Si todavía tienen chance, intenten verla. A mí me gustó. A pesar de que el guión tiene sus facilidades y el ritmo de la película es a ratos atropellado para que la historia fluya, la fotografía es hermosa y esto permite detenerse en los lugares más allá como paisajes de contemplación, también como unas imágenes tremendamente evocadoras en torno a Samuel y los árboles.
Es como si su don fuese hecho imagen a través del árbol, de este tronco delante el cual Samuel se sienta a esperar (esperar que es un eco de imaginar y soñar), este tronco con una piel cuarteada que se ramifica, entre laberintos de la imaginación, en el descubrimiento que tiene Samuel sobre su don en la primera hipnosis con Montoya. Es como si "tener madera" fuese la imagen de su don, de su entrega postergada - y que, sí, es cierto, dedicarse a su don no termina de ser una decisión natural sino apresurada, pero cuánto conmueve el final -.
Y, además, la película ofrece una tremenda calidez en la actuación de Manuel Porto como Montoya. Su presencia acoge con tal naturalidad sus anécdotas y sus diálogos que sus dotes de médico se sienten tanto en las hipnosis de sus pacientes como sus conversaciones con Samuel. Qué presencia tan amable por lo generoso de sus gestos: su humor, su mirada anhelante por su hija, su voz.
Si la película hubiera sido más constante en su ritmo, las imágenes y las actuaciones resonarían más. Ahora, así como quedan, por sí solas, igual me hacen volver a ellas.
Si todavía tienen chance, intenten verla. A mí me gustó. A pesar de que el guión tiene sus facilidades y el ritmo de la película es a ratos atropellado para que la historia fluya, la fotografía es hermosa y esto permite detenerse en los lugares más allá como paisajes de contemplación, también como unas imágenes tremendamente evocadoras en torno a Samuel y los árboles.
ResponderEliminarEs como si su don fuese hecho imagen a través del árbol, de este tronco delante el cual Samuel se sienta a esperar (esperar que es un eco de imaginar y soñar), este tronco con una piel cuarteada que se ramifica, entre laberintos de la imaginación, en el descubrimiento que tiene Samuel sobre su don en la primera hipnosis con Montoya. Es como si "tener madera" fuese la imagen de su don, de su entrega postergada - y que, sí, es cierto, dedicarse a su don no termina de ser una decisión natural sino apresurada, pero cuánto conmueve el final -.
Y, además, la película ofrece una tremenda calidez en la actuación de Manuel Porto como Montoya. Su presencia acoge con tal naturalidad sus anécdotas y sus diálogos que sus dotes de médico se sienten tanto en las hipnosis de sus pacientes como sus conversaciones con Samuel. Qué presencia tan amable por lo generoso de sus gestos: su humor, su mirada anhelante por su hija, su voz.
Si la película hubiera sido más constante en su ritmo, las imágenes y las actuaciones resonarían más. Ahora, así como quedan, por sí solas, igual me hacen volver a ellas.