jueves, 2 de abril de 2020

Tres películas de la 6ta muestra de cine español Espanoramas 2020

La claridad emocional de La hija de un ladrón de Belén Funes viene dada por el detenimiento en los aprendizajes de su protagonista a pesar de cierta violencia contenida. Ellos la harán a ella más humana y solitaria, y desde el comienzo están sugeridos en el diseño de sonido de la obra.

Sara (Greta Fernández) tiene una condición auditiva. Esta no se precisa pero sí es evidente en el nivel visual y en los sonidos reiterativos que la rodean como el llanto de bebés aparte de los de su hijo.

Por otro lado, no es aleatoria la normalidad con la que se define a ella misma y también a su hermano. Estos son personajes que se aferran a ser comunes a pesar de sus discapacidades fisiológicas y sus incapacidades para interactuar con el entorno familiar.

El final nos batuquea porque junto con la protagonista caemos en cuenta de que el alcance de sus luchas por su bebé y su hermano menor se desplazan a su novio y su padre respectivamente. Y su mayor triunfo será una novedad que está grabada para que parezca irrelevante: un contrato fijo en una cocina donde hay una buena relación con los compañeros y superiores.


Una inquietud que puede hilar La hija de un ladrón con Buñuel en el laberinto de las tortugas es la soledad. Y no solo porque la primera cierra con el reconocimiento “me voy a quedar sola, ¿verdad?” y en la segunda la Muerte le dice a Buñuel “estás solo”. Se trata de cómo viven estos personajes para tensar las relaciones de su entorno. 

El personaje de Buñuel reconoce finalmente, en la película animada de Salvador Simó Busom, que sus maneras estaban siendo caprichosas con su amigo solo por el compromiso a su propio arte. Como si se nos dijera que no se debería hacer arte desde la ineptitud, los realizadores hallan una manera de reconciliar a los dos amigos. Que aquí se esconda una postura moral al menos queda matizado con el plano de la reconciliación, unas líneas montañosas atraviesan los perfiles de ambos.


A propósito de Buñuel, su cita inicial y lo simétrico en 7 razones para huir, de Soler, Quinto y Torras, es una referencia simbólica y constante durante la obra en el nivel discursivo. Esto es más visible en la primera razón-historia puesto que ya el primer plano nos plantea la asimetría en un detalle: una estatuilla de una familia de tres miembros tiene al hijo descabezado, aunque el resto de la imagen es fija y proporcionada. Este minúsculo desperfecto nos presenta siete historias sacadas del quicio de la indiferencia o la sensibilidad.

La primera y la última son las más fuertes. Retratan las contradicciones nucleares de la sociedad: la familia, el matrimonio y la iglesia.

En esa, la sátira se exacerba a partir de dos padres despedazando a su hijo con sinceridades despiadadas. La cámara y los escasos cortes incentivan la fluidez del humor ante una situación improbable que dinamita juicios sobre el aborto, abusos sexuales y disconformidades familiares.

Y en esta, es destituido cualquier engaño social en pleno casamiento. La novia cuestiona el “hasta que la muerte nos separe”. Y su firmeza expresiva y analítica va desde cuestionar la posición sexual del perrito con nalgadas incluidas a oídos de todos hasta callar al cura por su descaro de sentirse ofendido. Quien crea que estas son historias basadas en la indiferencia, tendrá en ciertos personajes un punto de partida para cuestionar ello.

Películas como esta dan cuenta de ciertos tipos de humor que Fran Gayo, el curador de las muestras, ha escogido ya en otras ediciones como en 2018 con Muchos hijos, un mono y un castillo; y en 2019 con La Llamada y Tiempo después.


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