viernes, 29 de junio de 2018

Nueve años atrás

Un 29 de junio de 2009 iniciábamos actividades en este blog después de habernos reunido en persona algunas veces. Para quienes tengan buena memoria o siquiera vean el historial, recordarán que abrimos con la polémica Bashú, el extranjero (1989). Si bien fue debatida la calidad de la película, ninguna otra sería tan comentada como la obra de Bahram Beizai.

Después vendrían reuniones en torno a Terciopelo Azul (1984), Eterno Resplandor de una Mente sin Recuerdos (2004), The Truman Show (1998), Saló o los 120 días de Sodoma (1975) y varias más. Tendríamos también los ciclos dedicados a los directores del mes como Luchino Visconti, Ingmar Bergman, Kelly Reichardt y Yasujiro Ozu.

Entre los encuentros en persona, hay que destacar los registrados en videos o en fotos, algunos de los cuales se pueden conseguir en las redes sociales, como el ocurrido en Tierra de Nadie de la Universidad Central de Venezuela. Y sobre todo, recordemos la ida al cine a ver esa obra maestra que es Pina (2011) de Wim Wenders en 3D o el intento fallido de ver 2001: Odisea en el espacio en la Cinemateca Nacional. Pocas veces ha sido tan urgente el uso de este medio para enriquecer una obra.

Desde entonces, la irregularidad nos ha caracterizado más que otras actividades. Creo que la naturaleza de todo grupo es, en el fondo, la inconstancia. De eso se alimenta, con los beneficios y los contratiempos que conlleva. Aquí seguimos, con secciones nuevas como invitación a volver a algunas películas; con el premio Guayaba de Oro que va sumando votantes; y nuevos integrantes además de quienes se mantienen a lo largo del tiempo.

Han sido nueve años donde ya no somos los mismos espectadores del comienzo. Hemos visto muchas películas desde entonces y, esperemos, que mucho más cine. Porque el cine es esta fibra que nos toca más profundo que los efectos visuales; una que parece innombrable pero nos conoce mucho mejor que nosotros mismos. El cine es este momento de comunión entre lo que vemos y lo que somos.

¡Salud!

jueves, 28 de junio de 2018

Afiches cinematográficos (XIV y XV)

Sicario: Day of the Soldado (2018) de Stefano Sollima.
Ficción.

Desmadre (2018) de Sabrina Farji.
Documental.

Jeannette, l'enfance de Jeanne d'Arc (2017) de Bruno Dumont.
Ficción.

Calzones rotos, revancha de mujeres (2018) de Arnaldo Valsecchi.
Ficción.

El Motoarrebatador (2018) de Agustín Toscano
Ficción.

lunes, 25 de junio de 2018

Tercera jornada del Festival de Cine Venezolano de Buenos Aires

[Una versión mucho más resumida de esta jornada fue publicada en la página web A Sala Llena]

FECIVE 2018 – 3º Jornada, 1º función

Ayer en la tarde fueron presentados dos documentales para el inicio del tercer día del Festival de Cine Venezolano.

Abrió Cintema (2017) de Manuel Guzmán Kizer, un documental sobre el abuelo del director, el psiquiatra Manuel Kizer. Con una propuesta experimental, el corto atiende sobre todo a la obra artística al mismo tiempo que registra la lectura y los gestos del psiquiatra. Como si velando la identidad actual del entrevistado, atravesara su creación y el sentido de su obra que va desde pinturas, escritos y esculturas. La atención puntillosa es apenas un asomo a la vida de este hombre, pero basta como una incitación, o una invitación, a lo que hizo.

Es fascinante este abordaje por partes de un individuo, partes de su rostro y de su obra, que además se repetirá en otro de los cortos documentales presentados en esta fecha dentro del festival. Esta decisión reconstruye una identidad impedida en la vejez por la ceguera del artista, pero que no deja de revelarnos una profunda sensación de humanidad cuando termina el corto.

A continuación, fue presentado CAP – Carlos Andrés Pérez Dos intentos (2017) de Carlos Oteyza. Es una visión bastante parcializada de los dos gobiernos del presidente venezolano, quien fue el primero en repetir mandato en la Venezuela democrática. El documental sabe precisar el rol significativo que tuvo su presidencia dentro de la bonanza del país debido a la renta petrolera. Además asoma una inquietud para nada pequeña dentro del ser venezolano como un indicio de identidad: cómo reacciona tal ciudadano frente al petróleo, qué lo define frente a la riqueza económica.

Lamentablemente, el documental apenas asoma esta pregunta mientras hace un recuento, un tanto tergiversado en algunos aspectos, sobre todo en cuanto al primer mandato del candidato adeco. Es en la indagación del segundo período donde el documental alcanza más complejidad política y plantea un cierto suspenso de cómo llegamos de ahí hasta la situación actual del país. Es admirable que un documental histórico atrape y haga preguntas sobre la identidad de una nación, mucho más allá de los logros gubernamentales en diversas áreas.

Por otro lado, la película matiza verdades sobre algunos datos de los gobiernos del presidente, como la cantidad de muertes ocurridas en su segundo período debido a un intento de golpe de estado. Esto hace que la integridad con la que el guión pretende retratar a CAP sea dudosa y termine por traer a bajo un documental que, de resto, nos deja un sinsabor con su escena final: un presidente hablando por teléfono sobre la brecha de odio entre los venezolanos que debimos acortar. Pero al rato él mismo se daría cuenta de que estaba hablando solo y a los años, Hugo Chávez Frías llegaría al poder gracias, en parte, por afianzar tal brecha.



3º Jornada. 2º función

Al finalizar la tarde de ayer, fue presentado el biopic de Felipe Pirela, El Malquerido (2015), dirigido por uno de los directores de cine venezolano más conocidos y fallecido a principios de año, Diego Rísquez. La película estuvo antecedida por La T Invisible (2017), un corto documental de Patricia Ortega. Este trata sobre Sharom, un travesti enclosetado quien habla de su identidad de género y su relación con una mujer bisexual.

La opción del corto por retratar la vida de Sharom, sin mostrar su cuerpo completamente, sino partes de este mientras es maquillada y vestida, refleja una flexibilidad fascinante con respecto a cómo se identifica a sí misma. Es un hombre que disfruta vestirse de mujer. Y este goce se traduce en escenas donde el espejo, el cuerpo y la palabra adquieren otro significado. No son una mera herramienta, sino un verdadero símbolo de identidad. Hay, además, una conciencia valiosa por parte de la entrevistada que exuda claridad a pesar del jugueteo entre lo que es el cuerpo masculino y con lo que se identifica su mente. Como si al final, tal agudeza implicara jugar con lo que uno desea ser, con la seriedad que implica todo juego.

Por su lado, El Malquerido sigue la turbulenta vida amorosa del cantante de boleros Felipe Pirela. El gran valor de la película es su propuesta estética que va más allá de su cinematografía. La atención de la cámara a la arquitectura de muchos de los sitios donde se ambienta la historia es un testamento a la cuestionada época de la dictadura perezjimenista donde fueron construidas muchas de estas obras. Así, la película se convierte en una excusa para detenerse en estos monumentos y cómo los personajes adquieren dimensión frente a ellos.

De resto, algunas actuaciones atrapan, como la breve aparición de Samantha Castillo como La Lupe o la brevísima de Vicente Peña como Cheo García. Todo esto en medio de una historia poco atractiva que apela a métodos usados previamente en otras películas, y con resultados igual de torpes como es el caso de Ray (2004), para resumir los éxitos más famosos del cantautor: en una imagen se deslizan las marquesinas de los teatros donde se presentó o noticias conocidísimas sobre su vida. Ningún mayor indicio de aburrimiento como este y que da cuenta de que el biopic falla cuando quiere abarcar toda la obra de un artista como si se tratara de un libro de historia que leemos apuradamente.


Al final, la presencia tibia de Jesús “Chino” Miranda como Felipe Pirela apenas evita el fracaso total de la obra con su voz que sorprende mucho más que sus dotes actorales, aunque sepamos en el fondo que no deja huella como lo hizo el bolerista de Latinoamérica.


3º Jornada. 3º función

El Inca (2016) de Ignacio Cottin cerró la tercera jornada del Festival de Cine Venezolano de 2018. Lo antecedió el cortometraje El Hombre de Cartón de Michael Labarca, previo ganador del FECIVE en 2016 por La culpa probablemente.

Con planos tremendamente cuidados, Labarca narra el cumpleaños de un niño. Y lo hace con una capacidad de sugerencia en cada imagen  que brinda el chance para hablar del encierro, el autoengaño y la insatisfacción sin siquiera hablar de ello. Es difícil hablar de un corto donde el sentido está concentrado en cada imagen, incluso cuando la misma piñata del cumpleaños simboliza un proceso de desintegración del cual el niño se resigna a formar parte porque implica, a fin de cuentas, crecer. Y esto quiere decir, no sólo cumplir años, que es la manifestación superficial del crecimiento, sino abrir la puerta a los testigos, mas no cómplices, del caos: los invitados y la familia. Que todo esto esté sugerido en más planos que en palabras hace de éste uno de los mejores cortometrajes dentro de una jornada más que fascinante entre las obras de breve duración.

Con respecto a El Inca, narra la tumultuosa vida del boxeador Edwin “El Inca” Valero, el único boxeador en el mundo en ganar dieciocho contiendas por nocaut. Su vida amorosa también fue compleja y terminó en el asesinato de su esposa y su posterior suicidio días después de cometerlo.

El film carece de una propuesta estética interesante, pero las actuaciones de Scarlett Jaimes y Alexander Leterni enriquecen con creces el resultado final. Su crecimiento paulatino es mucho más convincente que, por cierto, el ocurrido en el otro biopic de la jornada, donde también se trata de amor entre jóvenes. Jaimes y Leterni se transforman en su acento y su corporalidad frente a los personajes que interpretan. Esto se convierte en el centro de atención de un película que se siente extensa, si bien excede por poco las dos horas.

Más ha sido la polémica que generó por la salida de las carteleras venezolanas después de dos medidas cautelares, que los riesgos en sí tomados por la película. Apenas leves referencias en ella al vínculo del boxeador con el difunto presidente Hugo Chávez Frías hicieron que fuera censurada por el gobierno.


miércoles, 20 de junio de 2018

La mirada del crítico (1): "La experiencia de cine es la sala". Entrevista a Pablo Gamba (y III)

¿Cuál escena recuerdas haber visto con más fervor como espectador?

¡¿Fervor?!

O emoción.

Quizás en un momento las películas de los Monthy Python pudieron haber sido objeto de fervor para mí.  O René Clair en Beldades Nocturnas (1952). Es un tipo que va soñando de época en época y en cada una lo persiguen y él huye yendo a otro tiempo. Con una película tan delirante como ésa, ¿qué más se puede esperar? O Me casé con una bruja (1942), que se burla del conservadurismo estadounidense. Es un tipo que salva a una chica de un incendio y resulta que es una bruja. El tipo se lanza a político y ella le lanza un hechizo. Y los votos van cambiando de candidato. Es muy divertido.

Me gusta mucho la comedia que, me parece, es algo muy subvalorado. La gente no se toma en serio la comedia, aunque decirlo parezca un chiste.

De René Clair recuerdo haber visto una, pero no recuerdo cuál. Que por cierto la alquilé en Video Color Yamín.

Exactamente. Ésa era una época dorada. Cuando yo fui Director de la programación de la Cinemateca, aunque parezca mentira, me acuerdo una vez que Farruco Sesto no podía creer que hubiera un videoclub bueno en Caracas. Como Video Color Yamín era capitalista, no podía ser bueno. Sí, era comercial, pero había mucha variedad. Nunca vi un lugar en el mundo donde hubiera tantas películas de diversidad sexual, si bien no era mi orientación ni mi estilo de vida, y en un lugar como Caracas. Era un lugar muy progre.

Yo recuerdo haber visto Chungking Express (1994) en VHS y recuerdo incluso que la tenía. Mucho antes de Fallen Angels, (1995) Happy Together (1997) e In the Mood for Love (2000), que me gusta mucho menos.

Cuando se puso de moda el cine de acción hongkonés y había unos cineastas que eran maravillosos. Yo recuerdo Tsui Hark, uno que es más conocido como productor, pero él es vienamita y tiene una trilogía que se llama La Trilogía del Espadachín. Hay una escena en la que Brigitte Lin tira agujas con hilos. Ella llegó a ser mujer porque se castró después de haber preguntado a su maestro qué debía hacer para ser el mejor espadachín. Al final el maestro se burla de ella por haberse tomado su consejo en serio. Más o menos, ésa es la tónica. Es una cosa delirante.

Hay una película de Ronny Yu, quien después haría La novia de Chucky (1998), que por supuesto todo el mundo detesta pero es una gran película, El Trío Fantástico. Una de ellas, que hace de ejecutiva, tiene que salir a correr. Se saca la falda y queda con una malla. Ella carga con un sombrero y es una bomba. (Risas).

Hay una de John Woo que es Una bala en la cabeza (1990) y es literalmente eso. Son tres chinos que huyen de Hong Kong por una cuestión del crimen. Terminan en Vietnam, en la guerra. Pero hay una cosa absolutamente loca: hay un concurso que es bajarse una botella de Whisky Etiqueta Negra de un solo trago. Resulta que en la huida naufragan, son unos pistoleros hongkoneses. Están caminando en medio de la guerra de Vietnam, por supuesto embarrándose. Y a un tipo lo matan con un disparo en la cabeza. Resulta que el tipo estaba vinculado a una mafia y uno de sus amigos rescata la calavera. Y para vengarse, abre la puerta en esas típicas reuniones de ejecutivos mafiosos, coloca la calavera en la mesa y les muestra el hueco de la bala (Risas). ¡Por favor! Por supuesto que es con unos carros, motos y fuego. ¡Ése es John Woo!

The Killer (1989)
Hay una secuencia en The Killer (1989) de John Woo en la que el tipo tiene que ir a matar a alguien porque es un asesino a sueldo. Lo tiene que matar en un salón de té. El tipo va caminando y lleva varias pistolas. Va avanzando, por supuesto en esa cámara lenta que sólo Chow Yun Fa da. Primo el tipo se saca dos pistolas y las mete en dos macetas. Camina un poco más, saca dos pistolas y las mete en otras macetas. Y así sucesivamente. O creo que son sólo dos y las estoy multiplicando por la emoción que me generó. La cosa es que después Chow Yun Fa con sus dos automáticas en súper cámara lenta. En una parte, él agarra a una tipa para cubrirse y dispara y, sin querer, la deja ciega. Eso se sabe después. A él lo hieren en la pierna caminando por el pasillo. Y ya sabes cuál es el resto de la película: el pistolero se consigue a la cieguita para rescatarlo. Por supuesto, le paga la operación para devolverle la vista. ¡Qué melodrama!

Me gusta mucho el cine de acción hongkonés. Tuvo su época. La película en la que se inspira Reservoir Dogs (1992), que se llama City on Fire (1987), tiene un ritmo muy acelerado. Nunca para.

También me gusta Tarkovsky (Risas). El Espejo (1974) es otra película esencial para mí.

¡Uh! A mí no me gusta tanto.

Bueno, apaga eso y vámonos (Risas).

Para que no quede en una cuestión de gustos nada más. Es demasiado poética para el lenguaje cinematográfico. Me parece muy críptica en su metáfora.

¿Te parece que podemos hablar de metáfora en una película donde los simbolismos no están nada claros?

Precisamente. No tienen un significado claro y se diluye la fuerza de la película.

Quizás la combinación de Tarkovski con cine de género es buena porque le da un cierto equilibrio. Es una película muy volada.

Por otro lado, cuando yo iba mucho a la Cinemateca, era la época dorada del cine polaco. Hay un cineasta polaco que ha caído mucho en descrédito. Y él ha hecho mucho para caer. Pero hay otros cineastas polacos, no tan conocidos pero que fueron muy importantes para mí. Uno de ellos es Krzysztof Zanussi. Es uno de los del cine de la inquietud moral. Él tiene películas justamente de problemas entre lo existencial y lo moral. Tiene una que se llama Espiral (1978) sobre un tipo que se quiere quitar la vida. Tiene otra que se llama Balance Trimestral en la que todo transcurre en medio de un retiro que hacen por una defensa de tesis en una universidad. Y es sobre la corrupción en las universidades: cómo las tesis son compradas.

Me parece que era un cine muy necesario en su momento. Un cineasta que me gusta mucho es Kieslowski. No habría González Iñárritu sin Kieslowski, pero hay dos episodios del Decálogo (1989) que son esenciales para mí: Decálogo I, donde un hombre se confía de la capacidad de predicción de una computadora y muere su hijo por eso, y el Decálogo VII o V que es la del asesinato y la pena de muerte. Además es alguien que mata a alguien por hastío. Y matar a alguien no es fácil, por más que Hollywood nos quiere hacer creer lo contrario. Matar a alguien es una tarea bastante complicada porque se requiere mucha fuerza. Es una película horrible, pero extraordinariamente buena.

La doble vida de Verónica (1991) es un filme que te hacer verla muchas veces porque es con Irene Jacob. Cualquier película con Irene Jacob es una película que uno no puede dejar de ver cuatro, cinco, seis veces. Es una de las mujeres más hermosas que yo he visto en la pantalla. Es una película sobre el destino. Son dos vidas de una misma mujer que, además, es una de las cosas que plantea Kieslowski con su cine de inquietud moral. Él empezó a hacer un cine sobre problemas morales porque es una manera de tratar los problemas de la sociedad sin caer en el panfleto político. Sobre todo la parte dura de la Ley marcial que le tocó vivir a él durante el ocaso del comunismo en Polonia.

De hecho, en el Decálogo tú ves las colas, pero las ves siempre de fondo. La gente haciendo cola para cualquier cosa. Y las protestas son un montón de gente en la calle con una vela.

En La doble vida de Verónica, él trató de hacer un cine más imaginativo. Y es la posibilidad de mostrar en una misma película: ¿Qué pasaría si alguien hace esto y esta otra cosa también? Las dos alternativas de la vida vistas en una misma película. Por una parte, es una chica que tiene un problema cardíaco y le gusta mucho la música. En Polonia decide seguir su vocación musical y muere cantando. Y en Francia, no sabe por qué, pero tiene un pálpito de que ella debe dedicarse a la docencia.

La Double Vie de Veronique (1991)
Hay otra película que se llama Ciego Azar (1987) que no es una gran película, pero es interesante.  Es en el contexto del surgimiento del partido político Solidaridad, aunque las elecciones estaban hechas para que no pudiera ganar las elecciones. Cosa que más o menos sabemos cómo es. Pero es un tipo que tiene que tomar un tren y ocurren varias alternativas. La primera es que consigue subirse al tren y se convierte en miembro del Partido Comunista. La segunda alternativa es que el tipo no llega al tren y termina vinculado a Solidaridad. Y la tercera es más o menos indiferente.

Tiene otra película, no me acuerdo del título exacto en este momento. Es de un tipo que lo mandan a manejar una fábrica donde hay una serie de conflictos con todo el entorno por contaminación y maltrato de los obreros. La fábrica está destruyendo el ambiente. Estamos hablando de un filme ambientalista de los ochenta. Hay un enfrentamiento muy rudo con el sistema.

Me gusta mucho ese cine: el iraní, sobre todo, el polaco. A poco tiempo de llegar acá, descubrí a uno yugoslavo en la Lugones que se llama Zelimir Zilnik. Hicieron un ciclo en la sala Lugones. Es un tipo que retrata la caída del más democrático de los sistemas socialistas que era el de Yugoslavia. Ahí las fábricas eran autónomas y una de las sociedades más prósperas. Si bien no era un país socialista. Yugoslavia era no alineado.

El tipo te muestra un país donde no tiene que decirte más nada. El país está destruido. Las fábricas están destruidas, las calles también. Todo está en ruinas. No hay manera de producir. Todo está destrozado porque no hay inversión. Pero Zilnik capta una cierta energía de la gente que me llamó mucho la atención. Creo que está rebatiendo eso de que “el sistema es perfecto y es la gente no sirve”. Le está dando la vuelta a este lema. El sistema es el que hace que la gente se marchite.

El cine cubano es otro muy esencial para mí, entre ellas Memorias del subdesarrollo (1968). Es otra película esencial para mí. Hay otra que se llama Alicia en el Pueblo de las Maravillas (1991) que llegó lejos en la crítica. Es un pueblo fronterizo entre dos provincias y ahí mandan a toda la gente que no cuadra en el sistema. El pueblo tiene un restaurante y ahí sirven todos los días arroz con huevo.. Y la gente va a comer eso con una camisa que tiene un huevo y los cubiertos están agarrados con unas cadenas. Al final, lo que produce el pueblo es agua con gas bastante sucia y procuran venderla diciendo “tú la bates, tú la bates, y no se nota”.

¿Cuál es tu postura frente a ver películas en la casa o verlo en la sala de cine?

Es una buena pregunta. Mira, cada cosa tiene su momento y su necesidad. La casa tiene la ventaja del acceso. Y un tipo de visión que para efectos del trabajo es mucho más práctica, para analizar, por ejemplo. Hay una visión mucho más íntima y cercana con la película. Hay comodidad de parar la película, volver a ciertas escenas. Se empieza a parecer a la lectura en cierto modo. Se parece incluso con los subrayados. Eso me gusta.

Yo no me imagino cómo daban clases antes con rollos de 16 mm. Eso debió haber sido imposible. Cuando yo he dado clases, me llevo como cincuenta clips de películas. Eso es muy fácil y cómo ayuda. Presentas un fragmento y lo discutes. La clase se vuelve más dinámica.

Pero el cine sigue siendo la experiencia sobre todo en la actualidad donde está muy reivindicado con el cine sensorial. Sí es notable que no puedes compararlo. Hay películas que es inimaginable verlas en la casa. Los espectáculos de Hollywood, de hecho, son inimaginables fuera de una sala de cine. La experiencia del cine es la sala. Sí he notado que la capacidad de concentración en una sala es increíblemente mayor. La capacidad de sumergirte en la película sólo se consigue en la sala. Yo no aguanto cuatro películas en la computadora y en el cine aguanto hasta cinco.

Lo malo del cine es que no te puedes poner de pie. Con la edad, van saliendo las molestias del cuerpo.

The Iron Ministry (2014)

Yo recuerdo un documental del Laboratorio Etnográfico Sensorial que sólo tiene sentido verlo en un cine. Es una experiencia sonora también, como en el caso de El Ministerio de Hierro (2014). Eso es la sala de cine. Incluso el cine de terror barato se alienta con el sonido de la sala.


Pocas cosas como la sala de cine. 
Bueno, agradezco el tiempo dedicado.