Entre las imágenes, los gustos, los comentarios y las discusiones de un grupo de cinéfilos.
miércoles, 27 de julio de 2011
martes, 26 de julio de 2011
Director del mes: Kenji Mizoguchi
Nació el 17 de mayo, 1898, en Tokio, Japón. Murió el 24 de agosto, 1956, en Kioto, Japón.
De Kenji Mizoguchi veremos:
La historia del último crisantemo (1939)
Utamaro y sus cinco mujeres (1945)
Cuentos de la luna pálida de agosto (1953)
El intendente Sansho (1954)
De Kenji Mizoguchi veremos:
La historia del último crisantemo (1939)
Utamaro y sus cinco mujeres (1945)
Cuentos de la luna pálida de agosto (1953)
El intendente Sansho (1954)
sábado, 23 de julio de 2011
Imagénes de Henry y June (Philip Kaufman, 1991)
"Tal vez me convierte en un demonio ser capaz de pasarme de los brazos de Henry a los de Hugo".
[Hay un breve silencio que desnuda a Anais, desde su rostro hasta su cuerpo entero]
"Pienso esto mientras Hugo permanece acostado junto a mí".
"Amo a Hugo y... me siento inocente"
La calma de esta secuencia, con las palabras casi susurros de Anais, la calidez opaca que asoma candor entre sus labios y su mirada, los desnudos en sombras, el sueño de él y la vigilia de ella, excita. No es la desnudez explícita, que tienta, no es el sexo que acaban de tener, que alborota; es el placer antes de que se disperse para llamarlo orgasmo, es la energía de una levedad compartida sólo en lo que queda de la cama en la piel. El erotismo empieza en el rostro y en la película cada recuerdo se gesta como una provocación de la mirada donde el rostro en primer plano busca la intimidad, la confesión.
[Hay un breve silencio que desnuda a Anais, desde su rostro hasta su cuerpo entero]
"Pienso esto mientras Hugo permanece acostado junto a mí".
"Amo a Hugo y... me siento inocente"
La calma de esta secuencia, con las palabras casi susurros de Anais, la calidez opaca que asoma candor entre sus labios y su mirada, los desnudos en sombras, el sueño de él y la vigilia de ella, excita. No es la desnudez explícita, que tienta, no es el sexo que acaban de tener, que alborota; es el placer antes de que se disperse para llamarlo orgasmo, es la energía de una levedad compartida sólo en lo que queda de la cama en la piel. El erotismo empieza en el rostro y en la película cada recuerdo se gesta como una provocación de la mirada donde el rostro en primer plano busca la intimidad, la confesión.
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miércoles, 13 de julio de 2011
domingo, 10 de julio de 2011
Estoy bien, no te preocupes (Phillipe Lioret, 2006)
Título original: Je vais bien, ne't en fais pas
Director: Philippe Lioret
Guion: Olivier Adam y Philippe Lioret.
Música: Nicola Piovani
Fotografía: Sacha Vierny
Reparto: Mélanie Laurent, Kad Merad, Julien Boisselier, Isabelle Renauld, Aïssa Maïga, Simon Buret
Productora: Nord Ouest Production / Studio Canal / France 3 Cinéma / Fin Août Productions
País: Francia
Año: 2006
La incertidumbre deja a Lili fuera de sí. La espera la hace atravesar una cantidad de emociones que la derrotan y la sepultan. Los padres, ensimismados en sus caprichos, no saben cómo guiar a su hija, pero aun así lo intentan. Loïc, el hermano gemelo, de cuya telaraña de ansiedad pende Lili, parece ser el único capaz de sacarla de las profundidades. En este cementerio de preguntas, Lili encontrará respuestas alternativas que la guiarán por un camino propio, un cauce innavegado de un nuevo despertar.
La actuación destacada de Mélanie Laurent en esta película la hizo acreedora del César como mejor actriz en 2006. Indudablemente, un valioso premio para una formidable actuación.
sábado, 2 de julio de 2011
Bergman: Gritos y susurros (1971): rojos, negros, blancos, amarillos
"- Tal vez para ti sea un sueño; para mí, no" (Maria a Anna)
Maria es la mirada de cada uno de los relojes que mueven sus agujas y suenan en la casa. Ella es el sueño, la mirada del tiempo. Pero no es el sueño etéreo del cual sus hermanas puedan despertar, sino la sensación que queda en el cuerpo como una penumbra después del amanecer, como la sensación que deja la desnudez de Karin, pieza por pieza, hasta que nos damos cuenta de que es su imagen en dos espejos la que está siendo desnudada. En la costumbre del aposento y de la confidencia con Anna, los dos reflejos de Karin inquietan, por el silencio que quiebra la tensión entre la mirada aguda de Anna y la desnudez esquiva de Karin, no por su cuerpo desnudo en sí.
El rojo nos agoniza en los gestos más callados de Karin, Maria, Anna y Agnes. Con el rojo, la palidez de sus rostros adquieren el sinsabor desarmante de la lejanía, de lo que no se transmite entre la calidez de los cuerpos, sino en la mirada.
Ante la enfermedad, las sombras, a medias enrojecidas y ennegrecidas, someten sus rostros a recuerdos (¿o son sueños?) inquietantes. Cuidado, que el rostro no es lo que llamamos identidad para salvarnos del cuerpo.
Y, aun así, se siente este recuerdo, resguardado en este cuaderno rojo, se siente con el correteo de blancos inquietos entre caídos amarillos, y escamoteados marrones y verdes. La alegría está en estos labios carnosos que narran, generosos a articular la voz de Anna hasta volver a ser la de Maria, el compartir de una tarde que le devuelve al blanco la alegría de aprovechar los matices de los alrededores. Aquí, cada color es un preludio al sentimiento así como cada rostro magnifica los gestos callados.
Maria es la mirada de cada uno de los relojes que mueven sus agujas y suenan en la casa. Ella es el sueño, la mirada del tiempo. Pero no es el sueño etéreo del cual sus hermanas puedan despertar, sino la sensación que queda en el cuerpo como una penumbra después del amanecer, como la sensación que deja la desnudez de Karin, pieza por pieza, hasta que nos damos cuenta de que es su imagen en dos espejos la que está siendo desnudada. En la costumbre del aposento y de la confidencia con Anna, los dos reflejos de Karin inquietan, por el silencio que quiebra la tensión entre la mirada aguda de Anna y la desnudez esquiva de Karin, no por su cuerpo desnudo en sí.
El rojo nos agoniza en los gestos más callados de Karin, Maria, Anna y Agnes. Con el rojo, la palidez de sus rostros adquieren el sinsabor desarmante de la lejanía, de lo que no se transmite entre la calidez de los cuerpos, sino en la mirada.
Ante la enfermedad, las sombras, a medias enrojecidas y ennegrecidas, someten sus rostros a recuerdos (¿o son sueños?) inquietantes. Cuidado, que el rostro no es lo que llamamos identidad para salvarnos del cuerpo.
Y, aun así, se siente este recuerdo, resguardado en este cuaderno rojo, se siente con el correteo de blancos inquietos entre caídos amarillos, y escamoteados marrones y verdes. La alegría está en estos labios carnosos que narran, generosos a articular la voz de Anna hasta volver a ser la de Maria, el compartir de una tarde que le devuelve al blanco la alegría de aprovechar los matices de los alrededores. Aquí, cada color es un preludio al sentimiento así como cada rostro magnifica los gestos callados.
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Ingrid Thulin,
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