Slumdog Millionaire (Boyle, 2008) vibra entre la fatalidad y la viveza del destino. No es una película que se intimida con mostrar la violencia y la pobreza profundas de India, pero tampoco las recrudece hasta victimizar a sus protagonistas. Más bien, su encanto agridulce está en haber creado una armonía entre por lo que se lucha y lo que se pierde. Cada una de las ingeniosas soluciones de los niños esconde cierta amargura antes de "salirse con la suya", así como cada pregunta en el show conlleva a un recuerdo que no siempre ofrece una respuesta, aunque sí una aventura. La decisión de narrar la historia de Jamal, Salim y Latika entre el show y el interrogatorio permite entrever los recovecos del programa (la malicia del conductor, aunque nunca sea estereotipada por el actor) y las connotaciones que tiene el dinero para el entorno que no las tiene para Jamal.
Así como su ingenio está en su narración, también lo está en sus detalles, en cómo descubren sus aventuras entre sonidos, música e imágenes de una ciudad devorada por la violencia, la basura y la pobreza. Hay una chispa que recorre toda la película como una energía que me hizo sonreír con los inventos y aguantar el nudo de la gargante con la desolación de estos niños. En su recorrido rápido pero siempre agudo por la cultura india parece estar rezagada la cultura tercermundista: tener la viveza para sobrevivir en las malas situaciones, aunque esto no implique estar mejor. Es una energía que le brinda vitalidad a la historia, que podrían criticarla por lugar común (el amor triunfa y el pobre se vuelve millonario). Pero en una época de tanta incredulidad, es tan refrescante una mirada que se muestre tan fiel a su alegría porque su optimismo no depende de evadir el trago amargo (ahí queda el sacrificio de Salim, ahí seguirá la pobreza), sino de que el amor triunfe, con toda la vergüenza que pueda sentirse al admitir esto en la época de ahora.
¿Qué ha quedado de ella en mí desde que la vi?: Los sonidos, el ruido y la música que se compone de ellos. En la partitura y en las canciones están escondidas la alegría y la nostalgia del recorrido de estos tres mosqueteros, junto con los ruidos que se aglomeran en la rutina de las calles y la basura.
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