martes, 9 de marzo de 2010

Acostrumbrarse a la realidad cercana: la vida sin ambiciones

Esa caja mágica que es la televisión puede ser fascinante. Es un imán que siempre atrae mi mirada, aunque no siempre mi atención. Es difícil no dejarse llevar por su información, ya digerida y fácil, pero que invita instantáneamente a curiosear otros mundos desde la comodidad de nuestra casa. Es el ojo mágico de la puerta a otros lugares, hogares incluso. Esta es la impresión que me dan los encuadres a Truman cuando está siendo filmado por una cámara de televisión: es una visión limitada y torpe de su realidad, glorificada por los intentos sobrellevados de música grandilocuente y de giros tanto de trama como de cámara. Es así como la televisión le da forma a nuestra manera de ver las cosas uniformándolas, acomodándonos a quedarnos detrás de la puerta espiando por el ojo mágico, sin salir del apartamento. Pero esto es, apenas, una invitación. La programación televisiva no nos obliga a conformarnos, sino más bien somos nosotros que nos sometemos a la rutina diaria que invita al estancamiento de la mediocridad. La película no es una crítica a la televisión, sino una mirada aguda a la vida hecha pública: la apariencia de lo real detrás de los reality shows, pero no para hacernos participar en ellos, sino para mantenernos como voyeurs.

Así, a lo largo de la película, hay una impresión de estar viendo una vida mediocre, sin pretensiones, asustada por el mínimo obstáculo que se presente, más volcada hacia la controversia de eventos (lo eventual en la vida de Truman) antes que hacia el descubrimiento (el deseo débil de Truman de ser explorador que opacan con justificaciones absurdas); y que son los intentos más reincidentes de Truman y su curiosidad los que le brindan cierta emoción a su vida. Pero no es hasta el final, ante la oscuridad que ofrece abrir la puerta del set para irse, que la incertidumbre emociona más que la vida hecha espectáculo. Literalizar que cada momento de la vida es, no sólo teatro sino también espectáculo, obliga a pensar que el ocio sea la razón por la cual el personaje y el espectador existen: que el hacer no permita transformar y que ver sea hecho sin atender (sin hilar los vínculos entre lo que vemos y lo que imaginamos). Tal vez sea esta falta de ambición la que se traslada a toda la película para hacer sentir que es esta la que no dice nada, pero en realidad es a la televisión y la vida hecha espectáculo público a la que el filme está tildando de llanos, mediocres y manipuladores, no sin antes aprovecharlos para retratar los recovecos de la televisión. En esto, The Truman Show espejea con Network (1976) de Sidney Lumet, más sarcástica y tan compleja que fue profética del alcance casi sádico de la televisión.

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