Ziad: - ¿No cambias de opinión? Salma: - No cambio.
Este diálogo que antecede la llegada de ellos a la Corte Suprema puede ser la raíz, no sólo de la película, sino de la imagen en la que tanto insisten los personajes: "las personas somos árboles". Es un diálogo sencillo, casi pasa desapercibido, pero antes de que venga la siguiente escena, Salma queda sola, inmóvil, viendo hacia el horizonte de árboles; inmovilidad que nos recordará luego Sigi cuando los medios de comunicación la dejen sola en su jardín. Hay un diálogo entre la tradición y la novedad que entraman Salma y Sigi desde sus ventanas, sus colores y sus miradas, pocas veces desde lo evidente de las palabras dichas.
La película tiene sus lugares comunes entre un humor tonto y casualidades convenientes para resolver la trama que terminan empobreciendo sus fortalezas. Y, aun así, me quedan sus imágenes y cómo hace para llegar a ellas: la escena final pareciera unir dos realidades, pero muestra lo lejanas y dolorosas que son: entre un enorme muro, quedamos atrapados entre los árboles perfectamente dispuestos para un jardín aislado del entorno, y unos limoneros podados por los que Salma vaga, vestida de violeta, a la intemperie.
Si quieren verla, todavía está en Paseo Las Mercedes.
Ziad: - ¿No cambias de opinión?
ResponderEliminarSalma: - No cambio.
Este diálogo que antecede la llegada de ellos a la Corte Suprema puede ser la raíz, no sólo de la película, sino de la imagen en la que tanto insisten los personajes: "las personas somos árboles". Es un diálogo sencillo, casi pasa desapercibido, pero antes de que venga la siguiente escena, Salma queda sola, inmóvil, viendo hacia el horizonte de árboles; inmovilidad que nos recordará luego Sigi cuando los medios de comunicación la dejen sola en su jardín. Hay un diálogo entre la tradición y la novedad que entraman Salma y Sigi desde sus ventanas, sus colores y sus miradas, pocas veces desde lo evidente de las palabras dichas.
La película tiene sus lugares comunes entre un humor tonto y casualidades convenientes para resolver la trama que terminan empobreciendo sus fortalezas. Y, aun así, me quedan sus imágenes y cómo hace para llegar a ellas: la escena final pareciera unir dos realidades, pero muestra lo lejanas y dolorosas que son: entre un enorme muro, quedamos atrapados entre los árboles perfectamente dispuestos para un jardín aislado del entorno, y unos limoneros podados por los que Salma vaga, vestida de violeta, a la intemperie.
Si quieren verla, todavía está en Paseo Las Mercedes.