jueves, 31 de agosto de 2023

Huesera (2022). La maternidad será deseada o no será…

 


Por: Maricruz Gómez

Huesera (México - Perú, 2022), ópera prima de Michelle Garza Cervera (CCC), inicia con una pantalla en negro y el sonido de cohetes, campanas, canto de aves, de algo que se arrastra y el pujido de una mujer. Después vemos las piernas de alguien que sube una escalinata de rodillas con un cojín bajo éstas, mientras escuchamos, en una voz femenina, el Padre nuestro y miramos la espalda de Valeria (Natalia Solián), para después escuchar el cántico de La Guadalupana, mientras que entre las copas de los árboles se devela el rostro dorado de la “Morenita del Tepeyac” y entre sus palmas brilla el sol. Las voces continúan y vemos el rostro de la protagonista con un gesto entre la desaprobación y el esfuerzo de subir la inmensa escalinata que la llevará a los pies de la monumental Virgen de Guadalupe de 33 metros de altura, ubicada en Ocuilan, muy cerca del centro de peregrinaje en el poblado de Chalma, en el Estado de México. Escuchamos el hipnótico cántico al mismo tiempo que la toma se abre provocando el vértigo de quien mira, para mostrarnos la inmensidad de dicha figura que es símbolo del amor maternal.

El tema central de este film de horror psicológico es la maternidad como precepto impuesto de tal modo que parece un deseo y una decisión propia, autónoma y un “instinto natural”. Al mismo tiempo es planteada como una situación que limita, anula y significa pérdidas y renuncias. Por esto, la película nos lleva a reflexionar: ¿todas las decisiones que tomamos las mujeres sobre nuestras vidas y cuerpos son en realidad producto de nuestra agencia?, ¿es la maternidad un acto voluntario en un contexto cultural cuyo mandato es ser madre como la única vía de realización posible para las mujeres?, ¿cuáles son las pérdidas que implica para Valeria su maternidad?

El film cuenta de manera lineal, con un flash back, desde que Valeria, acude a pedir el milagro de la maternidad en compañía de su madre Maricarmen (Aída López) y su tía Isabel (Mercedes Hernández); hasta el momento que debe tomar una decisión sobre el rumbo de su vida. También narra el proceso de su embarazo, durante el cual se hacen evidentes las renuncias que debe aceptar debido a su condición y le ponen de frente aquello que ha tenido que ocultar de sí misma para tener esa vida idealizada y lograr la aprobación de otros. 

Así, a manera de contraste, vemos correr a la Valeria adolescente mientras grita al ritmo de una canción de PUNK rock: “No me gusta la domesticación…”, y después, a la protagonista adulta embarazada, en un rincón del cuarto que antes fue su taller,  símbolo de su independencia, y que ahora será el de su bebé, meciéndose en una silla con cierta tristeza en el rostro.

El embarazo de Valeria, en un primer momento, parece un deseo y decisión autónoma, pues ella y su esposo Raúl (Alfonso Dosal) se muestran felices cuando se enteran, pero no pasará mucho tiempo para que, mientras hace los preparativos para recibir a su hijo o hija, ella comience a sentirse angustiada y agobiada al notar que aún antes de nacer su hijo (a), ha comenzado a limitar su campo de acción y a bloquear aquello que ella disfrutaba y le brindaba seguridad e independencia económica.

El tema de la película deriva, de acuerdo con la directora, de su luto ante la pérdida de su madre y la reflexión sobre las maternidades en su familia, en especial del hecho de que una de sus abuelas tomó la misma decisión que Valeria. También de su experiencia ante el libro Mujeres que corren con lobos de Clarissa Pinkola y particularmente del relato “La Huesera” que trata de una mujer que recolecta huesos de animales que habitaron en el desierto y que para Garza también habla de los procesos difíciles y dolorosos que no quieres ver contigo misma y que te causan temor, de ahí que la realizadora retomó la idea para el título.

Se ha especulado sobre si Huesera es una película con una postura feminista, lo cual es difícil de determinar; sin embargo, la perspectiva crítica sobre la maternidad, la conformación de su crew, predominantemente compuesto por mujeres, y el guion escrito en colaboración con la también novelista Abia Castillo (CCC - Sogem), quien es autora de la novela No me cerrarán los labios: Una novela sobre Hermila Galindo, feminista y revolucionaria (Penguin, 2021), marca claramente la posición política de Garza.

En esta obra predominan las referencias a representaciones de la maternidad en nuestra cultura, por ejemplo, la madre abnegada (Virgen de Guadalupe), la madre castrante o como lo menciona la curandera Úrsula (Martha Claudia Moreno), la araña que es madre y depredadora a la vez, cuya referencia en forma de telaraña también es recurrente, lo que revela el detalle en la elección de las locaciones (redes, rejas y tejidos) y las imágenes como el puente por el que camina Valeria, las sillas que ella misma elabora o el diseño de la cobija que teje para el bebé que espera.

Este símbolo también se muestra en la escena de La Llorona (México, 1960, René Cardona), que Valeria mira junto a sus sobrinos, en alusión a la figura de esta leyenda tradicional de la mujer que siendo madre antepone sus emociones y pasiones al supuesto instinto maternal, que debería estar presente en todas las mujeres, sólo por el hecho de ser seres con corporalidades capaces de gestar. En ese sentido, también aparecen las plantas llamadas mala madre que cuelgan en el departamento de Valeria y Raúl y que aluden a la opinión que su familia tiene sobre Valeria y su (in) capacidad de maternar y cuidar de otros, por ejemplo, el hijo de la vecina y sus propios sobrinos.

Otra referencia es el tradicional festejo del 10 de mayo, al que Valeria se dirige para celebrar a su madre sin un regalo y en el que también es felicitada por su actual condición. También aparece la madre soltera o “luchona”, esa que se mal mira a nivel social y en ocasiones es ridiculizada, aquella que por muchos años se le ha señalado como la causante de los males de la sociedad, sin reparar que el padre abandonador también está implicado. Así vemos como Vero (Sonia Couoh) es una madre que se encuentra a cargo de su hijo e hija y que siente limitado su campo de acción, pues no puede ir a una fiesta porque debe cuidar a sus hijos, también porque, como le reprocha Valeria, vive al amparo de sus padres.

Para la decoración de la habitación de su futuro/a hijo/a, Valeria elige los colores amarillo y verde, que en principio pueden considerarse neutros en relación con el género del bebé, pues inicialmente desconoce si nacerá un niño o niña, por lo que el amarillo se puede interpretar como luz y felicidad y el verde como esperanza y nueva vida. Sin embargo, son los colores del manto de la Virgen de Guadalupe, referencia que aparece continuamente y casi al final nos anticipa la decisión que toma la protagonista, cuando una Valeria, a manera de doble, porta la cobija-manto de su bebé, misma que le menciona la curandera, es lo que la mantendrá unida a su hijo (a).

Michelle Garza nos plantea que la “feliz espera”, puede no ser así para todas las mujeres, como se supone a nivel social; y que, por el contrario, para algunas es una pesadilla, una situación que les provocar sufrimiento y miedo; incluso afecta la salud mental de las mujeres y desencadena procesos de angustia, psicosis puerperal y depresión posparto.

Lo que detona el malestar en Valeria ocurre cuando se encuentra desmontando su taller, ese cuarto propio del que escribió Virginia Woolf, y se asusta al ver una araña; para quien mira el film es el momento en el que ella comienza a darse cuenta de las renuncias que implica el embarazo y ser madre, por ejemplo, cambiar sus hábitos, hacer a un lado lo que le gusta y renunciar a esa habitación que representa independencia económica y realización personal y profesional.

De este modo, su departamento se irá convirtiendo en una cárcel y el bebé será más importante que ella y sus necesidades, al grado que su esposo Raúl considera la posibilidad de confinarla en un psiquiátrico para preservar la vida del bebé. Al respecto, la psicóloga Juana Armanda Alegría explicó en su libro "Psicología de las mexicanas" (Samo, 1974), que se cree que en nuestra cultura mexicana la figura máxima hacia la que se profesa amor y respeto es la madre, pero ella en su (ab) negación no hace otra cosa que colocarse en último lugar ante el resto de los integrantes de la familia, por lo que termina siendo anulada por otros y autoanulándose. ¿Será esto lo que tanto aterroriza a Valeria?, dejar de ser y existir para ella y para otros, pues en la escena en la que después del parto, mientras la vemos cansada y agobiada, Raúl sostiene a su hija feliz, evidenciando que ella al parir ha dejado de ser el centro de atención de él y del resto de las personas.

Es a partir de la escena en la que Valeria mira desde su balcón a una mujer con el rostro borrado, y que hace movimientos en los que podemos escuchar el chasquido de sus huesos, que ella comienza a sentir que está en peligro, pues queda asustada e impresionada cuando ve que dicha mujer salta de su balcón, como una forma de escape, y se rompe los huesos de las piernas, representación simbólica de que la protagonista cae en cuenta que su vida cambiará y que su andar será difícil y doloroso, tanto que ir hacia sus metas le será casi imposible; de la situación no hay salida sino es sufriendo daño y dolor.

Para Norma, suegra de Valeria, la “locura” de la protagonista es normal, porque cuando las mujeres se convierten en madres sienten que se están partiendo en dos, referencia al doble malvado que se ha comenzado a revelar sin rostro; y que en el parto las mujeres sienten que se les parten los huesos, por lo que es común sentirse aterradas; sin embargo, no se habla de ello porque ante todo, vale pena ser madre. En contraste, Norma le desea a su hijo Raúl que se rompa la pata, como una forma de desearle buena suerte en su trabajo; así mientras que para una romperse las piernas dificulta el avance, para otro, es que todo irá bien.

La figura de la mujer rota también remite al relato de Simone de Beauvoir, en el que Monique la protagonista, vive con dolor que no se le valore como esposa y madre, y que todo lo que ha hecho por las otras personas y su entrega, la han dejado vacía para sí misma y aunque tiene la necesidad de ser auténtica, la presión social no se lo permite. En resumen, dicho texto señala las condiciones que han llevado a las mujeres a vivir sometidas en un mundo que espera de ellas actitudes y comportamientos considerados ideales, pero que no les permiten ser ellas mismas, ¿será por ello que la doble de Valeria ha perdido su identidad y su rostro se encuentra borrado?

Así, otra norma impuesta es la heterosexualidad, necesaria para ser madre, después de un flash back hacia la adolescencia de Valeria conocemos esa parte de su vida que ha preferido ocultar y olvidar, pero que justo el día de las madres se le aparece en la calle, Octavia, antigua amiga y amante; después de ver a una mujer sin rostro atrapada en un balcón. A partir de su reaparición Valeria se cuestionará si debe seguir con la vida ideal que se ha procurado o ir detrás de lo que en realidad desea.

Garza no sólo se encarga de denunciar la presión social de la que las mujeres somos objeto en una edad en las que se nos considera “reproductivas” y en la que suelen sugerirnos que seamos madres para que no se nos “pase el tren”. También muestra la violencia obstétrica que vive Valeria cuando la enfermera le muestra la aguja con la que va a suturar su cuerpo roto debido al parto, mientras le dice: "Sólo van a ser unas puntaditas…”

Es difícil dejar pasar la referencia a El bebé de Rosemary (Roman Polanski, EEUU, 1968), en la que la protagonista también se vive en riesgo de muerte y pérdida, por su condición gestante. En esta también vivimos con ella la angustia de ver aquello con lo que está conviviendo con ella cotidianamente y que representa un peligro. Tanto allí como en Huesera, el sonido es importante para crear una atmósfera inquietante y mantenernos al filo del asiento. A diferencia de Valeria, Rosemary decide seguir el mandato de la maternidad, aún cuando su hijo representa para ella lo monstruoso.

La maternidad se muestra como un mandato social de género que se encuentra tan arraigado en la psique de las mujeres que nos parece un deseo propio; no obstante, para algunas se devela como ajeno durante el embarazo o posterior al parto, lo cual tiene una carga social en forma de rechazo, crítica, burla, en suma actos discriminatorios y violentos; y también tiene una afectación en el bienestar mental en forma de trastornos que pueden llegar a ser incapacitantes y causa de exclusión social y medicalización.

La independencia de las mujeres se ve afectada, pues a diferencia de los hombres, ellas pueden perder su fuente de ingreso por su condición gestante y en consecuencia su independencia económica, pues la maternidad las obliga a anteponer el cuidado de las infancias, lo que las limita en ámbitos como el esparcimiento y el uso del tiempo libre, que son importantes para su bienestar físico y mental. A pesar de que en el siglo actual se habla de los derechos que las mujeres hemos ganado y de que nuestra inserción en materia laboral es un gran logro, es un hecho que el trabajo de cuidado de otras personas, es aún poco valorado; las brechas salariales existen, lo mismo que la doble jornada y el techo de cristal. También permanece el estereotipo del trabajador ideal 24/7, que es hombre y no tiene la obligación de cuidar hijos(as), ni personas ancianas.

Para algunas mujeres, las renuncias a las que lleva la maternidad también impactan su identidad, como en el caso de Valeria, las puede llevar a negar o a renunciar permanentemente a sus deseos y sueños, a concebirse de otra forma que puede ser tan opuesta que conlleva sufrimiento, dolor y angustia. También, como a Verónica, llevarlas y perpetuarlas en un estado de dependencia económica y de permanecer bajo la tutela de los padres, familiares, maridos y en algunos casos, del Estado.

Huesera habla del horror ante la amenaza de la pérdida de la identidad que viven algunas mujeres, ahora llamadas “madres arrepentidas”, quienes al enfrentarse a la maternidad con sus hijos e hijas en brazos, se percatan de que la decisión de ser madres no fue autónoma y propia, sino un condicionamiento social y un deseo de otros que les implica renuncias, límites y sinsabores, la parte oscura de la maternidad que aniquila el ser de las mujeres, no de todas, sólo de aquellas que se ven obligadas a serlo. Es así que Valeria logra salvar a su hija de ella misma, de esa otra mujer que ahora tiene rostro y que prefiere seguir su vida y sus sueños, por lo que renuncia a la maternidad forzada.