Da la casualidad de que, en las últimas dos semanas, he visto las películas más recientes de dos de las actrices que han marcado mi cinefilia. Nunca he creído ser un buen fanático de ellas por dos razones centrales: no sigo obsesivamente lo que hacen mis ídolos, como hace todo fan que se respete, y no me dejo cegar sólo porque sean ellos los que participan. Puede emocionarme su presencia en tal o cual ceremonia, como ocurrió la noche del domingo donde ambas, Laura Dern y Nicole Kidman, estaban presentes.
Aún así, basta notar la huella indeleble que dejaron sus rostros en mí cuando vi por primera vez Jurassic Park, Rambling Rose, Mask, Blue Velvet, por el lado de Dern; y Dead Calm, To Die For y The Others, por el lado de Kidman; para darme cuenta de que estaba frente a cuerpos que me transmitían vidas ajenas a la mía pero con las que podía hurgar otros mundos. Ellas eran, sin darme cuenta, la primera conciencia que me llegaba de mujeres en peligro (mas no indefensas), aunque por razones muy diversas.
Así, la verdadera excusa de esta entrada son dos de sus actuaciones recientes. Por un lado, Laura Dern interpreta a Jenny en The Tale (2018), la obra autobiográfica de la directora Jennifer Fox. Es curioso que en esta ocasión no está presente en el rostro de Laura ese gesto de risa deformada que tanto la caracteriza. Aquí estamos frente a la narración de una relación de la pre-adolescencia de Jennifer Fox, con los profesores de equitación, y el re-descubrimiento de estos recuerdos en su adultez, impulsado por su madre, interpretada por Ellen Burstyn.
Fox nos pide al empezar la película algo contradictorio con respecto a lo que veremos: discreción. Pero ella no tendrá discreción alguna con respecto a lo que cuenta. Más bien, es frontal sin caer en lo escabroso. Es una película incómoda, pero que no tiene pudor en hurgar en las formas como nos relacionamos con nuestra familia y conocidos. Es, sí, una película difícil porque Jenny puede pasar por malagradecida con su madre y con la historia familiar; puede pasar como contestataria frente a lo que fue planteado en la época de liberación de los setenta; puede pasar como un personaje inconforme frente a los diversos ámbitos en los que se maneja (investigarse a sí misma, enseñar a los demás y mostrarse ahora con respecto a su pasado).
En esos diversos sentidos, Laura Dern trabaja puntillosamente porque su personaje no sea una víctima, aunque lo considere en diversos diálogos con su yo de la infancia. Basta detallar una sola escena para ver que Dern desnuda a Jenny sin histrionismos. Se reencuentra con una de las chicas que hacía equitación con ella. Parece una escena que revela algo olvidado por Jenny, un punto de quiebre, pero tanto Fox como el rostro de Laura apuntan por otro lado.
Ambas mujeres recuerdan un posible cuarteto sexual que iban a hacer con los profesores de equitación. Su compañera lo desecha como una travesura más, pero de inmediato cae en cuenta de un detalle y pregunta: "¿y qué edad tenías tú?". La reacción en el rostro de Dern es clave. Dice su edad en aquella época, pero su mirada y gestualidad esconden, rehuyen el dolor con otra pregunta, No es vergüenza lo que nos delata el cuerpo de la musa de Lynch. Es una fragilidad hace rato deslindada de la victimización. Se trata de una desnudez en su mirada que no desea amilanarse. Hay toda una sintonía en la manera como se mueve su cabeza y el movimiento trazado por su mirada. Estamos frente a una búsqueda por la verdad de sí, en medio de cómo narramos nuestros recuerdos.
Fox intentará llevar al extremo aquella sensación de los adolescentes de creerse adultos. El resultado conduce a escenas un tanto simples en las que la Jenny pequeña discute con la Jenny adulta, pero la película culmina con cierta armonía que no anula las tantas discusiones consigo misma y con su madre. Jenny ha cerrado un capítulo donde se arriesgaba a ella misma.
Por su cuenta, en Destroyer (2018) de Karyn Kusama, Nicole Kidman interpreta a una policía devastada por una crisis que poco a poco vamos descubriendo en qué consiste. Se infiltró con un compañero, y posterior amante, en un grupo que planificaba un robo de banco. Lo que vemos paso a paso, gracias a la actuación de ella, es la descomposición de su personaje por un par de pésimas decisiones.
La decisión de contar la historia en flashbacks compromete la crudeza de Nicole. Pero es donde su aplomo adquiere relevancia. En el rostro de ella, más allá de su maquillaje para delatar una fisonomía demacrada, sus decisiones pesan, no porque se arrepienta de haberlas tomado, sino de las consecuencia indelebles con respecto a sus seres queridos. En este sentido, recuerda a la historia de venganza que protagonizaba hace unos meses Jennifer Garner, Peppermint, aunque en esta ocasión, hay más oportunidad para ahondar en las relaciones con los seres queridos de la vengadora. Sentimos empatía y es un personaje que, sea más gracias a Kidman que al guión, tiene distintas certezas a las cuales aferrarse. Acá al azar no es una excusa conveniente para la resolución del filme.
La película en su conjunto es errática. Pero gracias a la química entre los actores y ciertos planos que guían la resolución del filme, nos encontramos finalmente con otra oportunidad para que Nicole explore su personaje.