Varias veces los espectadores de las películas de Marco Berger hemos dicho que él hace cine - de temática - homosexual, como si encasillarlo implicara un logro dentro del cine latinoamericano para visibilizar las relaciones afectivas entre hombres. Y nadie puede negar que un realizador dedicado a personajes de masculinidad ambigua es una anomalía en este lado del mundo. Ya son nueve sus obras enfocadas en hombres que exploran sexual o afectivamente con otros mientras se ponen en perspectiva con su entorno.
Ahora, tal vez esa misma etiqueta haya hecho que espectadores gays se disgusten con tanta heteronorma en la obra del realizador argentino. Porque en el sentido estricto, Berger retrata relaciones homosexuales pero no precisamente gays o LGBTIQA+. En sus películas no hay personajes transexuales, travestis, afeminados, asexuados, nutrias ni osos*. Tampoco podría decirse que son personajes “alegres”, como significaba la palabra hace cincuenta años o más. Simplemente son hombres con cuerpos definidos pero bastante tristes o “serios” en sus acercamientos al otro, estos que el nicho de las aplicaciones llaman “masculinos” o la izquierda llamaría “hegemónicos”.
Sus películas tampoco cumplen del todo los códigos de los géneros cinematográficos. Como mucho Plan B (2009) y Un Rubio (2019) calzarían respectivamente dentro de la comedia y el drama, pero si algo comparten los personajes masculinos de su obra hasta ahora es cierto letargo, como un dejar hacer ante la ambigüedad de su entorno. La duración de sus planos suele prolongarse por varios segundos y hay muchas tomas fijas en sus obras.
Ahora, lo verdaderamente incómodo en su cine es la manera de hurgar en la soledad de estos hombres, en la distancia autocreada por esa imagen de masculinidad. Para el marco de este texto, escribiré solo a partir de Ausente (2011), Un Rubio (2019), Taekwondo (2016) y la recién estrenada El Cazador (2020), pero con miras a un acercamiento posterior más amplio.
El Cazador, estrenada recientemente en la plataforma CINE.AR, trata sobre personajes que terminan teniendo encuentros homosexuales por dinero. Ezequiel y Mono son dos amigos que pasan una tarde juntos luego de coincidir en una pista de skaters. El jugueteo sexual entre ellos desencadena acuerdos más turbios de los que tenía en mente Ezequiel en un principio.
A partir de ahí, Berger plantea el deseo desde la ambigüedad. Esto es lo que ha venido trazando en su filmografía previa con variaciones sutiles o considerables también. Por ejemplo, Taekwondo es una película coral por más que destaquen cada tanto los escarceos entre Fernando y su amigo. La cámara se distrae tanto con los múltiples personajes vacacionando que incluso hay más relaciones heterosexuales que las tan achacadas al autor cordobés en su filmografía.
En sus obras a Berger le interesa la grieta de la masculinidad más firme, no enrostrarnos lo queer. Si nos empeñamos en la palabra visibilizar (parecería que durante siglos la sociedad fue ciega o hizo la vista gorda), Marco bordea con sus hombres lo ambiguo, cierta complicidad delatora. La lucha trans por su parte se deslinda frontalmente de lo heteronormado, mientras que estas películas muestran una lucha desde los bordes entre lo hetero y lo homo. A diferencia de Fernando en la mencionada Taekwondo; Gabriel, Sebastián y Bruno luchan desde adentro, se apartan aun estando en esa misma norma del hombre gay que no lo aparenta.
Que el realizador visibilice lo que los gays más 'discretos' usualmente confrontamos, puede ser un camino fácil. Incluso dentro de la comunidad homo, mostrar nuestra feminidad todavía está mal visto por varios. Y más todavía para los hombres heterosexuales. Parece que el juicio es: lo masculino debería disimular sus maneras. Sí, es una discriminación dentro de la misma minoría. Y esa apariencia de hombría desolada por haberse delatado dubitativa está presente en estas cuatro películas.
Pero también es cierto que Berger descompone a nivel visual la fisonomía de estos cuerpos y no solo mostrando el miembro viril en varias ocasiones. En Ausente, por ejemplo, antes de los primeros cinco minutos de transcurrida la película, toma planos detalle de los pies, las piernas, las manos y el torso del protagonista. En esta ocasión no vemos su bulto aunque la escena transcurre en un consultorio médico y la excusa valdría.
Como si estudiar sus cuerpos nos brindara pistas de cómo se desenvuelve la belleza para subsistir, estos personajes hallan un lugar silencioso y sugerido en medio del letargo. Al final, en El Cazador no sabemos qué le cuenta Ezequiel a su padre y aunque fija posición, en Un Rubio Gabriel queda solo y en silencio. Tal ambivalencia nos brinda cierres nunca ilusionados pero sí firmes en cuánto a cómo estos dos hombres se apartan de un entorno viciado de autoengaños.
Tampoco pasemos por alto que incluso esa decisión de mostrar penes en Taekwondo o en Un Rubio tiene un detalle. Están flácidos, no erectos. Parecería una pequeñez este rasgo a quien le incomode una verga en escena por la gratuidad pero es significativo si consideramos que a Berger le interesa la masculinidad en reposo, tal vez a modo de compensar también tanto cine hetero donde las mujeres muestran los senos o la vagina en mucha mayor proporción que lo hacen los hombres.
Más allá de esta proporción que no hace una película mala o buena (sea sobre relaciones hetero o gay), es Un Rubio donde las búsquedas de esta masculinidad ambigua y desolada adquieren una carga más clara y frágil. Ahí Berger condena las conformidades de bisexualidad discreta de Juan y libera a Gabriel (Gastón Re) de contradicciones con las que venía viviendo. Y toma estas decisiones a nivel visual sin necesidad de estridencias. Nadie muere ni hay gritos de reproche propias del melodrama. Ambos protagonistas llevan “su procesión por dentro” pero toman decisiones al respecto. La virilidad descarada de ambos compañeros se aflige del aislamiento y se evade con el sexo o con juegos efímeros.
Ello no le impide que haya varias escenas de una carga erótica frontal. Si algo remarca Berger en sus películas es que el hombre también es un animal sexual. Y así como en sus obras previas lo sugería en personajes reprimidos (en Taekwondo apenas el beso final ocurre en penumbras), en Un Rubio son varios los encuentros donde el erotismo es pleno. Esta liberación de ataduras corporales resuena entre los amigos de Juan y sus conformidades con la novia.
Probablemente por esta franqueza no solo visual sino también en las decisiones de su protagonista, Un Rubio es la más liberad(or)a de estas cuatro películas. La ambivalencia se resuelve durante la obra y de una forma no del todo dialogada entre los personajes, pero sí discursiva a nivel audiovisual y aunque se le achaque cierto constreñimiento en el ritmo.
No planteo nada más un juego lingüístico con las palabras liberadora y liberada. Entendamos que si tenemos oportunidad de ver personajes libres de sus cargas, podremos también como espectadores liberarnos de los juicios ajenos, y más aún, de los propios que terminan siendo los más recalcitrantes.
* Términos con los que se autodenominan ciertos subgrupos de la comunidad, como si la caza del deseo no fuese solo humana sino sobre todo animal.