.
WONG KAR WAI. Especialmente en estas dos películas.
ISABEL COIXET. Es que tengo la impresión de que sus personajes nunca salen de una única habitación, que todas las habitaciones que muestra son la misma, incluso el color de las paredes.
WONG KAR WAI. (Risas). Sí, es una de las desventajas de trabajar siempre con el mismo decorador [William Chang], que siempre acaba trayéndote lo que sabe que te gusta.
ISABEL COIXET. Y además es su montador.
WONG KAR WAI Sí, me tiene cogido; a veces le digo: oye, ¿no teníamos esta misma cama en Buenos Aires cuando rodamos Happy together? Y me mira asombrado: "Claro que sí", dice, "hay que reciclar las cosas". ¡Y me lo dice en Hong Kong! O a veces me enseña un cuadro o una falda para un personaje y me dice: "¿A que te suenan?". Volviendo a lo de la habitación, la verdad es que para mí todas las historias empiezan en una habitación, siempre hay una habitación con alguien sentado en la cama, fumando.
ISABEL COIXET. O comiendo.
WONG KAR WWAI. Sí, es algo que no veo en el cine occidental, a veces me parece que en las películas occidentales los personajes no comen nunca. Para mí es muy importante cómo se ganan la vida mis personajes, dónde viven, cómo duermen, lo que comen…
ISABEL COIXET. ¿Aunque sea una lata de piña caducada? [En Chunking express y en Fallen angels hay personajes obsesionados con las latas de piña caducadas].
WONG KAR WAI. [Risas]. Especialmente si es una lata de piña caducada, aunque la verdad es que yo odio la piña.
ISABEL COIXET. En los dos libros que Chris Doyle [director de fotografía] ha escrito sobre sus rodajes (Fallen angels, Happy together) parece que se entienden sin muchas palabras.
WONG KAR WAI. Bueno, Chris es muy hábil con las palabras, y en los libros todo parece muy fácil y glamouroso. Un rodaje nunca lo es, pero es cierto que, al cabo del tiempo de colaborar, ambos sabemos las cosas que detestamos el uno del otro y las que nos gustan. Hemos aprendido mucho juntos, y para mí, dada mi forma de trabajar, dado que empiezo siempre con una vaga y lejana idea de lo que voy a hacer, es importante tener gente a mi lado a la que no tenga que dar demasiadas explicaciones. Además, a mí no me gusta que la gente venga a verme a un rodaje, no me gusta que haya nada que me haga perder la concentración. Me gusta estar solo, necesito distanciarme de los demás. Chris siempre ha respetado eso.
ISABEL COIXET. ¿Y qué ha pasado en In the mood for love?
WONG KAR WAI. Bueno, Chris es ahora un director de fotografía muy ocupado, incluso ha dirigido un filme (Away with words), y bien… él empezó la película y un día vino a verme y me dijo que no podía respirar, que quería hacer otra cosa, que la película era demasiado estática para él; así que se fue y Mark Li, que había hecho conmigo Fallen angels, la terminó. No sé por qué, pero creo que se entendería bien con Chris Doyle.
ISABEL COIXET. No sé. A mí me gusta el lado estático de las cosas, también me gustaba muchísimo cómo utilizaba la cámara al hombro y el gran angular en las otras películas. Pero me parece magistral el lado quieto de ésta porque lo único que pueden hacer los personajes es estar quietos, ésa es su victoria. "No somos como ellos", dicen, como los amantes que nunca vemos.
WONG KAR WAI. Sí, quizá en esta película he llevado mi control del encuadre hasta el límite, quizá por eso Chris no podía respirar y probablemente ésta es la película donde he terminado con más preguntas todavía de las que tenía al empezar. Porque esas dos personas que se encuentran, cuyos respectivos cónyuges tienen un affaire, ¿se odian?, incluso cuando parece que se están acercando. A veces pienso que siguen odiándose porque cada uno le recuerda al otro lo que ha perdido, e incluso cuando parece que se están seduciendo hay un lado oscuro, de venganza, de resentimiento, y nunca sabemos, igual que ellos no saben cuándo los otros empezaron a engañarles, cuándo el amor nace entre ellos y cuántos sentimientos contradictorios hay en ese amor. No creo tener todavía una respuesta a todo eso.
ISABEL COIXET. Pero ésa es parte de la magia de la película, nunca sabemos a ciencia cierta qué clase de relación tienen, incluso hay momentos que todo parece una proyección; que en realidad los otros, sus cónyuges, no se conocen, aunque ellas lleven el mismo bolso y ellos la misma corbata, que ella lo está imaginando todo a partir de la doble relación que tiene su jefe.
WONG KAR WAI. [Risas]. Vaya, eso no se me había ocurrido… Pero, ¿por qué no?, eso es lo que me parece más interesante, que cada uno piense qué es lo que pasa, que cada uno encuentra sus propias respuestas, y el papel de un director no es proporcionar respuestas, al menos no es eso lo que me interesa, ya hay demasiados directores interesados en contar las cosas de manera que se entienda todo hasta la saciedad, hasta que no quede un resquicio de misterio, y a mí me interesan los secretos, el misterio.
ISABEL COIXET. Las dobles vidas.
WONG KAR WAI. Sí, las dobles vidas.
ISABEL COIXET. El otro día leí en una novela que en el momento en que uno tiene vida interior ya lleva una doble vida.
WONG KAR WAI. Es cierto, es totalmente cierto, por eso es importante trabajar con gente que te conozca de verdad, si no sería demasiado complicado. Cuando empecé In the mood for love, la historia era diferente. Fue William Chang, que me conoce muy bien, el que me dijo: ésta no es la historia que quieres contar, y empezamos a trabajar en otra dirección, pero del Hong Kong de los años sesenta ya no queda absolutamente nada, y sabíamos que iba a ser un rodaje complicado, quizá no tan complicado como terminó siendo.… Pero, en fin, complicarse la vida es parte de las razones por las que uno hace películas, ¿no?
ISABEL COIXET. Noooo, qué va; bueno, sí; y también uno hace películas para no terminar como el tipo al final de la suya susurrándole su historia a un agujero en la piedra, que me parece el final más abrumadoramente triste que una película pueda tener.
WONG KAR WAI. ¿Eso quiere decir que le gustó el final?
ISABEL COIXET. Eso quiere decir que le doy las gracias por hacer In the mood for love.
Durante años, desde que vi Chunking express, y después toda su filmografía, que, para variar, ha llegado tarde, poco y en desorden a nuestras pantallas, pensé que me gustaría hablar con Wong Kar-Wai (Sanghai, 1958), o al menos con el tipo irónico, tierno, melancólico, arriesgado, pensativo que sus películas dejan ver. Antes de la proyección de In the mood for love (Deseando amar), le digo con admiración que he visto todas sus películas y que me fascinan, y se muestra preocupado: "Es que ésta es muy diferente". Hoy, tras ver In the mood for love, se me antoja que la única entrevista posible con él es una especie de ceremonia zen, con mi cochambroso casete recogiendo hora y media de silencio, mientras los dos sorbemos té y miramos el fondo de nuestras tazas imaginando preguntas y respuestas que no se formulan. Pero no hay té, hay café, así que no me queda más remedio que preguntar, a sabiendas de que lo más importante (¿de qué oscuro y luminoso lugar nace esta misteriosa, bella, trágica, preciosa película?) se quedará por ahí, flotando.
ISABEL COIXET. ¿Por qué dijo que In the mood for love era tan diferente de sus otras películas? En Chunking express había una chica que invadía la habitación del policía, durmiendo en sus sábanas; en Fallen angels, un chico que invade los puestos del mercado por la noche; en In the mood for love, ella (Maggie Cheung) entra en la habitación de él (Tony Leung), en Singapur, para llevarse unas zapatillas.
WONG KAR WAI. Sí, claro, a lo mejor no es tan diferente, de hecho no lo es; uno siempre hace la misma película y habla de la misma clase de gente, la gente que mira por la ventana lo que hacen los demás, la gente que intenta robar algo de la vida de otras personas, para sentir que así algo suyo les pertenece.
ISABEL COIXET. La gente que está sola.
WONG KAR WAI. Sí, todos mis personajes están terriblemente solos.
ISABEL COIXET. Incluso cuando están rodeados de gente, como en Happy together o en In the mood for love.
WONG KAR WAI. Especialmente en estas dos películas.
ISABEL COIXET. Es que tengo la impresión de que sus personajes nunca salen de una única habitación, que todas las habitaciones que muestra son la misma, incluso el color de las paredes.
WONG KAR WAI. (Risas). Sí, es una de las desventajas de trabajar siempre con el mismo decorador [William Chang], que siempre acaba trayéndote lo que sabe que te gusta.
ISABEL COIXET. Y además es su montador.
WONG KAR WAI Sí, me tiene cogido; a veces le digo: oye, ¿no teníamos esta misma cama en Buenos Aires cuando rodamos Happy together? Y me mira asombrado: "Claro que sí", dice, "hay que reciclar las cosas". ¡Y me lo dice en Hong Kong! O a veces me enseña un cuadro o una falda para un personaje y me dice: "¿A que te suenan?". Volviendo a lo de la habitación, la verdad es que para mí todas las historias empiezan en una habitación, siempre hay una habitación con alguien sentado en la cama, fumando.
ISABEL COIXET. O comiendo.
WONG KAR WWAI. Sí, es algo que no veo en el cine occidental, a veces me parece que en las películas occidentales los personajes no comen nunca. Para mí es muy importante cómo se ganan la vida mis personajes, dónde viven, cómo duermen, lo que comen…
ISABEL COIXET. ¿Aunque sea una lata de piña caducada? [En Chunking express y en Fallen angels hay personajes obsesionados con las latas de piña caducadas].
WONG KAR WAI. [Risas]. Especialmente si es una lata de piña caducada, aunque la verdad es que yo odio la piña.
ISABEL COIXET. En los dos libros que Chris Doyle [director de fotografía] ha escrito sobre sus rodajes (Fallen angels, Happy together) parece que se entienden sin muchas palabras.
WONG KAR WAI. Bueno, Chris es muy hábil con las palabras, y en los libros todo parece muy fácil y glamouroso. Un rodaje nunca lo es, pero es cierto que, al cabo del tiempo de colaborar, ambos sabemos las cosas que detestamos el uno del otro y las que nos gustan. Hemos aprendido mucho juntos, y para mí, dada mi forma de trabajar, dado que empiezo siempre con una vaga y lejana idea de lo que voy a hacer, es importante tener gente a mi lado a la que no tenga que dar demasiadas explicaciones. Además, a mí no me gusta que la gente venga a verme a un rodaje, no me gusta que haya nada que me haga perder la concentración. Me gusta estar solo, necesito distanciarme de los demás. Chris siempre ha respetado eso.
ISABEL COIXET. ¿Y qué ha pasado en In the mood for love?
WONG KAR WAI. Bueno, Chris es ahora un director de fotografía muy ocupado, incluso ha dirigido un filme (Away with words), y bien… él empezó la película y un día vino a verme y me dijo que no podía respirar, que quería hacer otra cosa, que la película era demasiado estática para él; así que se fue y Mark Li, que había hecho conmigo Fallen angels, la terminó. No sé por qué, pero creo que se entendería bien con Chris Doyle.
ISABEL COIXET. No sé. A mí me gusta el lado estático de las cosas, también me gustaba muchísimo cómo utilizaba la cámara al hombro y el gran angular en las otras películas. Pero me parece magistral el lado quieto de ésta porque lo único que pueden hacer los personajes es estar quietos, ésa es su victoria. "No somos como ellos", dicen, como los amantes que nunca vemos.
WONG KAR WAI. Sí, quizá en esta película he llevado mi control del encuadre hasta el límite, quizá por eso Chris no podía respirar y probablemente ésta es la película donde he terminado con más preguntas todavía de las que tenía al empezar. Porque esas dos personas que se encuentran, cuyos respectivos cónyuges tienen un affaire, ¿se odian?, incluso cuando parece que se están acercando. A veces pienso que siguen odiándose porque cada uno le recuerda al otro lo que ha perdido, e incluso cuando parece que se están seduciendo hay un lado oscuro, de venganza, de resentimiento, y nunca sabemos, igual que ellos no saben cuándo los otros empezaron a engañarles, cuándo el amor nace entre ellos y cuántos sentimientos contradictorios hay en ese amor. No creo tener todavía una respuesta a todo eso.
ISABEL COIXET. Pero ésa es parte de la magia de la película, nunca sabemos a ciencia cierta qué clase de relación tienen, incluso hay momentos que todo parece una proyección; que en realidad los otros, sus cónyuges, no se conocen, aunque ellas lleven el mismo bolso y ellos la misma corbata, que ella lo está imaginando todo a partir de la doble relación que tiene su jefe.
WONG KAR WAI. [Risas]. Vaya, eso no se me había ocurrido… Pero, ¿por qué no?, eso es lo que me parece más interesante, que cada uno piense qué es lo que pasa, que cada uno encuentra sus propias respuestas, y el papel de un director no es proporcionar respuestas, al menos no es eso lo que me interesa, ya hay demasiados directores interesados en contar las cosas de manera que se entienda todo hasta la saciedad, hasta que no quede un resquicio de misterio, y a mí me interesan los secretos, el misterio.
ISABEL COIXET. Las dobles vidas.
WONG KAR WAI. Sí, las dobles vidas.
ISABEL COIXET. El otro día leí en una novela que en el momento en que uno tiene vida interior ya lleva una doble vida.
WONG KAR WAI. Es cierto, es totalmente cierto, por eso es importante trabajar con gente que te conozca de verdad, si no sería demasiado complicado. Cuando empecé In the mood for love, la historia era diferente. Fue William Chang, que me conoce muy bien, el que me dijo: ésta no es la historia que quieres contar, y empezamos a trabajar en otra dirección, pero del Hong Kong de los años sesenta ya no queda absolutamente nada, y sabíamos que iba a ser un rodaje complicado, quizá no tan complicado como terminó siendo.… Pero, en fin, complicarse la vida es parte de las razones por las que uno hace películas, ¿no?
ISABEL COIXET. Noooo, qué va; bueno, sí; y también uno hace películas para no terminar como el tipo al final de la suya susurrándole su historia a un agujero en la piedra, que me parece el final más abrumadoramente triste que una película pueda tener.
WONG KAR WAI. ¿Eso quiere decir que le gustó el final?
ISABEL COIXET. Eso quiere decir que le doy las gracias por hacer In the mood for love.
martes, 20 de diciembre de 2011
Sobre nuestras películas favoritas del 2011
Según la lista de estrenos del 2011 en Venezuela, ¿cuáles recomiendan que veamos para hacer nuestra lista de películas favoritas de este año?
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miércoles, 14 de diciembre de 2011
martes, 6 de diciembre de 2011
viernes, 25 de noviembre de 2011
viernes, 4 de noviembre de 2011
martes, 18 de octubre de 2011
Festival de Cine Español 2011: Tres días con la familia (Mar Coll, 2009)
El juego de las sensaciones postergadas pesa en la película como quien no ve los problemas, pero los sospecha en los gestos más pequeños; como quien no escucha las conversaciones importantes, no porque no haya estado en ellas, sino porque, sobre todo, no les ha prestado atención. Estos planos detalle, silenciosos, le brindan un aire más observador, de alusiones y menos de sentencias, a Lea, Josep Maria y Jöelle, ansiosos por aseverar y aegurar lo que se escapa de sus manos.
La conversación entre distintos idiomas (español, catalán y, finalmente, francés) es, nada más, un juego de incompresiones y de imágenes como si se tratara de los distintos tiempos que conjugamos con nuestros gestos.
jueves, 13 de octubre de 2011
Afiche del Festival de Cine Caballo Dorado 2011
Entre los animales que representan a cada festival de cine internacional, poco había escuchado el de China, aunque es el más conocido del país. Creo que lo más fascinante, ya que pocas de sus películas nos sonarán aquí y menos aun llegarán a ser estrenadas, es el afiche que condensa la experiencia cinematográfica. Si la imagen de por sí no es hermosa, la explicación de los organizadores del Festival complementa con armonía lo que ya se muestra delicadamente en el afiche.
[El link para ver el afiche es: http://image.goldenhorse.org.tw/photo/2011/GHFF_event/large/photo_f746189d447b0eaf69c804b9e2303c45.jpg]
"El afiche oficial para los premios del Festival de Cine Caballo Dorado 2011 fue diseñado por Lin Xiao-Yi. A partir de la publicidad dirigida por Hou Hsiao-Hsien, Lin desarrolló un espacio tridimensional construido con la noche, el sueño y la luz. La noche significa la oscuridad que envuelve a la audiencia dentro de la sala de cine. El sueño es el proceso de ensoñación de cada realización cinematográfica. Y, en cuanto a la luz, es el rayo de luz que atraviesa la oscuridad y las partículas de luz que permanecen en el aire mientras el proyector de cine comienza a rodar, lo que constituye nuestro primer y esencial recuerdo de las películas. A través de estas conexiones es provocada la imagen de la mirada que comprime la historia de cien años".
Acaso vamos al cine a compartir, como cómplices anónimos, con los demás espectadores y con los realizadores, sueños en la oscuridad, a soñar despiertos para terminar creyendo que dormimos, y no de aburrimiento, sino por el descanso que brinda el placer.
[El link para ver el afiche es: http://image.goldenhorse.org.tw/photo/2011/GHFF_event/large/photo_f746189d447b0eaf69c804b9e2303c45.jpg]
"El afiche oficial para los premios del Festival de Cine Caballo Dorado 2011 fue diseñado por Lin Xiao-Yi. A partir de la publicidad dirigida por Hou Hsiao-Hsien, Lin desarrolló un espacio tridimensional construido con la noche, el sueño y la luz. La noche significa la oscuridad que envuelve a la audiencia dentro de la sala de cine. El sueño es el proceso de ensoñación de cada realización cinematográfica. Y, en cuanto a la luz, es el rayo de luz que atraviesa la oscuridad y las partículas de luz que permanecen en el aire mientras el proyector de cine comienza a rodar, lo que constituye nuestro primer y esencial recuerdo de las películas. A través de estas conexiones es provocada la imagen de la mirada que comprime la historia de cien años".
Acaso vamos al cine a compartir, como cómplices anónimos, con los demás espectadores y con los realizadores, sueños en la oscuridad, a soñar despiertos para terminar creyendo que dormimos, y no de aburrimiento, sino por el descanso que brinda el placer.
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qué es el cine
jueves, 29 de septiembre de 2011
martes, 20 de septiembre de 2011
viernes, 9 de septiembre de 2011
El tiempo y la memoria, sístole y diástole del corazón. Una conversa sobre Blue Valentine: Primera parte
EDUARDO
Luego de ver Blue Valentine, me siento abandonado. No es una tristeza la que siento por los sentimientos que se deterioran hasta cambiar, no es una depresión porque así como amamos nos volvemos más crueles. No sé qué es, pero me quedo hilando paralelos entre las escenas y cómo amamos día a día. La película me emociona porque mientras busco las pistas de cuándo y por qué se transforman los sentimientos, me descubro saboreando (placer y dolor) cada momento desgajado de Dean y Cindy. Ryan Gosling decía en una entrevista que la película te hace sentir como un detective de lo que cada uno hizo y, sí, pero los amantes saben que los culpables poco importan. Es más lo que se rompe y lo que ya no queda.
CRISTINA
Sí, no estoy tan segura de eso, de que "los culpables poco importan". Lo que pensaba es que, al menos en mi caso, se me pierden esas pistas de la transformación de su relación: no alcanzamos a verla, a entenderla del todo, hay un vacío en ese sentido. Y quizá la intención es que no terminemos de ver eso, para poder apreciar, tan bruscamente como lo hacemos, el antes y el después. Porque si vivimos lo progresivo
(de ahí el tiempo en que se maneja la película, entre fragmentos de pasado y de presente, de ahí que no veamos el devenir), se nos pierden esos detalles. Lo progresivo opaca los instantes precisos en que se trazó ese camino, los momentos decisivos que al final son todos y cada uno.
Desde la avena mal preparada al desayuno, hasta el beso insípido, la palabra dicha sin cuidado... todo.
EDUARDO
Pero es que ahí está la agudeza (y la dureza) de la película: al mostrarte el antes y el después, impide que te puedas aferrar al quién hizo qué, no porque no te los asome (como dices: los detalles que al comienzo nos encantan, terminan por incomodarnos hasta agobiarnos), sino porque hay una naturaleza moviéndose por debajo de los sentimientos, envejeciendo junto con el cuerpo. Nos daremos cuenta demasiado tarde de quién fue el culpable: en algún punto, descubres, así, por casualidad, que fuiste tú, pero ya no importa.
CRISTINA
Sí, quizá no lo descubres, el culpable se pierde en esa dialéctica, en ese ir y venir de pequeños gestos que (¿será?) pudieron ser mejores. La rutina nos hace perder de vista esa crueldad que mencionabas: ¿no pasa a ser, esa crueldad, algo natural? Es decir, no hay una mala intención detrás de ella y entonces ya no es crueldad. O quizá la ceguera, la desidia, el abandono de uno mismo y del otro, pasa a ser un tipo de crueldad cotidiana y casi desapercibida. Poco a poco dejamos de vernos a nosotros mismos, y dejamos de ver al otro.
Los pequeños rechazos, rencores, la falta de atención, se pueden volver tan naturales como los primeros gestos de afecto, de atención, de cuidado que teníamos con el otro. Mi pregunta, y es esa duda lo que me parece más terrible, lo que más me golpea de la película, es si no es ese el curso natural de las cosas, porque esos malos gestos fueron tan naturales como los primeros, de afecto, de atención, de cuidado.
EDUARDO
Un sencillo corte en la película remueve esto en mí, esto en nosotros ahora que lo mencionas, con una sencillez dolorosa: Dean está presentándole la habitación al viejo, agarra su dinero, dispuesto a irse y ve hacia nosotros (¿entonces, además, nos hacemos cómplices del amor de los demás?), su mirada atontada, risueña, nos da a entender que es ella a quien ve, pero lo que nos devuelve la mirada es a Cindy, en el presente, viendo a Dean por la ventana mientras entierra a la perra. A él lo vimos casi de cuerpo entero, alegre; a ella la vemos al rostro, a sus ojos profundamente tristes. Como si lo que viéramos al comienzo es un indicio, no de lo que amamos, que disfrutamos y devoramos golosos, sino un asomo de lo que siempre sentimos demasiado tarde y que nos sorprende cuando ya ha pasado: el tiempo.
CRISTINA
Sí, esa parte es clave, creo que no había terminado de verla tan claramente sino hasta ahora. Sí. La muerte de la perra coincide "casualmente" con la final degeneración de su relación. Pero ¿será que en verdad él sigue viéndola de esa manera, como la miraba al principio? Y si es asi, ¿por qué ella no a él?
Hay algo allí de pérdida, de muerte, de vacío, que empieza a rondar desde el principio, en la primera escena, cuando la niña está buscando y gritando (un grito desesperado, desolado) el nombre de la perra frente a la casita vacía.
EDUARDO
Sí, me gusta eso que dices: el comienzo, boscoso y desolado, muestra no sólo la casita de la perra vacía, no sólo sus gritos, no sólo a una niña tan pequeña y a la vez tan sola, sino un juguete perdido entre la maleza.
Por cierto que ya es la segunda vez que, al pensar en este juego del tiempo en Blue Valentine, me acuerdo de Eterno Resplandor de una Mente Sin Recuerdos, acaso sea por la manera como ambas películas hacen que cada vez que las vemos nos brinden nuevas impresiones sobre lo que vimos antes, detalles que le dan otra dimensión a los giros y a los gestos de cada personaje.
CRISTINA
Cierto, el repaso es mucho más revelador, como si el presente siempre fuese medio ciego
EDUARDO
¡Exacto! Medio torpe, incluso. Ese juego de miradas y preguntarse el porqué ella no lo sigue viendo como el comienzo tal vez llevaría a responder que ella se conformó con Dean (en cuanto a su trabajo como pintor de casas) y a su trabajo de enfermera, y se decepcionó de esto, a diferencia de Dean que, si sacrifica su "potencial" es para vivir junto a ella. Quién sabe si la pregunta sea cuál puede ser el potencial de una pareja más allá de amarse que es acompañarse. Dean trabaja para estar con ella; Cindy trabaja para algo más.
CRISTINA
Sí. Él dice que él no quería nada de eso. No quería ser simplemente el esposo de alguien el padre de alguien, pero al final, sin saberlo, sí era lo que quería. Cuando eso llegó, comenzó a amar eso. Quizá ella se quedó en el anhelo de la posibilidad. O de la imposibilidad llegado el momento. A fin de cuentas ella no lo escogió; él sí, de una u otra forma.
Por otra parte, está la cuestión con los ancianos, las maneras de amor que cada uno ve: el primer anciano, al que él le hace la mudanza, tenía una foto de su esposa, Dean mira la foto y le dice que es hermosa, justo antes de ver a Cindy por primera vez. Ella cuando habla con su abuela sólo obtiene una “historia de amor” llena de insatisfacción; mira a sus padres que ya ni pueden sentarse juntos a la mesa.
EDUARDO
Y me encanta cómo la abuela reconoce que la única manera de saber cómo desaparecen los sentimientos es teniéndolos. Parece sentido común, pero su voz suena tan franca al respecto.
CRISTINA
Como si las personas más viejas que ellos miran fuesen un espejo, una cierta imagen de cómo cada uno ve su relación.
EDUARDO
Sí, como si ver a alguien en el presente es, sin darnos cuenta, vernos a nosotros mismos en el futuro. Y están los padres de Dean, que no vemos ni siquiera y, por lo tanto, lo difícil que pudo haber sido la relación de ellos, él ya está lejos de eso.
CRISTINA
Verdad, ¿los menciona en algún momento?
EDUARDO
Sí, en el almuerzo familiar.
CRISTINA
Sí, pero eso es tan jodido, porque, como te decía hace un rato, me queda la duda de si ese es el curso natural de las cosas, del amor, como si a ese brillo del principio sólo le tocara opacarse pero no tenemos remedio y hay, a juro, que vivirlo, que entenderlo en carne propia.
EDUARDO
Algo que me provoca una terrible sensación de encierro es cuando la abuela cuenta su historia de amor y en un instante aparece el papá de Cindy cerrando la puerta de la casa y apenas se puede ver la naturaleza por la ventanita de la puerta. Es una cerrazón casi angustiosa, no sólo por la tensión evidente, también por lo que no se dice y se muestra, por ejemplo en este gesto de lo que dejamos fuera.
CRISTINA
Wow, sí, no recuerdo perfectamente esa parte pero sí. Quizá es demasiado obvio: la película tiene todo un discurso de amor y desamor paralelo al diálogo. Es evidente que las acciones también cuentan la historia, pero acá hay algo más: pequeñas cosas, como decíamos, que hay que volver a mirar, elementos -sucesos, detalles, gestos- que hablan profundamente de ellos.
Luego de ver Blue Valentine, me siento abandonado. No es una tristeza la que siento por los sentimientos que se deterioran hasta cambiar, no es una depresión porque así como amamos nos volvemos más crueles. No sé qué es, pero me quedo hilando paralelos entre las escenas y cómo amamos día a día. La película me emociona porque mientras busco las pistas de cuándo y por qué se transforman los sentimientos, me descubro saboreando (placer y dolor) cada momento desgajado de Dean y Cindy. Ryan Gosling decía en una entrevista que la película te hace sentir como un detective de lo que cada uno hizo y, sí, pero los amantes saben que los culpables poco importan. Es más lo que se rompe y lo que ya no queda.
CRISTINA
Sí, no estoy tan segura de eso, de que "los culpables poco importan". Lo que pensaba es que, al menos en mi caso, se me pierden esas pistas de la transformación de su relación: no alcanzamos a verla, a entenderla del todo, hay un vacío en ese sentido. Y quizá la intención es que no terminemos de ver eso, para poder apreciar, tan bruscamente como lo hacemos, el antes y el después. Porque si vivimos lo progresivo
(de ahí el tiempo en que se maneja la película, entre fragmentos de pasado y de presente, de ahí que no veamos el devenir), se nos pierden esos detalles. Lo progresivo opaca los instantes precisos en que se trazó ese camino, los momentos decisivos que al final son todos y cada uno.
Desde la avena mal preparada al desayuno, hasta el beso insípido, la palabra dicha sin cuidado... todo.
EDUARDO
Pero es que ahí está la agudeza (y la dureza) de la película: al mostrarte el antes y el después, impide que te puedas aferrar al quién hizo qué, no porque no te los asome (como dices: los detalles que al comienzo nos encantan, terminan por incomodarnos hasta agobiarnos), sino porque hay una naturaleza moviéndose por debajo de los sentimientos, envejeciendo junto con el cuerpo. Nos daremos cuenta demasiado tarde de quién fue el culpable: en algún punto, descubres, así, por casualidad, que fuiste tú, pero ya no importa.
CRISTINA
Sí, quizá no lo descubres, el culpable se pierde en esa dialéctica, en ese ir y venir de pequeños gestos que (¿será?) pudieron ser mejores. La rutina nos hace perder de vista esa crueldad que mencionabas: ¿no pasa a ser, esa crueldad, algo natural? Es decir, no hay una mala intención detrás de ella y entonces ya no es crueldad. O quizá la ceguera, la desidia, el abandono de uno mismo y del otro, pasa a ser un tipo de crueldad cotidiana y casi desapercibida. Poco a poco dejamos de vernos a nosotros mismos, y dejamos de ver al otro.
Los pequeños rechazos, rencores, la falta de atención, se pueden volver tan naturales como los primeros gestos de afecto, de atención, de cuidado que teníamos con el otro. Mi pregunta, y es esa duda lo que me parece más terrible, lo que más me golpea de la película, es si no es ese el curso natural de las cosas, porque esos malos gestos fueron tan naturales como los primeros, de afecto, de atención, de cuidado.
EDUARDO
Un sencillo corte en la película remueve esto en mí, esto en nosotros ahora que lo mencionas, con una sencillez dolorosa: Dean está presentándole la habitación al viejo, agarra su dinero, dispuesto a irse y ve hacia nosotros (¿entonces, además, nos hacemos cómplices del amor de los demás?), su mirada atontada, risueña, nos da a entender que es ella a quien ve, pero lo que nos devuelve la mirada es a Cindy, en el presente, viendo a Dean por la ventana mientras entierra a la perra. A él lo vimos casi de cuerpo entero, alegre; a ella la vemos al rostro, a sus ojos profundamente tristes. Como si lo que viéramos al comienzo es un indicio, no de lo que amamos, que disfrutamos y devoramos golosos, sino un asomo de lo que siempre sentimos demasiado tarde y que nos sorprende cuando ya ha pasado: el tiempo.
CRISTINA
Sí, esa parte es clave, creo que no había terminado de verla tan claramente sino hasta ahora. Sí. La muerte de la perra coincide "casualmente" con la final degeneración de su relación. Pero ¿será que en verdad él sigue viéndola de esa manera, como la miraba al principio? Y si es asi, ¿por qué ella no a él?
Hay algo allí de pérdida, de muerte, de vacío, que empieza a rondar desde el principio, en la primera escena, cuando la niña está buscando y gritando (un grito desesperado, desolado) el nombre de la perra frente a la casita vacía.
EDUARDO
Sí, me gusta eso que dices: el comienzo, boscoso y desolado, muestra no sólo la casita de la perra vacía, no sólo sus gritos, no sólo a una niña tan pequeña y a la vez tan sola, sino un juguete perdido entre la maleza.
Por cierto que ya es la segunda vez que, al pensar en este juego del tiempo en Blue Valentine, me acuerdo de Eterno Resplandor de una Mente Sin Recuerdos, acaso sea por la manera como ambas películas hacen que cada vez que las vemos nos brinden nuevas impresiones sobre lo que vimos antes, detalles que le dan otra dimensión a los giros y a los gestos de cada personaje.
CRISTINA
Cierto, el repaso es mucho más revelador, como si el presente siempre fuese medio ciego
EDUARDO
¡Exacto! Medio torpe, incluso. Ese juego de miradas y preguntarse el porqué ella no lo sigue viendo como el comienzo tal vez llevaría a responder que ella se conformó con Dean (en cuanto a su trabajo como pintor de casas) y a su trabajo de enfermera, y se decepcionó de esto, a diferencia de Dean que, si sacrifica su "potencial" es para vivir junto a ella. Quién sabe si la pregunta sea cuál puede ser el potencial de una pareja más allá de amarse que es acompañarse. Dean trabaja para estar con ella; Cindy trabaja para algo más.
CRISTINA
Sí. Él dice que él no quería nada de eso. No quería ser simplemente el esposo de alguien el padre de alguien, pero al final, sin saberlo, sí era lo que quería. Cuando eso llegó, comenzó a amar eso. Quizá ella se quedó en el anhelo de la posibilidad. O de la imposibilidad llegado el momento. A fin de cuentas ella no lo escogió; él sí, de una u otra forma.
Por otra parte, está la cuestión con los ancianos, las maneras de amor que cada uno ve: el primer anciano, al que él le hace la mudanza, tenía una foto de su esposa, Dean mira la foto y le dice que es hermosa, justo antes de ver a Cindy por primera vez. Ella cuando habla con su abuela sólo obtiene una “historia de amor” llena de insatisfacción; mira a sus padres que ya ni pueden sentarse juntos a la mesa.
EDUARDO
Y me encanta cómo la abuela reconoce que la única manera de saber cómo desaparecen los sentimientos es teniéndolos. Parece sentido común, pero su voz suena tan franca al respecto.
CRISTINA
Como si las personas más viejas que ellos miran fuesen un espejo, una cierta imagen de cómo cada uno ve su relación.
EDUARDO
Sí, como si ver a alguien en el presente es, sin darnos cuenta, vernos a nosotros mismos en el futuro. Y están los padres de Dean, que no vemos ni siquiera y, por lo tanto, lo difícil que pudo haber sido la relación de ellos, él ya está lejos de eso.
CRISTINA
Verdad, ¿los menciona en algún momento?
EDUARDO
Sí, en el almuerzo familiar.
CRISTINA
Sí, pero eso es tan jodido, porque, como te decía hace un rato, me queda la duda de si ese es el curso natural de las cosas, del amor, como si a ese brillo del principio sólo le tocara opacarse pero no tenemos remedio y hay, a juro, que vivirlo, que entenderlo en carne propia.
EDUARDO
Algo que me provoca una terrible sensación de encierro es cuando la abuela cuenta su historia de amor y en un instante aparece el papá de Cindy cerrando la puerta de la casa y apenas se puede ver la naturaleza por la ventanita de la puerta. Es una cerrazón casi angustiosa, no sólo por la tensión evidente, también por lo que no se dice y se muestra, por ejemplo en este gesto de lo que dejamos fuera.
CRISTINA
Wow, sí, no recuerdo perfectamente esa parte pero sí. Quizá es demasiado obvio: la película tiene todo un discurso de amor y desamor paralelo al diálogo. Es evidente que las acciones también cuentan la historia, pero acá hay algo más: pequeñas cosas, como decíamos, que hay que volver a mirar, elementos -sucesos, detalles, gestos- que hablan profundamente de ellos.
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miércoles, 7 de septiembre de 2011
Una pregunta: una escena
¿Cuál fue la última película que te gustó y a cuál(es) escena(s) de ella vuelves una y otra vez?
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lunes, 5 de septiembre de 2011
Tráiler de la película cubana Juan de los Muertos
¡Wow! yo ya la quiero ver.
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lunes, 22 de agosto de 2011
Festival de Venecia 2011: trailer de Carnage (Polanski, 2011)
Hace unas semanas salió el afiche en la red.
Estridente y multifacético; por lo tanto, me intrigó aun más el tono de la película (y de la obra).
Estridente y multifacético; por lo tanto, me intrigó aun más el tono de la película (y de la obra).
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miércoles, 27 de julio de 2011
martes, 26 de julio de 2011
Director del mes: Kenji Mizoguchi
Nació el 17 de mayo, 1898, en Tokio, Japón. Murió el 24 de agosto, 1956, en Kioto, Japón.
De Kenji Mizoguchi veremos:
La historia del último crisantemo (1939)
Utamaro y sus cinco mujeres (1945)
Cuentos de la luna pálida de agosto (1953)
El intendente Sansho (1954)
De Kenji Mizoguchi veremos:
La historia del último crisantemo (1939)
Utamaro y sus cinco mujeres (1945)
Cuentos de la luna pálida de agosto (1953)
El intendente Sansho (1954)
sábado, 23 de julio de 2011
Imagénes de Henry y June (Philip Kaufman, 1991)
"Tal vez me convierte en un demonio ser capaz de pasarme de los brazos de Henry a los de Hugo".
[Hay un breve silencio que desnuda a Anais, desde su rostro hasta su cuerpo entero]
"Pienso esto mientras Hugo permanece acostado junto a mí".
"Amo a Hugo y... me siento inocente"
La calma de esta secuencia, con las palabras casi susurros de Anais, la calidez opaca que asoma candor entre sus labios y su mirada, los desnudos en sombras, el sueño de él y la vigilia de ella, excita. No es la desnudez explícita, que tienta, no es el sexo que acaban de tener, que alborota; es el placer antes de que se disperse para llamarlo orgasmo, es la energía de una levedad compartida sólo en lo que queda de la cama en la piel. El erotismo empieza en el rostro y en la película cada recuerdo se gesta como una provocación de la mirada donde el rostro en primer plano busca la intimidad, la confesión.
[Hay un breve silencio que desnuda a Anais, desde su rostro hasta su cuerpo entero]
"Pienso esto mientras Hugo permanece acostado junto a mí".
"Amo a Hugo y... me siento inocente"
La calma de esta secuencia, con las palabras casi susurros de Anais, la calidez opaca que asoma candor entre sus labios y su mirada, los desnudos en sombras, el sueño de él y la vigilia de ella, excita. No es la desnudez explícita, que tienta, no es el sexo que acaban de tener, que alborota; es el placer antes de que se disperse para llamarlo orgasmo, es la energía de una levedad compartida sólo en lo que queda de la cama en la piel. El erotismo empieza en el rostro y en la película cada recuerdo se gesta como una provocación de la mirada donde el rostro en primer plano busca la intimidad, la confesión.
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miércoles, 13 de julio de 2011
domingo, 10 de julio de 2011
Estoy bien, no te preocupes (Phillipe Lioret, 2006)
Título original: Je vais bien, ne't en fais pas
Director: Philippe Lioret
Guion: Olivier Adam y Philippe Lioret.
Música: Nicola Piovani
Fotografía: Sacha Vierny
Reparto: Mélanie Laurent, Kad Merad, Julien Boisselier, Isabelle Renauld, Aïssa Maïga, Simon Buret
Productora: Nord Ouest Production / Studio Canal / France 3 Cinéma / Fin Août Productions
País: Francia
Año: 2006
La incertidumbre deja a Lili fuera de sí. La espera la hace atravesar una cantidad de emociones que la derrotan y la sepultan. Los padres, ensimismados en sus caprichos, no saben cómo guiar a su hija, pero aun así lo intentan. Loïc, el hermano gemelo, de cuya telaraña de ansiedad pende Lili, parece ser el único capaz de sacarla de las profundidades. En este cementerio de preguntas, Lili encontrará respuestas alternativas que la guiarán por un camino propio, un cauce innavegado de un nuevo despertar.
La actuación destacada de Mélanie Laurent en esta película la hizo acreedora del César como mejor actriz en 2006. Indudablemente, un valioso premio para una formidable actuación.
sábado, 2 de julio de 2011
Bergman: Gritos y susurros (1971): rojos, negros, blancos, amarillos
"- Tal vez para ti sea un sueño; para mí, no" (Maria a Anna)
Maria es la mirada de cada uno de los relojes que mueven sus agujas y suenan en la casa. Ella es el sueño, la mirada del tiempo. Pero no es el sueño etéreo del cual sus hermanas puedan despertar, sino la sensación que queda en el cuerpo como una penumbra después del amanecer, como la sensación que deja la desnudez de Karin, pieza por pieza, hasta que nos damos cuenta de que es su imagen en dos espejos la que está siendo desnudada. En la costumbre del aposento y de la confidencia con Anna, los dos reflejos de Karin inquietan, por el silencio que quiebra la tensión entre la mirada aguda de Anna y la desnudez esquiva de Karin, no por su cuerpo desnudo en sí.
El rojo nos agoniza en los gestos más callados de Karin, Maria, Anna y Agnes. Con el rojo, la palidez de sus rostros adquieren el sinsabor desarmante de la lejanía, de lo que no se transmite entre la calidez de los cuerpos, sino en la mirada.
Ante la enfermedad, las sombras, a medias enrojecidas y ennegrecidas, someten sus rostros a recuerdos (¿o son sueños?) inquietantes. Cuidado, que el rostro no es lo que llamamos identidad para salvarnos del cuerpo.
Y, aun así, se siente este recuerdo, resguardado en este cuaderno rojo, se siente con el correteo de blancos inquietos entre caídos amarillos, y escamoteados marrones y verdes. La alegría está en estos labios carnosos que narran, generosos a articular la voz de Anna hasta volver a ser la de Maria, el compartir de una tarde que le devuelve al blanco la alegría de aprovechar los matices de los alrededores. Aquí, cada color es un preludio al sentimiento así como cada rostro magnifica los gestos callados.
Maria es la mirada de cada uno de los relojes que mueven sus agujas y suenan en la casa. Ella es el sueño, la mirada del tiempo. Pero no es el sueño etéreo del cual sus hermanas puedan despertar, sino la sensación que queda en el cuerpo como una penumbra después del amanecer, como la sensación que deja la desnudez de Karin, pieza por pieza, hasta que nos damos cuenta de que es su imagen en dos espejos la que está siendo desnudada. En la costumbre del aposento y de la confidencia con Anna, los dos reflejos de Karin inquietan, por el silencio que quiebra la tensión entre la mirada aguda de Anna y la desnudez esquiva de Karin, no por su cuerpo desnudo en sí.
El rojo nos agoniza en los gestos más callados de Karin, Maria, Anna y Agnes. Con el rojo, la palidez de sus rostros adquieren el sinsabor desarmante de la lejanía, de lo que no se transmite entre la calidez de los cuerpos, sino en la mirada.
Ante la enfermedad, las sombras, a medias enrojecidas y ennegrecidas, someten sus rostros a recuerdos (¿o son sueños?) inquietantes. Cuidado, que el rostro no es lo que llamamos identidad para salvarnos del cuerpo.
Y, aun así, se siente este recuerdo, resguardado en este cuaderno rojo, se siente con el correteo de blancos inquietos entre caídos amarillos, y escamoteados marrones y verdes. La alegría está en estos labios carnosos que narran, generosos a articular la voz de Anna hasta volver a ser la de Maria, el compartir de una tarde que le devuelve al blanco la alegría de aprovechar los matices de los alrededores. Aquí, cada color es un preludio al sentimiento así como cada rostro magnifica los gestos callados.
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domingo, 19 de junio de 2011
Trailer de Reverón (Rísquez, 2011)
A quienes la han visto, ¿qué les ha parecido? El trailer me gusta mucho, me entusiasma incluso, después de que el teaser (cuántas palabras tan prestadas del inglés: cuánta flojera de buscar unas propias: qué lástima) me dejara un poco indiferente por lo apresurado que se sentía.
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jueves, 9 de junio de 2011
Henry & June
Un rostro de una asombrosa blancura, ojos ardientes. June Mansfield, la esposa de Henry. Mientras venía hacía mí avanzando desde la oscuridad de mi jardín hacia la luz de la entrada, vi por primera vez a la mujer más hermosa de la tierra.(...) Su belleza me embargó. Mientras permanecía sentada frente a ella, me di cuenta de que sería capaz de hacer cualquier locura por aquella mujer, lo que me pidiera. Henry se desvaneció. Ella era el color, la brillantez, lo extraño.(...)Disfraz, actitudes, forma de hablar. Es una actriz soberbia. Sólo eso. No he podido llegar a su interior. (...) Los demás sienten gracias a ella; y gracias a ella, componen poemas; gracias a ella, odian; y otros, como Henry, la aman aunque les pese. (...) No tiene seguridad, y sí unas ansias insaciables de admiración. Vive del reflejo de sí misma en los ojos de los demás. No se atreve a ser ella misma. June Mansfield no existe. Y ella lo sabe. (...) Un rostro de una blancura asombrosa retirándose a la oscuridad del jardín. Al irse, posa para mí.(Henry y June de Anais Nin. Librodot.com, página 10)
Sin duda uno de los grandes retos que tuvo Philip Kaufman al dirigir "Henry and June" fue encontrar a June. Un rostro blanco, ojos ardientes. Una figura escurridiza que encarnara el enigma, "lo extraño", y que atrajera al espectador magnética y fatalmente hacia ella. Uma es hermosa como June, hermosa en su fragilidad y en su fuerza, en su audacia e inseguridad. Esas contradicciones que coexisten siempre detrás del disfraz, la máscara que June nunca se quita. Anaís caerá, como Henry, en la trampa. Y ambos emprenderán una búsqueda que pronto sabremos inútil. Intentarán desnudar a June, despojarla de todas sus máscaras. Comprenderla. Ese esfuerzo será el motor creativo de ambos. Los enigmas que habitan en June, llevarán a Anaís y Henry a escribir como no lo habían hecho antes, y a retarse entre ellos. June es la "musa" de ambos, una musa que "vive del reflejo de sí misma en los ojos de los demás", de las atenciones de sus amantes quienes intentan comprenderla. Buscando a June, Anaís se encontrará a sí misma y encontrará a Henry que le inspirará una pasión desmedida: "I overflow. And when I feel your excitement about life flaring, next to mine, then it makes me dizzy." (Carta de Anaís para Henry, en A Literate Passion : Letters of Anais Nin and Henry Miller 1932-1953, Harcourt Brace 1989, p.36)Pasión o locura? Realidad o teatro? "Were we acting for each other?" -preguntará Henry. El espectador deberá dejarse seducir por la intriga que representa June, acompañar a Anaís en su búsqueda, ser cómplice de sus travesuras, participar del carnaval y pervertirse si necesario.
Propuse Henry and June para disfrutar en grupo del juego de claros oscuros que Kaufman crea, el mundo de ensoñaciones, neblina, cuartos poco iluminados y humo que sirven como escenificación de la turbulencia psíquica de los protagonistas. Ese mundo inquietante que he estado revisitando desde que me prestaron la película, y que he descubierto de otra manera en Sexus de Miller. Viendo la película, leyendo sobre la verdadera June, no dejo de preguntarme cuánto influyeron esas tardes con Anaís, y el amor turbulento que ambos sentían por June, en la consolidación de una "manera de decir" propia, en Anaís y en Henry, y también de una "manera de vivir" con el Otro: "Quiero que todo el mundo se desnude, no para enseñar la carne sólo, sino también el alma. A veces me siento tan hambriento, tan voraz, que sería capaz de comerme a la gente. No puedo esperar a que me digan cosas...cómo se sienten... lo que quieren... y demás. Quiero masticarlos crudos... averiguar por mi cuenta... rápido, al instante." (Henry Miller, Sexus) Este es el Henry que he aprendido a admirar y a reconocer de vez en cuando en mí misma. Espero que de H y J intoxique, gentil veneno, el blog y nuestras reuniones y que provoque en cada uno una reacción intensa, milleriana.
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martes, 7 de junio de 2011
Tras el ensayo, fantasmas de los espejos
Estamos en un escenario teatral. No somos público de butacas, o muy pocas veces nos lo permite la película, sino la mirada que persigue, cuestiona y acaricia a los actores en escena.
Acaban de ensayar. Esta actitud de fervor que todavía queda del ensayo, de lo que no vimos en escena pero sí sentimos en su energía, le brinda soltura a la dinámica entre el director y sus actrices. Este no es el montaje, apenas y a ratos asomos de ensayo, sino las permanencias de la obra en el cuerpo. Esta es la preparación del cuerpo - tanto el del director como el de los actores -, relajar y templar el rostro para provocar la vibración de los gestos, ese silencio que ellos emanan más allá del querer decir de las intenciones, agudizarlos hasta hacerlos el acorde de un instrumento; cada gesto la palpitación del órgano entero. En esta preparación, los actores no sólo ensayan sus personajes: son ensayados ellos mismos como personajes. Y este doblez, el de ensayarse a sí mismo en las tablas, exhibirse a sí mismo antes de exhibirse ante el público, es el que provoca una desnudez entre sus diálogos. Que a veces hace que el melodrama se desborde, sí, pero que con agudeza, la película retoma la reflexión sobre el acto de actuar como límite intrínseco al acto de ser como en esa imagen donde, mientras uno de los actores habla, al fondo, un gran espejo refleja a su interlocutor, pero borroso, desenfocado.
Es esta imagen, del rostro que cuando habla, se desdice en el otro haciéndose borrón de sí mismo, la que me deja pensando en este ensayo entre personajes y actores, unos y otros fantasmas de lo que quedó, ya ni siquiera en las tablas, sino en ese momento de ensayar, exponerse.
Acaban de ensayar. Esta actitud de fervor que todavía queda del ensayo, de lo que no vimos en escena pero sí sentimos en su energía, le brinda soltura a la dinámica entre el director y sus actrices. Este no es el montaje, apenas y a ratos asomos de ensayo, sino las permanencias de la obra en el cuerpo. Esta es la preparación del cuerpo - tanto el del director como el de los actores -, relajar y templar el rostro para provocar la vibración de los gestos, ese silencio que ellos emanan más allá del querer decir de las intenciones, agudizarlos hasta hacerlos el acorde de un instrumento; cada gesto la palpitación del órgano entero. En esta preparación, los actores no sólo ensayan sus personajes: son ensayados ellos mismos como personajes. Y este doblez, el de ensayarse a sí mismo en las tablas, exhibirse a sí mismo antes de exhibirse ante el público, es el que provoca una desnudez entre sus diálogos. Que a veces hace que el melodrama se desborde, sí, pero que con agudeza, la película retoma la reflexión sobre el acto de actuar como límite intrínseco al acto de ser como en esa imagen donde, mientras uno de los actores habla, al fondo, un gran espejo refleja a su interlocutor, pero borroso, desenfocado.
Es esta imagen, del rostro que cuando habla, se desdice en el otro haciéndose borrón de sí mismo, la que me deja pensando en este ensayo entre personajes y actores, unos y otros fantasmas de lo que quedó, ya ni siquiera en las tablas, sino en ese momento de ensayar, exponerse.
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viernes, 27 de mayo de 2011
domingo, 22 de mayo de 2011
Perseguidores, perseguidos, olvidados
Caminas por la calle, entre anónimos. Aun reconocer un rostro es el engaño de entumecidos; poco después y sin darte cuenta volverás a ser de la multitud. Eres parte de este tumulto, este tumor de gente, masas de rostros que no te importan y que no te pueden importar si quieres seguir. Eres otro anónimo, nunca tú, yo, ni él, mucho menos nosotros, no vas hacia el nombre, sino cada vez más lejos de él. Te inquieta si sientes que persigues a alguien o que alguien te persigue, aunque apenas coincidan en estas calles que son sólo para acallar la naturaleza, ahora sobrenaturaleza, de los días.
Es esta sensación de perseguidores y perseguidos la que se queda conmigo de Following: la calle es un túnel de donde los ecos de cada conciencia murmuran, desolados, como el azar que despierta a los transeúntes en su rutina de vida, de trabajo, de pasiones. La música y la fotografía resuenan como una persecusión latente. Y es este rasgo el que desaparece más pronto en la película para convertirse en una repetición, un truco de narrar la historia en distintos tiempos. Aquí es cuando la emoción de la película se sostiene por creer sus sorpresas, pero no porque Cobb, la rubia o el joven escritor sean fascinantes. Ella misma se enreda en su trama y sale de ella, desentendida de imaginar esa vida latente de las calles o de sacar de las entrañas la escritura que hace el joven. Así como la rubia y el joven son anónimos y el único que tiene nombre es quien los engaña, todo esto termina importando poco. Son otros anónimos como nosotros cuando caminamos por la calle, con una vida que comienza y termina en cada rostro, con sueños pequeños, esos que esta película no termina de descubrir su relevancia en la textura particular que le brinda cada uno con su cuerpo. Todo ha sido un engaño de quien se satisface de ser buen narrador y ahora, más allá de las sorpresas que sólo marean, cuando Cobb es otra cara entre transeúntes, ya nada importa.
Es esta sensación de perseguidores y perseguidos la que se queda conmigo de Following: la calle es un túnel de donde los ecos de cada conciencia murmuran, desolados, como el azar que despierta a los transeúntes en su rutina de vida, de trabajo, de pasiones. La música y la fotografía resuenan como una persecusión latente. Y es este rasgo el que desaparece más pronto en la película para convertirse en una repetición, un truco de narrar la historia en distintos tiempos. Aquí es cuando la emoción de la película se sostiene por creer sus sorpresas, pero no porque Cobb, la rubia o el joven escritor sean fascinantes. Ella misma se enreda en su trama y sale de ella, desentendida de imaginar esa vida latente de las calles o de sacar de las entrañas la escritura que hace el joven. Así como la rubia y el joven son anónimos y el único que tiene nombre es quien los engaña, todo esto termina importando poco. Son otros anónimos como nosotros cuando caminamos por la calle, con una vida que comienza y termina en cada rostro, con sueños pequeños, esos que esta película no termina de descubrir su relevancia en la textura particular que le brinda cada uno con su cuerpo. Todo ha sido un engaño de quien se satisface de ser buen narrador y ahora, más allá de las sorpresas que sólo marean, cuando Cobb es otra cara entre transeúntes, ya nada importa.
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lunes, 16 de mayo de 2011
Bergman: Persona (1966)
La crisis de Elisabet. El diagnóstico de la doctora. La confianza de Alma. La estadía en la casa a las orillas de la playa. Una identidad asible y posible. Incluso Alma y Elisabet. La película como conciencia de ser película. ¿Acaso todo esto podría ser un sueño?
Viendo de nuevo las imágenes de Persona, ahora como dos segmentos, o dos reflejos de un mismo espejo: a partir de esos días en la playa - los sueños de una estadía - y a través de la reiteración de que estamos ante una película - los sueños de la identidad -, cada una de sus imágenes adquieren la angustia de la ambigüo. No de la vaguedad, esa que permite escapar de lo real. Más bien, son sueños que, al tenerlos dormidos en nosotros e imaginarlos sabiendo que son creación, sí, pero de nuestra más callada intimidad, los soñamos con el placer de encontrar siquiera una textura otra que se quede en nosotros, sin que lo recordemos, como el amanecer que llevamos en nosotros al despertar cada mañana, aunque no lo hayamos visto.
¿Es este sueño, ambiguo como una imagen pero preciso como una pesadilla, en lo que se traduce la identidad? Elisabet y Alma podrían ser vistas - por lo tanto leídas - como metáforas del cuerpo, de la religión, del arte, pero esto sería caer en las trampas de la fe y lo trascendente para evadir lo más íntimo, este abismo que las bordea a ambas, una de otra, una en otra: el silencio, estancia donde cualquier metáfora se renueva al borde de su fragilidad, la imagen. Si hablar con Elisabet es traducir una piedra - como esa lectura que le hace Alma en la playa donde, del primer plano del rostro de Elisabet, siguen planos paisajes de piedras mientras se escucha la lectura -, su silencio es un espejo que convierte las palabras de la doctora, de su esposo y de Alma en ecos sordos de ellos mismos, murmullos que apenas alcanzan el contorno de Elisabet, esa línea frágil que la separa de todo lo demás donde apenas la mirada nos mantiene en vilo.
Como en esta escena, donde la música va dejando en sombras el rostro de Elisabet hasta que sólo las pupilas de sus ojos sostengan la sombra - ¿y no es acaso así como nos sostiene el arte? -, la mirada traza la experiencia a partir de esbozos y borrones. La mirada, la de la cámara, la de los personajes y la de nosotros espectadores, se articula como un plano-contraplano que busca su identidad, su continuidad, en el otro, en lo que tiene al frente y lo confronta. En esta necesidad del otro - de sus palabras, de su compañía, de sus gestos -, más que una relación vampírica de succionarle su vida hasta encontrar algo propio, siquiera un amago de reconocimiento, Elisabet y Alma, una en la otra, ya están hechas de estas relaciones, relaciones para continuar sus vidas, casarse y tener hijos, llevar a cabo un papel y terminar la filmación, en fin, seguir trabajando que es seguir actuando. Decir que esta es una relación vampírica sería quedarse con la sangre que chupa Elisabet del brazo de Alma, quedarse con la "nada" que repite Elisabet, sin ver que ya esta no es una relación terrible que ensordece nuestra rutina, sino que permite que la película termine y sigamos viviendo, no sin antes ver la pizca de egoísmo en torno a la que giran nuestras vidas, para creer que la película terminó cuando ya ha ido configurando nuestra manera de ver las cosas, creer que nos ha brindado una mirada aunque también tomó de la nuestra para hacerse visible. Y así como nos preguntamos ¿dónde quedan las miradas de la historia, asomadas en escenas de guerra y protestas, de una mano crucificada, de un cortometraje de los comienzos del cine, de un pene, de un sacrificio, incongruencias que inician la película como una mirada que carga con una historia de imágenes pero que no le interesa detenerse en ellas, sino exhibirlas?, quedamos con la desarmante inquietud de si la película nos ha exhibido a nosotros también, hasta desnudar nuestro aislamiento en estas dos pupilas, fijas, islas, en busca de sentido. Y cuando nos vemos en el espejo, a ratos nos pareciera ser dos mitades diferentes, ser dos rostros, dos reflejos de asimetría que la mirada desea unificar en uno solo.
Viendo de nuevo las imágenes de Persona, ahora como dos segmentos, o dos reflejos de un mismo espejo: a partir de esos días en la playa - los sueños de una estadía - y a través de la reiteración de que estamos ante una película - los sueños de la identidad -, cada una de sus imágenes adquieren la angustia de la ambigüo. No de la vaguedad, esa que permite escapar de lo real. Más bien, son sueños que, al tenerlos dormidos en nosotros e imaginarlos sabiendo que son creación, sí, pero de nuestra más callada intimidad, los soñamos con el placer de encontrar siquiera una textura otra que se quede en nosotros, sin que lo recordemos, como el amanecer que llevamos en nosotros al despertar cada mañana, aunque no lo hayamos visto.
¿Es este sueño, ambiguo como una imagen pero preciso como una pesadilla, en lo que se traduce la identidad? Elisabet y Alma podrían ser vistas - por lo tanto leídas - como metáforas del cuerpo, de la religión, del arte, pero esto sería caer en las trampas de la fe y lo trascendente para evadir lo más íntimo, este abismo que las bordea a ambas, una de otra, una en otra: el silencio, estancia donde cualquier metáfora se renueva al borde de su fragilidad, la imagen. Si hablar con Elisabet es traducir una piedra - como esa lectura que le hace Alma en la playa donde, del primer plano del rostro de Elisabet, siguen planos paisajes de piedras mientras se escucha la lectura -, su silencio es un espejo que convierte las palabras de la doctora, de su esposo y de Alma en ecos sordos de ellos mismos, murmullos que apenas alcanzan el contorno de Elisabet, esa línea frágil que la separa de todo lo demás donde apenas la mirada nos mantiene en vilo.
Como en esta escena, donde la música va dejando en sombras el rostro de Elisabet hasta que sólo las pupilas de sus ojos sostengan la sombra - ¿y no es acaso así como nos sostiene el arte? -, la mirada traza la experiencia a partir de esbozos y borrones. La mirada, la de la cámara, la de los personajes y la de nosotros espectadores, se articula como un plano-contraplano que busca su identidad, su continuidad, en el otro, en lo que tiene al frente y lo confronta. En esta necesidad del otro - de sus palabras, de su compañía, de sus gestos -, más que una relación vampírica de succionarle su vida hasta encontrar algo propio, siquiera un amago de reconocimiento, Elisabet y Alma, una en la otra, ya están hechas de estas relaciones, relaciones para continuar sus vidas, casarse y tener hijos, llevar a cabo un papel y terminar la filmación, en fin, seguir trabajando que es seguir actuando. Decir que esta es una relación vampírica sería quedarse con la sangre que chupa Elisabet del brazo de Alma, quedarse con la "nada" que repite Elisabet, sin ver que ya esta no es una relación terrible que ensordece nuestra rutina, sino que permite que la película termine y sigamos viviendo, no sin antes ver la pizca de egoísmo en torno a la que giran nuestras vidas, para creer que la película terminó cuando ya ha ido configurando nuestra manera de ver las cosas, creer que nos ha brindado una mirada aunque también tomó de la nuestra para hacerse visible. Y así como nos preguntamos ¿dónde quedan las miradas de la historia, asomadas en escenas de guerra y protestas, de una mano crucificada, de un cortometraje de los comienzos del cine, de un pene, de un sacrificio, incongruencias que inician la película como una mirada que carga con una historia de imágenes pero que no le interesa detenerse en ellas, sino exhibirlas?, quedamos con la desarmante inquietud de si la película nos ha exhibido a nosotros también, hasta desnudar nuestro aislamiento en estas dos pupilas, fijas, islas, en busca de sentido. Y cuando nos vemos en el espejo, a ratos nos pareciera ser dos mitades diferentes, ser dos rostros, dos reflejos de asimetría que la mirada desea unificar en uno solo.
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lunes, 9 de mayo de 2011
martes, 3 de mayo de 2011
sábado, 30 de abril de 2011
Por haber vivido, orquestas el absurdo de los sueños
Después de ver Du Levande, curioseando más sobre ella como quien quiere seguir explorando un tesoro que acaba de descubrir, me incomodó un poco que se referían a las historias que tejen la película llamándolas "viñetas", como si cada personaje fuese independiente de los demás o estuviera protagonizando un cortometraje aparte. Y no.
Lo que más me fascina de esta película es cómo va articulando una vida citadina con cada escena, agudizando la mirada en los sueños, temores y deseos de estos personajes. Si son asomos por su brevedad, la agudeza está en cuánta tristeza transmiten las escenas con su paleta de colores (claros casi hasta ser pasteles) que, junto con el humor en las situaciones, conjugan la lentitud y repetición de los personajes, la música, los diálogos, en imágenes de una angustia latente, no sobrecargada.
Estamos ante personajes completos, a los que sólo podemos ver a través de planos generales y usualmente fijos. Pero no porque ellos sean imaginados así, la mirada no deja de atenderlos, de enfocarlos en el centro, concentrando también nuestras sensaciones, nuestras risas, nuestra desesperanza, y así, poco a poco, nuestro propio absurdo. Sí, las historias pueden verse como viñetas de una ciudad similares a las viñetas de una caricatura, pero verlas así sería deshilar la continuidad que conjugan entre ellas, escuchar cada instrumento sin atender que forman parte de una banda fascinante y graciosa, porque todos quieren ser escuchados, pero siempre de una manera distinta, hasta que se atropellan y nos hacen reír, no sin antes con un resabio de cierta amargura.
Vemos la que suponemos una entrada de un edificio, la Planta Baja. Al fondo y en el centro, un ascensor bastante ocupado abre sus puertas metálicas. Un señor está entrando en el edificio. Nadie hace un esfuerzo por permitir que el señor, quien acelera el paso, casi por no dejar, llegue a tiempo. Las puertas se cierran. Automáticamente, el se dispone a subir las escaleras. Es aquí cuando su manera de subirlas hacen notar su cansancio y, en la pared, casi a oscuras, se descubre la penumbra de un aguamarina pastel que en el resto del lugar es más claro. Este subir las escaleras, como quien pasa desapercibido, con un caminar pesado de años, es el germen de la confesión que nos hace el mismo señor luego, cuando descubrimos que es psiquiatra; confesión a nosotros, como un desahogo que la mirada ha descubierto como una necesidad y no un capricho. Así como su caminar, su voz pesa con el cansancio que lo ha agotado entre los anhelos y las tristezas de los otros, entre la capacidad de hacerlos felices y la resignación de acudir a las pastillas, resignación ante el oficio que poco a poco, también, nos ha gastado a nosotros mismos.
Anna, una entre tantas Anna que asoma la película, nos confiesa su sueño. Su confesión parece ser escuchada por los presentes en el bar; tan presentes como anónimos, tan presentes que poco muestran atención a las palabras de Anna, aunque asumimos que escuchan. Anna nos muestra su sueño, entre la música de la guitarra eléctrica que suena evocando el final o el principio de un viaje feliz. ¿Y no es esta la impresión que provoca el esposo de Anna? Nunca queda claro si Micke Larsson existe más allá de Anna. Nadie más parece reconocerlo como lo hace ella. Su primer encuentro parece una casualidad cómplice sólo entre ellos. Mejor, que no quede claro, es más fascinante Micke como sueño y este sueño como la cristalización de un anhelo, una alegría genuina que se asoma en la película como se asoma el público a felicitar a los recién casados, una alegría efímera como tiene que ser toda alegría para ser verdadera. Poco antes de esto, la mirada nos arrima levemente, casi imperceptiblemente, más hacia la ventana. Notamos que el paisaje se desliza por ella como quien va en un carro, pero van en la que parece su habitación, cálida, cómoda. La propia habitación se descubre como un lugar dislocado de la dinámica citadina, una habitación para ellos, y que no puede permanecer fija como los edificios de una ciudad, si queremos atesorarla.
Escojo estas dos escenas como imágenes de confesiones entre sueños, como parte de una mirada que, por el efecto entre su distancia y su ritmo, surge la agudeza de descubrir las contradicciones del día a día citadino. Estas contradicciones se despiertan entre ambigüedades, guiños que pueden pasar desapercibidos por lo sutiles que son, y que me hacen preguntarme si toda la película no es sino un gran sueño compuesto de diversos sueños, por su atmósfera neblinosa en la que se aceptan las situaciones más raras como si fueran variaciones de una misma tristeza y un mismo anhelo. Y si no es un gran sueño, se convierte en una tremenda premonición del sueño que cuenta el primer citadino que vemos, premonición de un cielo que poco vemos a lo largo de la película, hasta el final, aunque incluso aquí, en apariencia se muestra desde un ángulo ambiguo, que no aclara si estamos viendo hacia arriba o hacia abajo. Acaso sea esta una imagen de la ambigüedad que habla de toda la película, sueño o premonición, tristeza y anhelo, orquesta de una ciudad donde incluso para ver el cielo no nos olvidamos de los edificios que nos atraviesan la mirada.
Lo que más me fascina de esta película es cómo va articulando una vida citadina con cada escena, agudizando la mirada en los sueños, temores y deseos de estos personajes. Si son asomos por su brevedad, la agudeza está en cuánta tristeza transmiten las escenas con su paleta de colores (claros casi hasta ser pasteles) que, junto con el humor en las situaciones, conjugan la lentitud y repetición de los personajes, la música, los diálogos, en imágenes de una angustia latente, no sobrecargada.
Estamos ante personajes completos, a los que sólo podemos ver a través de planos generales y usualmente fijos. Pero no porque ellos sean imaginados así, la mirada no deja de atenderlos, de enfocarlos en el centro, concentrando también nuestras sensaciones, nuestras risas, nuestra desesperanza, y así, poco a poco, nuestro propio absurdo. Sí, las historias pueden verse como viñetas de una ciudad similares a las viñetas de una caricatura, pero verlas así sería deshilar la continuidad que conjugan entre ellas, escuchar cada instrumento sin atender que forman parte de una banda fascinante y graciosa, porque todos quieren ser escuchados, pero siempre de una manera distinta, hasta que se atropellan y nos hacen reír, no sin antes con un resabio de cierta amargura.
Vemos la que suponemos una entrada de un edificio, la Planta Baja. Al fondo y en el centro, un ascensor bastante ocupado abre sus puertas metálicas. Un señor está entrando en el edificio. Nadie hace un esfuerzo por permitir que el señor, quien acelera el paso, casi por no dejar, llegue a tiempo. Las puertas se cierran. Automáticamente, el se dispone a subir las escaleras. Es aquí cuando su manera de subirlas hacen notar su cansancio y, en la pared, casi a oscuras, se descubre la penumbra de un aguamarina pastel que en el resto del lugar es más claro. Este subir las escaleras, como quien pasa desapercibido, con un caminar pesado de años, es el germen de la confesión que nos hace el mismo señor luego, cuando descubrimos que es psiquiatra; confesión a nosotros, como un desahogo que la mirada ha descubierto como una necesidad y no un capricho. Así como su caminar, su voz pesa con el cansancio que lo ha agotado entre los anhelos y las tristezas de los otros, entre la capacidad de hacerlos felices y la resignación de acudir a las pastillas, resignación ante el oficio que poco a poco, también, nos ha gastado a nosotros mismos.
Anna, una entre tantas Anna que asoma la película, nos confiesa su sueño. Su confesión parece ser escuchada por los presentes en el bar; tan presentes como anónimos, tan presentes que poco muestran atención a las palabras de Anna, aunque asumimos que escuchan. Anna nos muestra su sueño, entre la música de la guitarra eléctrica que suena evocando el final o el principio de un viaje feliz. ¿Y no es esta la impresión que provoca el esposo de Anna? Nunca queda claro si Micke Larsson existe más allá de Anna. Nadie más parece reconocerlo como lo hace ella. Su primer encuentro parece una casualidad cómplice sólo entre ellos. Mejor, que no quede claro, es más fascinante Micke como sueño y este sueño como la cristalización de un anhelo, una alegría genuina que se asoma en la película como se asoma el público a felicitar a los recién casados, una alegría efímera como tiene que ser toda alegría para ser verdadera. Poco antes de esto, la mirada nos arrima levemente, casi imperceptiblemente, más hacia la ventana. Notamos que el paisaje se desliza por ella como quien va en un carro, pero van en la que parece su habitación, cálida, cómoda. La propia habitación se descubre como un lugar dislocado de la dinámica citadina, una habitación para ellos, y que no puede permanecer fija como los edificios de una ciudad, si queremos atesorarla.
Escojo estas dos escenas como imágenes de confesiones entre sueños, como parte de una mirada que, por el efecto entre su distancia y su ritmo, surge la agudeza de descubrir las contradicciones del día a día citadino. Estas contradicciones se despiertan entre ambigüedades, guiños que pueden pasar desapercibidos por lo sutiles que son, y que me hacen preguntarme si toda la película no es sino un gran sueño compuesto de diversos sueños, por su atmósfera neblinosa en la que se aceptan las situaciones más raras como si fueran variaciones de una misma tristeza y un mismo anhelo. Y si no es un gran sueño, se convierte en una tremenda premonición del sueño que cuenta el primer citadino que vemos, premonición de un cielo que poco vemos a lo largo de la película, hasta el final, aunque incluso aquí, en apariencia se muestra desde un ángulo ambiguo, que no aclara si estamos viendo hacia arriba o hacia abajo. Acaso sea esta una imagen de la ambigüedad que habla de toda la película, sueño o premonición, tristeza y anhelo, orquesta de una ciudad donde incluso para ver el cielo no nos olvidamos de los edificios que nos atraviesan la mirada.
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jueves, 21 de abril de 2011
Bergman: Luz de invierno o "Los comulgantes" (1962)
"Si pudiéramos sentirnos seguros, para atrevernos a demostrar cariño. Si pudiéramos creer en una verdad. Si pudiéramos creer" (Luz de invierno)
Comienza la misa. Unos pocos feligreses, el silencio de sus miradas distraídas. Tomas dice las oraciones respectivas, repetidas por su propia voz como si ella no pudiera sostener su cuerpo, palabras dudosas ahora entre quienes atienden al ritual. Tomas se aferra al artificio de un discurso en el que no confía, Märta se aferra a la fuerza de la palabra.
Ella está consciente del sentimentalismo con que se victimiza ante Tomas, pero su franqueza hace que la palabra sea eco de su cuerpo. La palabra es el instrumento de su fragilidad. Evoco la carta dicha por ella en primer plano (su mirada, ojos que desnudan el dolor ajeno acusando el suyo), expresando las palabras que le ha escrito a Tomas, haciéndonos ver la raíz disecada de nuestro egoísmo, imprimiendo en nosotros (¿a quiénes ven estos ojos si no es a nosotros mismos?) la semilla de una entrega, incierta y a la expetactiva como toda entrega, pero abierta a la vida del alrededor. Märta, rostro desgarrador de la palabra, metáfora de Cristo o imagen del amor, antes que esto, persona que se reconoce como instrumento y por quien la palabra es el reconocimiento de que nombrar implica ceder el cuerpo de uno para el otro. En la mirada de Märta, entre desconciertos, está la certeza de que sus palabras son el instrumento de su propia entrega.
La palabra de Märta carga con su dolor físico, pero no se regodea en él, sino que produce maneras de acercarse y de cuidar a Tomas. Su palabra evoca dolor al mismo tiempo que provoca el alivio de leves certezas, por más que esto la vuelva amargada debido a la frialdad de Tomas.
Quizá, la palabra de él recupere el carácter religioso cuando su misa pierda la voz condescendiente del silencio desde el cual observa todo fríamente y su vocación lo acerque como parte de ese sufrimiento más profundo que vincula a todo ser humano con lo originario (palabra escabrosa que reduciré aquí como todo relato o mito fundacional: religiones, mitologías, tradiciones orales). Cuando la palabra por sí sola un vínculo y no apenas un titubeo. En fin, cuando ella, aunque ya no pueda ser verdad absoluta, sea una verdad a partir del valor que tiene para quien la enuncia. Queda la duda, entonces, de si al final Tomas se ha vuelto a refugiar en la palabra reiterativa de la misa inicial o si ha visto, en la reflexión del sacristán, una esperanza.
Quizá, la palabra de él recupere el carácter religioso cuando su misa pierda la voz condescendiente del silencio desde el cual observa todo fríamente y su vocación lo acerque como parte de ese sufrimiento más profundo que vincula a todo ser humano con lo originario (palabra escabrosa que reduciré aquí como todo relato o mito fundacional: religiones, mitologías, tradiciones orales). Cuando la palabra por sí sola un vínculo y no apenas un titubeo. En fin, cuando ella, aunque ya no pueda ser verdad absoluta, sea una verdad a partir del valor que tiene para quien la enuncia. Queda la duda, entonces, de si al final Tomas se ha vuelto a refugiar en la palabra reiterativa de la misa inicial o si ha visto, en la reflexión del sacristán, una esperanza.
"'Pase lo que pase, tienes que decir tu misa'. Es importante para los feligreses, es más importante aun para ti. Si también es importante para Dios, ya lo veremos. Si no hubiera otro dios que tu esperanza, también sería importante para ese dios" (Ingmar Bergman, Linterna mágica)
jueves, 14 de abril de 2011
Trailer de Du levande o "La comedia de la vida" (2007)
Aquí hay otro trailer, el cual se ve mejor, pero tiene subtítulos en sueco nada más.
Me siguen inquietando tanto las imágenes de esta película. Hay algo dislocado entre lo que hacen los personajes y donde están. Al menos esta es la impresión que me dejan algunas escenas del trailer.
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miércoles, 13 de abril de 2011
Imágenes y sonidos de Yi yi (y 3): Yang Yang
"Lo siento, abuela. No es que no quisiese hablar contigo. Creo que todo lo que pueda decirte debes saberlo ya. Si no, no me lo dirías siempre. Todos dicen que te has ido. Pero tú no me dijiste a dónde ibas. Supongo que es a algún lugar que crees que debería conocer. Pero, Abuela, yo sé muy pocas cosas. ¿Sabes qué quiero hacer cuando sea mayor? Quiero contar a la gente cosas que no sepan. Mostrarles cosas que nunca hayan visto. Será muy divertido. Si lo hago, ¿puedo decirle a todos y llevarlos a que te visiten? Abuela. Te echo de menos. Sobre todo, cuando veo a mi primito recién nacido que aún no tiene nombre. Él me recuerda que tú siempre decías que te sentías vieja. Quiero decirle a mi primito que me siento viejo también".
Yang Yang, su mirada atenta, bajo el silencio de la inocencia, en su flux nos deja la vaga impresión, y por vaga nos engaña con ternura sin darnos cuenta de que nos prepara para la fragilidad incontenible de las lágrimas, de que un pequeño hombre entra en la sala. Su curiosidad, la de sus ojos, la de sus travesuras, la de sus preguntas, encanta como el placer de jugar. De hecho, acudimos a sus jugueteos de amor como la conformación de un clima, la atmósfera de calma que la vida de cada personaje ha ido enhebrando en imágenes, cada imagen es un gesto, parsimonioso sí, pero vital, de los compases que componen la música que es esta película, retrato de una familia que a la vez es la vida de un personaje desgajada en la edad de los personajes. ¿Acaso son estas las lágrimas que nos traen las palabras de Yang Yang: la vejez de su abuela no dista de la suya propia? Las imágenes desentrañables de cada familiar nos descubren que acudimos a la muerte de la abuela con el mismo desasosiego que siente un niño al descubrir el mundo envuelto y desenvuelto en él. ¿Acaso Yang Yang rechaza hablar con ella en la cama por esto, por lo que desarma la enfermedad en el cuerpo de cualquiera? Poco importan las razones, sino las maneras. ¡Y cómo (nos) lee, voz, susurro a la expectativa, palabras que se tropiezan con preguntas correteando respuestas! La mirada de Yang Yang atiende a su abuela, casi como si esperara que ella le respondiese, así como la película atiende a las circunstancias de N. J., Min Min, Ting Ting con humor y delicadeza, pero hay una liviandad que encausa a todos los personajes en este diálogo (sí, es el monólogo de Yang Yang y aun así sus palabras encarnan la generosidad y entendimiento de una conversación) que los reduce a ausencias como las sillas vacías al fondo del niño. Al final, acudimos a la muerte como atendemos a las pérdidas del día a día.
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sábado, 9 de abril de 2011
miércoles, 6 de abril de 2011
domingo, 3 de abril de 2011
Du Levande (Roy Andersson, 2007) Suecia
Título: Du levande (Tú, viviente) o La Comedia de La Vida (2007)
País: Suecia
Dirección y guión: Roy Andersson
Actores: Jessika Lundberg, Elisabeth Helander, Björn Englund, Leif Larsson, Olle Olson, Kernal Sener.
Género: Comedia dramática
Música: Bonnie Moten¨s Kansas City Orchestra
Du levande es una mirada sobre la existencia humana desde el punto de vista de varios personajes: una mujer con sobrepeso, un psiquiatra, un carpintero, una profesora de educación infantil y su marido vendedor de alfombras entre muchos otros.
Es una película rara que cuenta en 50 sketches, a veces interconectados, situaciones de la vida cotidiana. Paseándose por los motivos que nos mueven a todos: música, amor, la madre, la familia, el bar o el hijo mantenido.
Filmada con actores no profesionales y con un look algo extraño Du Levande nos enseña un poco a saber, sino a engañarnos, lo simple y cotidiana construcción de nuestra vida.
Esta película rinde homenaje a la vida, es decir, a nosotros...
Pero ¿Quién se salva de no reflejarse?
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"Hasta para hablar de uno mismo hay que investigar" (Franco de Peña)
En los minutos a lo largo de cada día hay palabras que acompañan tu camino, como sorpresas de la mirada vestidas de casualidades, palabras, imágenes, frases, puñados de imaginación y pensamiento, aquello que preferimos llamar 'tema', aunque nos provoque una curiosidad mucho más allá de lo académico de este término.
Y así se inició esta semana (o así me pareció que se iniciaba lo que es un constante continuo), metiéndome en la investigación que emprende Benjamín Esposito en El Secreto de sus Ojos (2009) de Juan José Campanella, investigación de un crimen, que a la vez se descubre investigación de una pasión y de su escritura. Habría que detenerse en cuáles son las diferencias entre pasión y escritura, si es que las hay. ¿Acaso no son ambas bifurcaciones y cruces de una investigación? La pasión define nuestro movimiento y, sin darnos cuenta, el movimiento interior de los días. Es aquí donde queda cuajado el hacer (el de cualquier oficio: social, legal, literario, económico, en fin, vital) y donde se gesta el sentido de justicia que la película retrata con una precisión aterradora. Llegamos al final desamparados por la credibilidad, nos creíamos armados de un sentido de justicia, al borde de la novela de Benjamín que queda como referencia y comentario entre personajes, en el centro de dos amores, el del crimen y el de la investigación, en el descubrimiento de una imagen que se revela con la fuerza de la ambigüedad, la evocación: las pasiones, en el descuido de las sombras, nos vuelven serviles hasta volvernos verdugos de nuestra propia condición de esclavos. La angustia se agolpó como ahogo de piedras que apenas contenía en mi garganta: ¿estamos sometidos a llevar a cabo nuestra justicia, indefensos ante una justicia mayor como la legal, sin importar lo que la crueldad haga peligrar en los demás y en nosotros mismos?
Estas imágenes, de la pasión como motor de cada persona, como gestación de una obra, como germen de la vida, estuvieron merodeando los días de esta semana, cuajando las reflexiones que me dejó la película hasta convertirlas en impresiones, incluso en descubrimiento cuando, el miércoles, en una clase magistral de Franco de Peña sobre dirección de actores partiendo de su Your Name is Justine (2005) o "Atrapada", como la tradujeron aquí, dijo que "hasta para hablar de uno mismo hay que investigar". Tal vez la sencillez de la frase habría hecho que se me escapara en otro momento, pero las impresiones que traía despertaron más curiosidad en mí, como a veces lo que transcurre a lo largo del día que nos hace recordar un sueño de anoche o de alguna noche. Curioseando en la palabra investigar, me percato por el diccionario que proviene de vestigio, en latín "planta del pie", "suela", "huella", por lo tanto, seguir las huellas de los pies, y de inmediato viene, casi caricaturizada, la imagen del detective con la lupa hacia el suelo. Pero la frase del director me cita hacia otros pasos, me devuelve a los pasos de El Secreto de sus Ojos, la investigación como búsqueda de una pasión, la que hurga con atención, nunca desde la distancia, sino dentro de uno como el paleontólogo que, apenas con un pincel, va descubriendo un fósil de un esqueleto incierto. No es el tamaño o la fuerza lo que importa de un instrumento, sino cómo este nos usa para trabajar. Lo vívido se fija en los ojos hasta que se transforma en nuestra mirada (o nos transforma en mirada). La mirada es el primer gesto de la pasión. Cuando caemos en cuenta de esto, las impresiones se hacen más inasibles. Si, como dicen, los ojos son la ventana del alma, lo son como estas puertas de suelo que contienen un sótano asomado en el misterio de las escaleras, a la expectativa, en la mudez de la oscuridad
Y así se inició esta semana (o así me pareció que se iniciaba lo que es un constante continuo), metiéndome en la investigación que emprende Benjamín Esposito en El Secreto de sus Ojos (2009) de Juan José Campanella, investigación de un crimen, que a la vez se descubre investigación de una pasión y de su escritura. Habría que detenerse en cuáles son las diferencias entre pasión y escritura, si es que las hay. ¿Acaso no son ambas bifurcaciones y cruces de una investigación? La pasión define nuestro movimiento y, sin darnos cuenta, el movimiento interior de los días. Es aquí donde queda cuajado el hacer (el de cualquier oficio: social, legal, literario, económico, en fin, vital) y donde se gesta el sentido de justicia que la película retrata con una precisión aterradora. Llegamos al final desamparados por la credibilidad, nos creíamos armados de un sentido de justicia, al borde de la novela de Benjamín que queda como referencia y comentario entre personajes, en el centro de dos amores, el del crimen y el de la investigación, en el descubrimiento de una imagen que se revela con la fuerza de la ambigüedad, la evocación: las pasiones, en el descuido de las sombras, nos vuelven serviles hasta volvernos verdugos de nuestra propia condición de esclavos. La angustia se agolpó como ahogo de piedras que apenas contenía en mi garganta: ¿estamos sometidos a llevar a cabo nuestra justicia, indefensos ante una justicia mayor como la legal, sin importar lo que la crueldad haga peligrar en los demás y en nosotros mismos?
Estas imágenes, de la pasión como motor de cada persona, como gestación de una obra, como germen de la vida, estuvieron merodeando los días de esta semana, cuajando las reflexiones que me dejó la película hasta convertirlas en impresiones, incluso en descubrimiento cuando, el miércoles, en una clase magistral de Franco de Peña sobre dirección de actores partiendo de su Your Name is Justine (2005) o "Atrapada", como la tradujeron aquí, dijo que "hasta para hablar de uno mismo hay que investigar". Tal vez la sencillez de la frase habría hecho que se me escapara en otro momento, pero las impresiones que traía despertaron más curiosidad en mí, como a veces lo que transcurre a lo largo del día que nos hace recordar un sueño de anoche o de alguna noche. Curioseando en la palabra investigar, me percato por el diccionario que proviene de vestigio, en latín "planta del pie", "suela", "huella", por lo tanto, seguir las huellas de los pies, y de inmediato viene, casi caricaturizada, la imagen del detective con la lupa hacia el suelo. Pero la frase del director me cita hacia otros pasos, me devuelve a los pasos de El Secreto de sus Ojos, la investigación como búsqueda de una pasión, la que hurga con atención, nunca desde la distancia, sino dentro de uno como el paleontólogo que, apenas con un pincel, va descubriendo un fósil de un esqueleto incierto. No es el tamaño o la fuerza lo que importa de un instrumento, sino cómo este nos usa para trabajar. Lo vívido se fija en los ojos hasta que se transforma en nuestra mirada (o nos transforma en mirada). La mirada es el primer gesto de la pasión. Cuando caemos en cuenta de esto, las impresiones se hacen más inasibles. Si, como dicen, los ojos son la ventana del alma, lo son como estas puertas de suelo que contienen un sótano asomado en el misterio de las escaleras, a la expectativa, en la mudez de la oscuridad
lunes, 28 de marzo de 2011
Imágenes y sonidos de Yi yi (2)
- Pero la misma mano sudorosa"
La mirada de Edward Yang, desde la sencillez de dos diálogos yuxtapuestos, el del padre y su amante de la juventud, y el de la hija y su amante (¿además, acaso, dos estados del amor: el de la juventud que vuelve actualizando la acepción que le damos ahora al amante, de "engaño", y la acepción genuina de amante: quien ama que es quien está conociendo, descubriendo?), desde la sencillez de un paseo por una ciudad que no los escucha, que los mantiene alejados, rodeados de transeúntes anónimos, y que lo que nos devuelve su intimidad es sus voces tan cercanas a nosotros, nos brinda estos ciento ochenta grados de la nuca que somos incapaces de ver en la cotidianidad. De un presente que no recuerda el lugar de un agarrarse de manos, la voz del padre nos devuelve a la intimidad del pasado a través del presente de la hija, evocador aunque nos amenace con pasar desapercibido.
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sábado, 26 de marzo de 2011
Director del mes: Ingmar Bergman
"El hecho melancólico acerca de la creación artística es que sólo una pequeña parte de ella llega a meterse realmente bajo la piel del público. Como máximo, puede ofrecer a la gente un codazo momentáneo en una u otra dirección" ("Conversaciones con Bergman", 1970)
Nace el 14 de Julio, 1918 en Uppsala, Suecia - Muere el 30 de Julio, 2007 en Faro, Suecia
Guionista, director de cine y de teatro, novelista
"No tengo respuestas; sólo tengo preguntas. No estoy muy dotado para dar respuestas" ("Ingmar Bergman dirige", 1972).
De su filmografía, que atraviesa casi seis décadas, veremos, en un primer acercamiento:
Luz de invierno o Los comulgantes (1963)
Persona (1966)
Gritos y susurros (1972)
Sonata de Otoño (1978)
"El cine es como la música en el sentido de que soslaya la razón y apunta directamente a las emociones. Stravinsky dijo una vez que él nunca ha comprendido la música, sólo la ha sentido, y en el momento en que se pide a alguien que comprenda una película, puede estar seguro de que es un inmenso fracaso" ("La voz de Bergman", 1997)
En sus películas hay una franqueza que llega; directamente hacia el egoísmo de los personajes apuntando con una precisión inquebrantable al nuestro propio -y si hay algo que se quiebre, es nuestra voz y nuestras certezas-, y subrepticiamente hacia una posible reconciliación con los demás.
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domingo, 20 de marzo de 2011
Breve Historia de Créditos Iniciales
A Brief History of Title Design from Ian Albinson on Vimeo.
Continuando la semana de videos, ¡fascinante trabajo de selección y edición para mostrar y sugerir los títulos iniciales del cine nortamericano!
A veces se pasa por alto cuán importantes son los créditos iniciales para ir asomando la atmósfera y el ritmo de la película. Desde la sencillez de los créditos para las películas de Woody Allen hasta los créditos más juguetones de películas de género, son la primera relación entre nuestra mirada y lo que nos ofrece la pantalla.
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miércoles, 16 de marzo de 2011
Trailer de Caverna de Sueños Olvidados (Werner Herzog, 2011)
Ya el trailer, por sus imágenes, eleva bastante las expectativas. Los tremendos elogios de las críticas también entusiasman. He visto muy pocos documentales por falta de interés precisamente debido a que estos pocos vistos me parece cansones en la llaneza de su manipulación
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domingo, 13 de marzo de 2011
jueves, 10 de marzo de 2011
Dreyer: Ordet (1955) & Gertrud (1964)
Ordet o La Palabra es un estado de fe. Pero este es un estado de fe que atraviesa al cuerpo. No es la fe ciega, sino esta que se hace palpable a través de la atmósfera de las circunstancias. Verla se siente tan extenuante como cuando atravieso un esfuerzo físico, como el dolor que siente una mujer pariendo (¿y es que acaso dar a luz no es someter al cuerpo a un dolor intenso que hace germinar vida? ¿no es este el germen natural de la creación?). Las escenas con Johan se asemejan a un trance, un dolor del cual nos previenen, pero que igual se va apoderando de nuestro cuerpo hasta dejarnos indefensos. La película va creando un estado de fe, pero no únicamente desde la trascendencia del milagro (ya hemos sido avisados y esta previsión o predicción prepara nuestra conciencia, sólo que la invidualidad no se hace nada más con la mente), sino, y sobre todo, desde la preparación de nuestro cuerpo a partir del pendular sonido del reloj, el eco quejumbroso del viento, los jadeos que escuchamos de un dolor que nunca vemos y los diálogos entre el doctor, Mikkel, Johan, Morten y Maren, palabras que buscan un consuelo o palabras seguras de lo que viene. Ordet tiene la sobriedad de un rezo, tiene la apertura que brinda la actitud del comulgante, no por creer, rezar e ir a misa, sino por la expansividad de su cuerpo hacia su alrededor. Al final, en este trance del cuerpo emerge una vuelta a la casa del mundo, a esta casa primera hace tiempo olvidada entre ruinas de casas fallidas por el hombre.
Gertrud es un estado de amor. Los sueños y los recuerdos de Gertrud están cargados del poder evocador y provocador del tiempo, de la memoria y de las cosas. Hay una espesura en el ritmo de la película que le brinda a las situaciones ecos oníricos, casualidades del cuerpo que terminan resonando como intermitencias del corazón, palabras que delatan lo que los espejos no reflejan. Gertrud seduce estados de amor, pero terminan escurriéndose en nuestra memoria como evocaciones de recuerdos que cuajan como la llama del fuego, frágiles, como el reflejo del espejo, posibilidades del cuerpo. Los encuentros por los que transcurre Gertrud (como si fuera granos de un tiempo enarenado, coagulado) son equívocos de la mirada, gestos esquivos hacia algo que ella nunca deja de buscar, corporalidad casi indiferente por la conciencia de que la búsqueda es infructuosa. Y, cuando hay atisbos de un descubrimiento y los amantes se ven cara a cara, no pueden vernos de frente a nosotros, sólo de perfil, como si su rostro sólo pudiera ser una verdad a medias, el asomo de lo que se convierte poco a poco en recuerdo. Este es el encanto de Gertrud, su fuerza evocadora, su transformación inevitable en memoria, en materia frágil del cuerpo (como si el espejo que es la memoria refractara lo que ya nace frágil), así como en Ordet la fe trasciende a través de la recuperación del cuerpo o como en La pasión de Juana de Arco el rostro es el único alcance a la verdad.
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Carl Theodor Dreyer,
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Gertrud,
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lunes, 7 de marzo de 2011
Nuestra película favorita de 2010
Toy Story 3 (Lee Unkrich, 2010)
Elenco de voces: Tim Allen, Tom Hanks, Joan Cusack, Don Rickles, Ned Beatty, Michael Keaton
Intensamente insuperable. Un abanico de emociones y sentimientos: felicidad, tristeza, nostalgia. Una película animada que nos reencontrará con el Andy que todos hemos sido: despidiéndonos de eso que tanto amamos. Bye bye, infancia. Admiren pues al inquebrantable ser que no se deshoje en lágrimas con la tercera entrega de Toy Story. Lloramos, reímos, cantamos. Y adoramos la versión españoleta de Buzz. Yo soy tu amigo fiel, ¡y olé! (Manuela)
Elenco de voces: Tim Allen, Tom Hanks, Joan Cusack, Don Rickles, Ned Beatty, Michael Keaton
Intensamente insuperable. Un abanico de emociones y sentimientos: felicidad, tristeza, nostalgia. Una película animada que nos reencontrará con el Andy que todos hemos sido: despidiéndonos de eso que tanto amamos. Bye bye, infancia. Admiren pues al inquebrantable ser que no se deshoje en lágrimas con la tercera entrega de Toy Story. Lloramos, reímos, cantamos. Y adoramos la versión españoleta de Buzz. Yo soy tu amigo fiel, ¡y olé! (Manuela)
La película juega fluidamente con un manojo de impresiones. Mantiene las aventuras de los juguetes y de la infancia. La primera escena es un homenaje a la imaginación de cualquier niño que corretea y fantasea las misiones más descabelladas (nunca inverosímiles en su mente, siempre hechas posibles por sus juguetes). Estas aventuras nos divierten con el humor de los juguetes que ya hemos conocido a lo largo de quince años, con las novedades de esta entrega (el encuentro entre Barbie y Ken, así como el armario de este son dos de los momentos más graciosos de la película, pero no pueden dejarse atrás el Nené Nenuco o el Oso Maloso que "¡hasta huele a frutillas!"). En esta trilogía de infancia y juguetes, el humor es clave para sopesar lo que podría caer en simple ternura. Y es que sigue inquietándome la naturalidad de la animación de los juguetes en contraste con los rasgos más simples de los personajes humanos, como si nos estuviera invitando a hacer más empatía con los juguetes que con los humanos. Hay una cercanía que se hace palpable cuando veo los rasgos, la textura, los accesorios, en general, todos los detalles de cada juguete, como si toda la vida, las fantasías, aventuras y emociones estuvieran volcadas sobre los juguetes y el juego que ellos permiten. Al final, una de las sorpresas de la trilogía es que el crecimiento de Andy está plasmado, no sólo en su crecimiento físico o en la transformación de su cuarto, también, y sobre todo, en las circunstancias donde se ven envueltos los juguetes en cada película. Podría fantasearse, como interpretación, que las aventuras de los juguetes pertenecen a los sueños y fantasías de Andy. Que al menos esto sea una lectura posible para las películas es una maravilla a las sutilezas escondidas en sus chistes y en la infancia de cada uno de nosotros que evocamos a través de la película.
Al mismo tiempo, junto con las aventuras y el humor, nos angustia (algunos dirán que excesivamente) con la posible muerte de los juguetes. Y, finalmente, nos prepara para la despedida. En esto, la nostalgia por nuestra propia infancia nos deshace en lágrimas, pero se trata también de una trilogía que nos ha regalado aventuras y juguetes entrañables. Con el final, recordamos la despedida de nuestra infancia y, una vez más, nos volvemos a despedir de ella a través de estos juguetes que nos han acompañado como los nuestros nos acompañaron. La trilogía de Toy Story plasma el transcurso de la vida de alguien desde la aparente ligereza de nuestra infancia. Como cierre, Toy Story 3 nos muestra los conflictos de la muerte a partir de un adiós a lo que fuimos en la niñez, a lo que somos/dejamos de ser a través de las cosas que nos amarran mientras nos muestra otras maneras (tremendas sin satanizarlas) de jugar (Eduardo).
Puesto #2 de nuestras películas favoritas de 2010
The Social Network o "Red Social" (David Fincher, 2010)
Elenco: Jesse Eisenberg, Andrew Garfield, Justin Timberlake, Armie Hammer, Roonie Mara
Definitivamente marca una era. Es esa película que algún día le querremos mostrar a nuestros hijos y nietos para que entiendan cómo era nuestro modo de vida tecnológicamente primitivo, cómo mal gastábamos nuestro precioso tiempo cuando éramos jóvenes y bonitos, cómo empezamos a combinar vida real con vida virtual. Ese film condimentado por la excepcional actuación de Jesse Eisenberg –el chico de 27 que aparenta 20–; el de interpretación magistral: tan nerd que espanta y encanta. (Des)agradable Mark Zuckerberg, creador de Facebook, Dios te guarde en su club privado. Y cómo no recordar a un Justin Timberlake sin N’Sync o Cry me a river: a un Justin que no es Justin sino el creador de Napster –Sean Parker, el que llevó a pique la industria discográfica mundial–; un personaje al que admiramos/detestamos, lamentando el menos de 1% en las acciones de Eduardo Saverin. Un film que, sin duda, hará que más de uno busque “Mark Zuckerberg” en Wikipedia y, por supuesto, en Facebook (Manuela Moore).
Demasiado se ha dicho de que Red Social no es una obra maestra, a pesar de lo muy bien hecha que esté. Estoy de acuerdo que, en principio, no lo es, sobre todo por la falta de composición de la imagen de la cual carece la película. Pero lo que le hace falta en la composición de la escena, lo compensa en la composición de toda la narración de la historia. Ella de desenvuelve con un ritmo fascinante; la música cabalga la edición con una fluidez contagiosa y con el humor de un guión observador, a pesar de que los diálogos parezcan atropellados (y, sí, Zuckerberg parece estar disparando sus palabras, pero la película compensa esto y no retrata a esta juventud con la simpleza de jóvenes irresponsables y pedantes, sino con la agudeza de jóvenes que codifican la vida virtual desde su propia dinámica universitaria). Así, la dirección conjuga el guión, el elenco y la música con una edición detallada que nos atrapa con la primera reunión de Sean Parker, nos desagrada junto con Erica ante la actitud de Mark y nos engancha con el engaño donde cae Eduardo Saverin. Y, por encima de esta entrega comprometida de parte de todos que le ofrece matices a la película, sí está la observación de la película de cómo trabaja la sociedad del éxito, cómo se marca una "nueva era" a partir del retrato de la juventud que la impulsa, juventud que crece teniendo la impresión de que cada uno de sus pensamientos es digno de publicar en la retórica del blog, en la virtualidad de su perfil, en fin, hacerse un espectáculo propio, pero sobre todo virtual. Ahora nosotros mismos podemos ser estrellas de nuestro propio espectáculo, aislados en nuestras computadoras y ociosos de un tiempo que antes parecía perdido y ahora redefine nuestra manera de relacionarnos. Esta es la sociedad del ahora, de estar actualizado, del botón refresh pulsado una y otra vez, de lo que necesita ser constantemente novedad. Puede que la película sencillamente necesite tiempo para consolidar su status de obra maestra. O sencillamente, nunca lo sea. Y, aun así, cómo se siente en ella la agudeza de un Ciudadano Kane o de una Eva al Desnudo por más que ellas hayan hecho lo suyo, no sólo aprovechando los alcances del cine, sino transformándolos (Eduardo).
Elenco: Jesse Eisenberg, Andrew Garfield, Justin Timberlake, Armie Hammer, Roonie Mara
Definitivamente marca una era. Es esa película que algún día le querremos mostrar a nuestros hijos y nietos para que entiendan cómo era nuestro modo de vida tecnológicamente primitivo, cómo mal gastábamos nuestro precioso tiempo cuando éramos jóvenes y bonitos, cómo empezamos a combinar vida real con vida virtual. Ese film condimentado por la excepcional actuación de Jesse Eisenberg –el chico de 27 que aparenta 20–; el de interpretación magistral: tan nerd que espanta y encanta. (Des)agradable Mark Zuckerberg, creador de Facebook, Dios te guarde en su club privado. Y cómo no recordar a un Justin Timberlake sin N’Sync o Cry me a river: a un Justin que no es Justin sino el creador de Napster –Sean Parker, el que llevó a pique la industria discográfica mundial–; un personaje al que admiramos/detestamos, lamentando el menos de 1% en las acciones de Eduardo Saverin. Un film que, sin duda, hará que más de uno busque “Mark Zuckerberg” en Wikipedia y, por supuesto, en Facebook (Manuela Moore).
Demasiado se ha dicho de que Red Social no es una obra maestra, a pesar de lo muy bien hecha que esté. Estoy de acuerdo que, en principio, no lo es, sobre todo por la falta de composición de la imagen de la cual carece la película. Pero lo que le hace falta en la composición de la escena, lo compensa en la composición de toda la narración de la historia. Ella de desenvuelve con un ritmo fascinante; la música cabalga la edición con una fluidez contagiosa y con el humor de un guión observador, a pesar de que los diálogos parezcan atropellados (y, sí, Zuckerberg parece estar disparando sus palabras, pero la película compensa esto y no retrata a esta juventud con la simpleza de jóvenes irresponsables y pedantes, sino con la agudeza de jóvenes que codifican la vida virtual desde su propia dinámica universitaria). Así, la dirección conjuga el guión, el elenco y la música con una edición detallada que nos atrapa con la primera reunión de Sean Parker, nos desagrada junto con Erica ante la actitud de Mark y nos engancha con el engaño donde cae Eduardo Saverin. Y, por encima de esta entrega comprometida de parte de todos que le ofrece matices a la película, sí está la observación de la película de cómo trabaja la sociedad del éxito, cómo se marca una "nueva era" a partir del retrato de la juventud que la impulsa, juventud que crece teniendo la impresión de que cada uno de sus pensamientos es digno de publicar en la retórica del blog, en la virtualidad de su perfil, en fin, hacerse un espectáculo propio, pero sobre todo virtual. Ahora nosotros mismos podemos ser estrellas de nuestro propio espectáculo, aislados en nuestras computadoras y ociosos de un tiempo que antes parecía perdido y ahora redefine nuestra manera de relacionarnos. Esta es la sociedad del ahora, de estar actualizado, del botón refresh pulsado una y otra vez, de lo que necesita ser constantemente novedad. Puede que la película sencillamente necesite tiempo para consolidar su status de obra maestra. O sencillamente, nunca lo sea. Y, aun así, cómo se siente en ella la agudeza de un Ciudadano Kane o de una Eva al Desnudo por más que ellas hayan hecho lo suyo, no sólo aprovechando los alcances del cine, sino transformándolos (Eduardo).
Puesto #3 de nuestras favoritas de 2010
Obsluhoval jsem anglického krále o "Yo Serví al Rey de Inglaterra" (Jirí Menzel, 2006)
Elenco: Ivan Barnev, Oldrich Kaiser, Julia Jentsch, Marián Labuda
Manuela: Yo serví al rey de Inglaterra es un hombre mirándose al espejo, reconociendo su pasado, admirando sus recuerdos como un álbum fotográfico. Mirando un pasado en donde lo material lo es todo desde un presente donde el protagonista no tiene nada material, donde lo que realmente importa no puede comprarse.
Eduardo: Sí, Manu, aunque habría que estar atentos a que siempre se necesitan los espejos, como Jan colecciona espejos en la cabaña. "Verme a mí mismo es suficiente", sí, pero ni siquiera las reflexiones de un hombre sentado ante su pasado es suficiente cuando no hay objetos en los que reflejarse, sin estas reflexiones de imagen.
Manuela: Lo de los espejos es hermoso.
Eduardo: A mí lo que me parece más fascinante de la película es esta imagen de los espejos. Es como si cada época de la película le devolviese al protagonista, ya envejecido, reflejos amargos o evocadores de sus sueños. Y, a su vez, con cada una de sus amantes, él les devuelve un reflejo de cómo las ha amado. Para mí los espejos articulan todos los aspectos de la película a través de una serie de reflexiones; reflexiones de imágenes, de temas, de épocas y de personajes.
Damián: La película iba muy bien hasta que aparece la guerra.
Manuela: Porque la guerra lo lleva todo a la mierda, pero luego vive del recuerdo ¿no?
Eduardo: Por esa sucesión de reflexiones (insisto, no sólo temáticas, sino imaginales), no me molesta en lo absoluto la guerra. La guerra es la consecuencia natural de la actitud de Jan hacia la vida, la actitud de los checos, como él mismo señala, "de no ir a la guerra". La indiferencia hacia su propio país los lleva a la guerra; una guerra a la que, igual, Jan ve a través de ideales: sea el ideal patriótico cuidadosamente parodiado en el personaje de su esposa, o seal el ideal económico que él mismo alcanza en ese gesto tan pedante de montar dinero en la pared del hotel que compra.
Moisés: Y también se ve cuando se hace pasar por alemán, cuando se “nazionaliza”.
Manuela: Qué asco me dio eso. A mí me costó reírme.
Moisés: Es demasiado cómico: lo trataban como un alemán de “segunda categoría” y él ahí solo en un busca de ese “ideal”.
Manuela: Pobre Jan. Era un masoquista.
Eduardo: ¿Acaso, con cierta complicidad sí, pero no sentimos la misma repugnancia hacia él cuando pega el dinero en la pared como la que sentimos hacia su esposa con sus ideales nazis? Hay un dejo de superioridad y de estupidez tanto en su búsqueda por el dinero como en la búsqueda de ideales patrióticos. Y, aun así, la película se cuida de no parodiar demasiado a sus personajes ni las situaciones en las que se ven envueltos. No hay condescendencia en su mirada y, más que ternura, es una agudeza para descubrir el humor y la amargura (no la del reproche, sino la de la tristeza en lo que nos hemos tardado en descubrir como error) en Jan.
Manuela: Sí, bueno, pero ya a Jan le teníamos cariño. Me pareció infantil, pero no repugnante. Porque realmente Jan es como un niño, un niño que quiere más y más dulces, que quiere seguir jugando.
Moisés: Sí, en comparación con el Jan mayor que vemos a cada rato y nos está mostrando sus errores.
Manuela: La cárcel funciona como esas cachetaditas que queríamos darle, evidentemente lo hace reflexionar y madurar.
Eduardo: Para mí no es una cuestión de madurez (sería olvidar los atisbos de inocencia en su mirada y de juego en su sonrisa), ni de una oposición joven/viejo (habría que notar cómo incluso los tonos opacos casi sepia de las escenas de su vejez conservan una alegría que va más allá de la nostalgia y la iluminación de sus escenas de juventud es tan brillante que a ratos nos recuerda el carácter ideal de varias circunstancias), sino de una mirada compleja hacia su vida. No es que la cárcel lo haga madurar, porque ha sido antes que la amargura de esta conciencia de reflexiones me hace un nudo en la garganta. Es que la cárcel es otro de sus reflejos, incapaz de que fuese reflexión si no existiesen las demás situaciones en su vida. La película capta los matices de cada uno de sus trabajos, de cada una de sus amantes, de cada uno de sus anhelos como si fuera cada moneda con la que él se burla de los demás.
Damián: La película es una excelente parodia que se exacerba en la imagen de la guerra y arruina su final. No es que quiso hacer de eso un símbolo, más bien me parece el extraño fenómeno ese de tiempo que se observa en tantas películas, pecan de inmediatez hacia el final.
Eduardo: El final es lo más arrollador de la película, con su encanto de alegría efímera, todavía con las lágrimas y la amargura, por esto mismo, alegría reafirmante. No me atrevería a decir que es un final feliz, sino el final de un hombre consciente de que la alegría nada tiene que ver con la amargura del que posee, sino con la sonrisa de quien está desprovisto de posesiones.
Moisés: La película es una constante reflexión de un país que mira su pasado. Y que a pesar de los errores cometidos, construye a partir de las cenizas algo nuevo. Creo que sin profundizar mucho y sin saber mucho del problema checo, hay algo de la forma de la identidad nacional que está presente en la película. Como si fuera una reflexión interna, somos así, porque fuimos esto, pero a pesar de ello, se puede construir algo.
Eduardo: Estoy totalmente de acuerdo con lo que dices, Moisés. El espejo siempre devuelve una posibilidad también y esto nunca lo olvida la película. Somos así: fuimos así: ¿podemos ser otros?
Elenco: Ivan Barnev, Oldrich Kaiser, Julia Jentsch, Marián Labuda
Manuela: Yo serví al rey de Inglaterra es un hombre mirándose al espejo, reconociendo su pasado, admirando sus recuerdos como un álbum fotográfico. Mirando un pasado en donde lo material lo es todo desde un presente donde el protagonista no tiene nada material, donde lo que realmente importa no puede comprarse.
Eduardo: Sí, Manu, aunque habría que estar atentos a que siempre se necesitan los espejos, como Jan colecciona espejos en la cabaña. "Verme a mí mismo es suficiente", sí, pero ni siquiera las reflexiones de un hombre sentado ante su pasado es suficiente cuando no hay objetos en los que reflejarse, sin estas reflexiones de imagen.
Manuela: Lo de los espejos es hermoso.
Eduardo: A mí lo que me parece más fascinante de la película es esta imagen de los espejos. Es como si cada época de la película le devolviese al protagonista, ya envejecido, reflejos amargos o evocadores de sus sueños. Y, a su vez, con cada una de sus amantes, él les devuelve un reflejo de cómo las ha amado. Para mí los espejos articulan todos los aspectos de la película a través de una serie de reflexiones; reflexiones de imágenes, de temas, de épocas y de personajes.
Damián: La película iba muy bien hasta que aparece la guerra.
Manuela: Porque la guerra lo lleva todo a la mierda, pero luego vive del recuerdo ¿no?
Eduardo: Por esa sucesión de reflexiones (insisto, no sólo temáticas, sino imaginales), no me molesta en lo absoluto la guerra. La guerra es la consecuencia natural de la actitud de Jan hacia la vida, la actitud de los checos, como él mismo señala, "de no ir a la guerra". La indiferencia hacia su propio país los lleva a la guerra; una guerra a la que, igual, Jan ve a través de ideales: sea el ideal patriótico cuidadosamente parodiado en el personaje de su esposa, o seal el ideal económico que él mismo alcanza en ese gesto tan pedante de montar dinero en la pared del hotel que compra.
Moisés: Y también se ve cuando se hace pasar por alemán, cuando se “nazionaliza”.
Manuela: Qué asco me dio eso. A mí me costó reírme.
Moisés: Es demasiado cómico: lo trataban como un alemán de “segunda categoría” y él ahí solo en un busca de ese “ideal”.
Manuela: Pobre Jan. Era un masoquista.
Eduardo: ¿Acaso, con cierta complicidad sí, pero no sentimos la misma repugnancia hacia él cuando pega el dinero en la pared como la que sentimos hacia su esposa con sus ideales nazis? Hay un dejo de superioridad y de estupidez tanto en su búsqueda por el dinero como en la búsqueda de ideales patrióticos. Y, aun así, la película se cuida de no parodiar demasiado a sus personajes ni las situaciones en las que se ven envueltos. No hay condescendencia en su mirada y, más que ternura, es una agudeza para descubrir el humor y la amargura (no la del reproche, sino la de la tristeza en lo que nos hemos tardado en descubrir como error) en Jan.
Manuela: Sí, bueno, pero ya a Jan le teníamos cariño. Me pareció infantil, pero no repugnante. Porque realmente Jan es como un niño, un niño que quiere más y más dulces, que quiere seguir jugando.
Moisés: Sí, en comparación con el Jan mayor que vemos a cada rato y nos está mostrando sus errores.
Manuela: La cárcel funciona como esas cachetaditas que queríamos darle, evidentemente lo hace reflexionar y madurar.
Eduardo: Para mí no es una cuestión de madurez (sería olvidar los atisbos de inocencia en su mirada y de juego en su sonrisa), ni de una oposición joven/viejo (habría que notar cómo incluso los tonos opacos casi sepia de las escenas de su vejez conservan una alegría que va más allá de la nostalgia y la iluminación de sus escenas de juventud es tan brillante que a ratos nos recuerda el carácter ideal de varias circunstancias), sino de una mirada compleja hacia su vida. No es que la cárcel lo haga madurar, porque ha sido antes que la amargura de esta conciencia de reflexiones me hace un nudo en la garganta. Es que la cárcel es otro de sus reflejos, incapaz de que fuese reflexión si no existiesen las demás situaciones en su vida. La película capta los matices de cada uno de sus trabajos, de cada una de sus amantes, de cada uno de sus anhelos como si fuera cada moneda con la que él se burla de los demás.
Damián: La película es una excelente parodia que se exacerba en la imagen de la guerra y arruina su final. No es que quiso hacer de eso un símbolo, más bien me parece el extraño fenómeno ese de tiempo que se observa en tantas películas, pecan de inmediatez hacia el final.
Eduardo: El final es lo más arrollador de la película, con su encanto de alegría efímera, todavía con las lágrimas y la amargura, por esto mismo, alegría reafirmante. No me atrevería a decir que es un final feliz, sino el final de un hombre consciente de que la alegría nada tiene que ver con la amargura del que posee, sino con la sonrisa de quien está desprovisto de posesiones.
Moisés: La película es una constante reflexión de un país que mira su pasado. Y que a pesar de los errores cometidos, construye a partir de las cenizas algo nuevo. Creo que sin profundizar mucho y sin saber mucho del problema checo, hay algo de la forma de la identidad nacional que está presente en la película. Como si fuera una reflexión interna, somos así, porque fuimos esto, pero a pesar de ello, se puede construir algo.
Eduardo: Estoy totalmente de acuerdo con lo que dices, Moisés. El espejo siempre devuelve una posibilidad también y esto nunca lo olvida la película. Somos así: fuimos así: ¿podemos ser otros?
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