- ¿Por qué yo?
- ¡Pareces honesto!
- ¿Entonces? ¿Sólo lo aparento?
- ¿Qué hay de malo en actuar un poco?
- Entonces, ¿es la honestidad un fingimiento? ¿y los amigos? ¿los negocios? ¿Hay algo que quede?"
Escuchamos a NJ y a sus compañeros de trabajo tramando retrasar el negocio con Ota, mientras lo observamos a él caminando como si hiciera equilibrio con una paloma en el hombro. La imagen cautiva con su calma. La sombra se alarga al ritmo de su caminar. El ventanal está abierto, como pocas veces están abiertos los ventanales de los edificios a lo largo de la película. Se siente la armonía entre el afuera y el interior. Ota está jugando con la misma inocencia de Yang Yang y con el mismo sosiego que intenta buscar NJ.
Este "¿Hay algo que quede?" persiste como el eco de un susurro que se permea hacia nosotros, los espectadores; en apariencia los únicos a los que E. Yang puede volver atentos dentro de una ciudad que prefiere ignorar sus dinámicas particulares para mantener la rutina citadina. Aquí la intimidad no es vista desde un primer plano, sino a través de un espacio que encierra a sus personajes devolviéndonos la cercanía de sus inquietudes con el sonido de los diálogos. Las imágenes pueden ser anónimas, pero las voces les devuelven su especificidad como si fueran confesiones.
¿Hay algo que quede en el vuelo de la paloma? Este instante permanece como la magia que hay en la sorpresa de un truco, pero esta es la maravilla de la sencillez. La angustia de NJ se hace huella en nosotros cuando la voz de su pregunta coincide con el sonido del aleteo y la imagen de Ota a espaldas, con sus brazos suspendidos en un dejo de incertidumbre. ¿Es este un gesto de la casualidad o es una respuesta a la pregunta de NJ sobre el fingimiento? Esta pregunta se esfuma, pero la secuencia fluye como todo lo que permanece, con una impresión en el corazón.
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