viernes, 2 de febrero de 2018

La resonancia de los ancestros. Coco (Lee Unkrich y Adrián Molina, 2017)


Recuérdame, le canta Miguel a su abuela en un último intento porque recuerde a quien le dio vida. Hasta este momento en la película hemos seguido a Miguel y a su familia en el recorrido por el mundo de los muertos luchando por volver al mundo de los vivos, pero no con la fácil concesión de un familiar, sino con la concesión de un ídolo y de lo que profesa tal ídolo. Hemos seguido a Miguel, entonces, en la consolidación de un talento, la música, que lo lleva hasta enfrentar a sus muertos.

Curiosamente la escena que se siente más desoladora, la escena que destaca la soledad intrínseca de cada ser humano, no es con un familiar de Miguel, sino con el amigo de Héctor, éste a quien le piden prestada la guitarra. El momento donde Héctor canta y quedan a solas Miguel y él es de una potencia casi innombrable porque se trata del olvido, de la anulación completa del ser humano. Miguel y Héctor están en la búsqueda del recuerdo más allá de la fama, del simple y llano recuerdo de atesorar una foto en un altar como celebración de lo que fueron las personas en un momento. Y es bastante insospechado que una película para niños ponga en escena instantes así.

Entonces, hasta este momento, hemos escapado de los vivos junto con Miguel para llegar a su ídolo, pero ahora es él quien, cantándole Recuérdame a su abuela, enfrenta a los vivos, les da valor a través de su talento. ¡Y cómo Unkrich, Molina y el equipo entero que nos permite detallar las arrugas de Coco nos descubren desarmados frente a la emoción de que la existencia se sustente de los recuerdos! Cómo nos hacen reconocer que la música sea un homenaje a nuestros ancestros, pero no como una aceptación almibarada de lo que hacemos, sino incluso a pesar del rechazo, por el rechazo. ¡Cómo nos molesta la abuela que se entromete en el talento de Miguel, por ejemplo! Al final, éste no es más que un motivo para ver atrás y poner en perspectiva el hecho de que el talento y la familia no se antagonizan, como ejemplifican Ernesto de la Cruz o los ancestros de Miguel. Se superponen a ratos, pero conviven siempre. Porque el talento viene de quienes nos antecedieron, sea en la familia, por amigos o culturalmente incluso.

Y sí, es cierto que cierta villanía en el filme empaña sus fortalezas como posible obra maestra o algunos giros en la trama ralentizan el fluir de la historia, pero son tropiezos menores frente a tal escena desoladora, frente a ese homenaje burlón a Frida Kahlo y frente a ese canto final, certero con respecto a quienes somos más vulnerables: los abuelos. Porque, si con los padres es una lucha porque ellos siempre nos ven como niños y nosotros insistimos en demostrarnos adultos; frente a los abuelos, siempre somos consentidos y son ellos una bisagra a nuestra historia ancestral. Con los abuelos, siempre somos niños, pero no por lo mimados, sino por cierta complicidad no enunciada; complicidad más que palpable en Coco, puesto que la bisabuela confunde a Miguel hasta que llega el final y, éste, al mismo tiempo, conoce la historia de su bisabuela. La película termina siendo así una indagación de los ídolos familiares y no tanto de esos ídolos truculentos que brinda la fama.


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