Entre las imágenes, los gustos, los comentarios y las discusiones de un grupo de cinéfilos.
miércoles, 12 de febrero de 2014
lunes, 3 de febrero de 2014
A propósito de Un eterno resplandor de una mente sin recuerdos
Recuerdo que
antes de ver El eterno resplandor de una
mente sin recuerdos tenía muchos prejuicios en torno a Jim Carrey y sus
actuaciones dramáticas, lo catalogaba de “morisquetero” y nada más, como si yo
fuese muy seria. Vi la película y me gustó, dejé a un lado mis juicios a
priori, disfruté del argumento y de dos personajes sufrientes de eso que llaman
amor.
En aquel momento fue para mi una buena
película, una buena historia, al igual que las actuaciones y nada más, no llegó
a tocarme alguna fibra emocional o el punto de identificación de querer ser, o
sentirse como. Dentro de la trama parecía verosímil que después de amar tanto podrías
querer borrar todo recuerdo de un amor tan apasionado, desestimaba que eso
podría pasar en la vida real, al menos
eso creía hasta el año 2012.
Hace poco volví a ver la película en
cuestión, lloré como una imbécil , decía “yo quiero hacer eso”, “quiero que me
lo borren de la mente”, refiriéndome a aquel amor perdido y todo lo que
conlleva, antes pensaba que jamás hubiese querido hacer algo así, porque
siempre sobreviven las cosas buenas, los recuerdos, el amor, sin embargo cuando
los recuerdos se vuelven lacerantes
sería grandioso restar, borrar de la mente de uno lo bueno, lo malo, todo, para
no burlarse, para no sentir lástima, para no llorar.
Al detallar la experiencia que tuve con esta
película puedo afirmar que al cambiar mi sitio de enunciación mi opinión cambió,
porque más allá de la crítica y la evaluación de un hecho ficcional somos seres
humanos y por más que no queramos en gran medida emitimos nuestra opinión
basándonos en la propia experiencia.
Me
pasó con Un eterno resplandor de una
mente sin recuerdos lo que me sucedió con las primeras materias del área de
Literatura y vida en la Escuela de Letras, las despreciaba porque simplemente
no las comprendía, abordaba las lecturas y las clases desde los conceptos, más
no desde la experiencia, porque no les encontraba sentido. Pasó el tiempo y me
di cuenta que mi valoración hacia esta área de estudio dependía de una cuestión
que corresponde a la esfera de la madurez, el entendimiento lúcido y la
confrontación de mi propia ignorancia.
Cuando vi por primera vez Un eterno resplandor… estaba contaminada
de muchas concepciones, posturas que me no permitían disfrutar por completo de
la experiencia cinematográfica, la vi cotejándola con otra cosa, evaluándola
con la rigurosidad de una nota al pie de página.
Luego me fui deslastrando de ciertas cosas,
tuve en mi vida varías epifanías y comprendí viviendo lo que era una anagnórisis,
le encuentro mayor sustancia a lo que dicen los poemas y aprecio la oportunidad
de haber visto Literatura y vida y seminarios de simbología.
Ahora otorgo oportunidades justas a lo que
veo, a lo que leo, trato de confrontar lo que aprendí sobre el mundo ficcional,
la verosimilud, la trama y la mimesis con lo que he vivido, con lo que me gusta
y con lo que me doy licencia de creer.
No quiere decir que todas las películas,
libros y exposiciones que he presenciado hayan sido todas excelentes, experiencias
de crecimiento espiritual o que encontré el sendero de la iluminación,
simplemente me he dado la oportunidad de encontrar productos culturales de gran
valor simbólico en sitios que antes me eran ajenos. Un eterno resplandor de una mente sin recuerdos fue la película que
terminó de abrir la puerta para “aprender a ver” como decía Rilke.
Gabriela Durán
Arnaudes
sábado, 1 de febrero de 2014
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