El deseo. Por un instante, anhelamos estar ahí en esa sala a oscuras donde la tristeza y el despecho se desgarran con la potencia de una voz. No podemos entender qué nos ocurre, pero lo que deseamos es la complicidad entre Rebekah Del Rio y las espectadoras. Aún la confusión puede ser un refugio, aunque no en manos ni en compañía de todos.
El quiebre. Lo que era una cantante en el impulso de una emoción escenificada, se convierte en un desconcierto. Se trata de una escena: el dolor era una pista de grabación. Todavía resuena la voz, aunque la cantante se desmaya. ¿O muere? No importa. Hemos sido engañados aún con el dolor ajeno. Queremos una explicación sosegada, pero lo único que nos llega es el desasosiego aún en medio del placer.