jueves, 18 de febrero de 2010

Música y alegría en final de de Fellini

La passerella di addio: “Estamos listos para comenzar. ¡Felicitaciones!” El prestidigitador en seguida da la orden de seguir. Aparece Claudia, bella, sonriente, mientras el crítico sigue con su vana perorata: ya su razón no vale ni un centavo más en la película de Guido. La Saraghina, el señor y la señora de Anselmi, todos de blanco. Claudia sonríe con vehemencia, camina por el terreno baldío, iluminando la escena cual Musa que es. Las mujeres del harén onírico, los padres de la Iglesia, las personas que influyeron en Guido a través de todo el film, y viceversa, caminan sobre la tierra, todos de blanco también, con sus propias máscaras. Guido se mira a sí mismo; dice: “¿Qué es este destello de alegría que me está dando una nueva vida? Por favor, discúlpenme, dulces criaturas. Nunca me di cuenta. No sabía. Cuán acertado es aceptarlos, amarlos. Y tan sencillo. Luisa, me siento como liberado. Todo se ve bien para mí, todo tiene sentido, es verdad. ¡Como quisiera explicarme! Pero no puedo... Todo será igual como antes. Todo se vuelve confuso otra vez, pero la confusión es sólo mía. Así soy yo, no como me gustaría ser. Y no tengo miedo de decir la verdad, la cual no conozco, la cual busco. Sólo cuando me siento realmente vivo y puedo mirar dentro de tus fieles ojos sin vergüenza. La vida es una fiesta, vamos a vivirla juntos. No puedo decir otra cosa, ni a ti ni a otros. Acéptame como soy. Sólo así podremos descubrirnos el uno al otro”. Luisa, entre atenta y ligeramente conmovida, responde afable: “No sé si estás en lo correcto, pero lo puedo intentar, si tú me ayudas”. Inmediatamente, empieza a asomarse cierta melodía, de un candor italiano tradicional y a la vez circense, con ritmos in crescendo, otros momentos descrecendo; un Si mayor resonando en diferentes fases melódicas, con la flauta liderando la fiesta musical; de a ratos un estruendo de ebullición para luego volver a la calma italiana. Cinco instrumentos de viento pasean en el terreno, junto al destello de alegría del renacer de Guido. El prestidigitador, de negro, recibe a los invitados, de blanco: “¡Bienvenidos todos! ¡Por aquí!” Y la muchedumbre lo sigue. Guido está en el centro del stage de su fiesta, su vida, su film aún no concluido. Piensa qué hacer, cómo dirigir esta profunda tragicomedia (¡Ahora finalmente dirige!); llama a los músicos. Los dirige hacia un lado del escenario, da instrucciones concretas al último de la fila, el enano de la flauta; coge de un asiento el megáfono: “Sigan caminando, yo les digo hasta cuándo”. “Camina frente a la cortina”, dice Guido, y el enano obedece, siempre con su melodía danzante, tan nido de circo. “¡Abran la cortina!”, y aquella gran blanca de tela se abre en dos, como las aguas del Éxodo: “¡Todo el mundo baje!” Las escaleras de la gran estructura metálica están abarrotadas de gente: los extras de la película de la vida de Guido. Todos bajan serenamente, pero al ritmo de la música, al son de la vida del artista. Guido se pone de rodillas para besarle la mano al Cardenal; éste acepta. Suben todos, uno a uno, a la plataforma circundante, la passerella di addio, mientras bailan, tomados de la mano, en fila orbicular. “Mamma”, exclama Guido, pero la señora sigue de largo, tiene que continuar con su papel. Carla, con su risa chirriante, le dice al artista: “Sé lo que quieres decir: no puedes hacerlo sin nosotros. ¿A qué hora me llamarás mañana?”. Pero Guido la apura para que se una a los otros, no hay tiempo que perder en esta fiesta, con esta música, tan infinita como su esencia. El prestidigitador, feliz y danzante, la toma del brazo y corren con suma alegría a la passerella*. El artista dirige su “guateque”: “¡Vamos, todos agárrense de las manos! ¡Extiéndanse! ¡Todos juntos! ¡Maestro!”, y empieza de nuevo el fragor musical a todo volumen, un espectáculo en estado puro, de una espiral sencillez, como la vida misma. “¡Todos agárrense de las manos!” Y el prestidigitador comienza con el trote bailarín; todos lo siguen. Guido, calmo y profundo, convida a su amor, Luisa, a unirse a la passerella di addio, y ella, tímida, acepta, porque sabe que el addio es realmente un nuevo comienzo, que la vida no es en vano, y que esa música refleja esa fiesta existencial que repone el alma en su esencia. Caminan juntos, dos soledades acompañándose, listos para bailar, listos para la alegría; sólo así se podrán descubrir el uno al otro. Luego, todo se torna oscuro, hay poca luz, la fiesta humana se ha dispersado, sin embargo la música sigue. Cinco instrumentos en coreografía musical, el circo en su estado natural. Ahora el enano dirige su banda en medio de la noche, donde ya nada se hace más palpable sino la noche misma. El flautista queda solo en medio del escenario. Ya no hay más nada que hacer sino seguir tocando. El placer de la música se hace destino; la melodía, interminable, se difumina con la forma de las palabras, porque la película tiene que terminar, así como también la vida tiene que recomenzar: . Ideato e diretto da Federico Fellini. Tal vez Edgar Allan Poe tenía razón; el misterio de la música consiste en llegar siempre a ella, como quien tiene sed y busca un vaso de agua fresca, tan límpida, tan necesaria: “En la música es acaso donde el alma se acerca más al gran fin por el que lucha cuando se siente inspirada por el sentimiento poético: la creación de la belleza sobrenatural”. Guido (y por qué no: también Fellini) saben que al final de sus películas, de sus vidas en estado de arte, son música que gravita, vibra, fluye, en toda la realidad. ¿Por qué no darle un convite especial a lo que se merece: un renacimiento? Así fue. La música siempre será destino, un aliciente para el placentero resurgimiento existencial. Dionisos en acción.

* La música no es sólo misteriosa, sino también a veces alegre: es alegre por el misterio; la alegría en sí misma puede ser un misterio.

2 comentarios:

  1. Así es, la música siempre será destino porque nunca habrá dejado de ser origen también. En el ritmo de toda buena película, en su edición y en la energía que transmite, pareciera estar la semilla de la música.
    Me diste ganas de volver a ver . A ratos cargada de un pegostoso sopor (¿no puede ser esta una de sus intenciones: aburrirnos con los caprichos de un autor frustrado?), muchas otras evocadora y fascinante. La imagen en plano cenital de Guido flotando en el cielo, apenas atado a la tierra por una cuerda, se me quedó grabada desde que la vi.
    Justamente ayer vi Nine, adaptación del musical de la película. Pensarlas una al lado de la otra es hacer más visible lo inerte y sin inspiración de la nueva versión, que además acumula una canción sosa tras otra, pero hay brotes maravillosos, casi sorpresivos, de algunas actrices.

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  2. La de Fellini es sencillamente maravillosa. No puedo dejar de mencionarla en alguna tertulia cinéfila. A ver Nine, no me queda de otra, sólo por curiosidad (aunque tal vez halla cierta fascinación y, por supuesto, entusiasmo por verla).
    Podría dedicar otro segmento a Claudia, pero podría llegar a un clisé cuasi dizque ella es la Maga, y cosas por el estilo.

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