Salmo de cuarentena, respondemos todos
- Al levantar la
tapa he visto un gran precipicio y al fondo las aguas claras de un torrente.
- Sí y antes de sentarme un águila cruzó unos metros delante
de mí.
- Y a mi el viento me lanzó un gran remolino de hojas secas
sobre la cara.
- Tengo frío.
- Tengo frío.
El Ángel Exterminador (1962) Luis Buñuel
Un retrato del arcángel Miguel y la
biblia de mi abuela me disparan una oración desde mis recuerdos, mientras
cumplo mis días de marmota en una ciudad que se ha vuelto mi cuarto y que he podido
recorrer con la mirada cautiva desde un balcón prestado. Estas calles responden
a mi suspiro ocular como si me hubieran parido y entonces me parece ver a mi
abuela calle abajo, anónima transeúnte de un país al que le he confiado su
nombre. Contengo las ganas de pedirle la bendición. Los días se repiten o soy
yo la que se duplica en estas visiones, ya no sé.
Así también los personajes de Buñuel
van tejiendo frases cuyas puntas vuelven a tocarse, repitiéndose a sí mismos,
como si el reloj de la Providencia estuviese fallando, y sus tuercas tuvieran
que reiniciar sus ciclos para hacer de cada acto viejo y conocido una
reafirmación del anterior, resucitando el gesto muerto.
Parece que el ángel exterminador no
aguantaba las ganas de salir. Quería andar en bici o estirar sus alas de pájaro
y dragón. No lo pensó más, ¿por qué iba a pensar en los otros? ¿Quién de nosotros
sacrifica su libertad y sus deseos por los del mundo? El ángel abrió la puerta
de la nube, de su casa de pandora. Cuando torció la manilla escuchó la
carcajada de Buñuel.
Desde que empezaron estos días trato
de hallar ese ángel en este cielo gris. Cada portal de esta casa, que no es la
de mis recuerdos, se duplica al infinito sin convertirse en barrotes. Mis
cientos de puertas me llevan al mismo lugar que me presenta una versión
desconocida de mí en supuesto cautiverio.
En ese recuerdo veo arrinconado un
piano que nunca aprendí a tocar y que aún duerme en la distante casa de mi
abuela, y entonces me viene a la mente la estampa de aquella burguesía
alrededor de ese otro piano de un México de 1962, atrapada dentro de una
mansión a causa de algún misterioso maleficio que los priva de la libertad.
¿Será que nos hemos metido en la película?
“No está Lucas”, dice extrañado el
personaje al no encontrar quien reciba los abrigos de sus invitados. Toda la
servidumbre está desesperada por irse. Los sacude una pulsión opuesta a la
celebración. Algunos se escapan de a poco, sin motivo aparente. Han huido “como
las ratas de un barco ante el naufragio”, dirá después uno de los personajes de
frac. Tal vez los visitó una premonición. Quizás un llamado animal o un llamado
de clase. Nosotros no hemos sabido escucharlo. Así como somos sordos ante los
tiros de las fronteras y la sangre de sus muros.
“La patria es un conjunto de ríos que
van a dar al mar, que es el morir”, afirman dos personajes del film durante el
banquete. Y entonces veo las noticias de tal o cual canal, confirmando que de
nada sirve parcelar la vida, si la muerte está a flor de piel. Nada nos puede
proteger de la furia de un ángel que va descalzo cagado de risa, cosechando las
discordias que nosotros mismos sembramos. Un ángel invisible que encontró la
llave de nuestra casa y se la tragó.
Desde
el día que salió ꟷo más bien la nocheꟷ su furia santificadora nos encerró. Y
nos dijo: ya no están en la cumbre de esta pirámide. Y la vida es una mirada
que nos cruza y nos parte y que no solo está en sus corazones. Vibra con la
pulpa de los árboles, aunque ya estén muertos en sus libros. Vibra en la punta
del árbol y en el reventar de las olas. También vibra en el silencio. Usted que
tantos libros ha leído, dígame cuántos idiomas pueden nombrar la muerte, leerla
y vivirla. Hay canciones que no tienen partitura.
Los burgueses y los no tanto, los que
querían perecer y ahora quieren vivir, los que se tiñen el cabello y ya tienen
raíces de tubérculo, los que votan por aquel otro, los que roban la electricidad
para no vivir en una caverna cada noche, los que quieren salvar la economía,
los que quieren vivos a sus abuelos, los que lloran por la naturaleza, los que
sufren la pandemia del hambre desde hace siglos; todos se repiten unos a otros
que es hasta ahora que han vivido el encierro. Debe ser que antes éramos
libres, como libres creían ser los personajes del film antes de permanecer
confinados en la sala confortable que sería su calabozo.
Después de semanas encarnando el desencuentro
hemos tenido que vaciar nuestros ombligos y convertirnos en nuestra propia
nube, y un poco nuestro propio calvario. Buñuel ya lo representó. Un retorno al
medioevo con el hashtag de QuédateEnCasa, solo por si no aprendimos las
lecciones de Historia. Bien lo reclamaban nuestros profesores: había que poner
atención a las pandemias, pero desde el fondo del aula qué iba a saber yo que
aquellas fechas tendrían utilidad. Mis dedos ahora tendrán que temerles a las
pulgas, a las mordidas de ratas, a los vuelos de murciélagos y a las miradas de
algunos hombres. Llegó esta peste blanca ꟷporque siempre han sido blancos
quienes han esculpido genocidiosꟷ, salió con sus alas de ángel y
sobrevoló todas nuestras certezas evolutivas. Se burló de nuestros ahorros, del
progreso y la meritocracia. ¿Quién tiene más mérito de vivir? Quítese el
tapaboca el que sepa la respuesta.
Creo que vino a buscar la dignidad
humana, y nos vino a sugerir el suicidio como sublimación, el mismo que
ejecutan los únicos iluminados del film; esos amantes que detrás de una puerta
confían a un arcángel su última muerte y su primer orgasmo, valga la
redundancia. Este ángel vino a rompernos los huesos para que no saliéramos
ilesos. Nos puso el espejo frente al vómito. Y acá le seguimos echando caca al
vecino y tocando cacerolas contra la hinchada opositora. Pero Buñuel empieza a
gritar desde la tumba: “los corderos, los corderos”, dice. “La sonata, la
sonata”, repite. Se cortaría un ojo si con ello pudiera hacernos recordar al
piano, el que aparece en medio del film tirado como un lastre, y que luego
cobra protagonismo al final, después de tanta muerte y sacrificio.
La
valquiria, un enigmático personaje de la trama, llega a una revelación. Va
pidiendo a todos retomar las posiciones que, durante aquella primera noche de
encierro, mantenían. Se acerca a la pianista y le recuerda: “usted estaba
tocando el piano”. Una epifanía los atraviesa, después de todo para qué les ha
servido la razón. Y hacen sonar la música y resucitan la representación
absurda. Todos vuelven a repetir sus estampas de gloria, pero ahora con los
cuerpos rancios y decadentes que ahora habitan. La música suena, la tragedia se
olvida y comienza el juego de la repetición. Una versión más humana que la secuencia original. Todas las víctimas del maleficio volcadas al milagro
de la creación. Los arrebata el ritual hipnótico del misterio. La comunión de
las almas desde el arte rompe el encantamiento. Pueden salir, dejando sus egos.
Se liberan. Pero acá, afuera de los 35 milímetros, ¿quién podrá tocar la música
libertaria? ¿Qué mano está libre de mierda? ¿O tendremos que salir a los
balcones ꟷlos del almaꟷ y entonar un mismo himno, juntes? Volvernos sirenas
para hacer dormir a este ángel, nuestro. Durmiéndose él, puede que nosotros
despertemos. O quizás ambos debamos dormir para vivir el mismo sueño redentor.
¡Qué se yo!
Si la
música no es lo nuestro, por lo menos empecemos con una oración desde cada
balcón ꟷbenditos propietarios y herederosꟷ.
Ángel exterminador: extermina la abulia, extermina la
indiferencia, extermina la represión, extermina a los colonos y al colonialismo,
extermina al patriarcado, extermina al racismo, extermina la guerra, extermina
la injusticia, extermina la mediocridad, extermina los amores con fronteras,
extermina a los estafadores de infancias. ¡Deja sonreír a los abuelos! No nos
quites el llanto ni la risa solidaria, tampoco el abrazo, ni la noche y su
fuego. Limpia la podredumbre, sobre todo la del oro, el petróleo y la sevicia.
Lava nuestras miradas con música y líbranos del odio. Ángel exterminador, ruega
por nosotros.
Y en medio de esta oración, quien
esté libre de sueños y quiera adjudicar la culpa a este ser redentor e
imaginario, que lance la primera piedra.
Amén.
Para verla, descarga la app PopCornTime, está ahí registrada como The angel exterminating.
También está en youtube en calidad precaria
https://www.youtube.com/watch?v=GnFW1BlxOR4