viernes, 10 de diciembre de 2010

Sin mapa, perdido en los sonidos de Tokio

El silencio de la naturaleza sobre una noche de Tokio.
Los gestos de la gente sobre conversaciones que no compaginan con lo que escuchamos.
La respiración, los pasos, las palabras, los silencios.

Detrás de los gestos, hay una armonía fascinante que fantaseo en la profesión o en el arte de cualquier persona. Cada trabajo desentraña un arte en su rutina, vuelve una y otra vez al origen de sus gestos. Y, como el jardinero que encuentra un árbol rastreando sus raíces, el narrador de Mapa de los Sonidos de Tokio, este ingeniero de sonidos que recoge gestos en su grabadora, me deja con ganas de seguir construyendo la historia de personajes y lugares a través de sus sonidos.

Estas escenas de él enconchado en su habitación, mientras se escucha el sonido de la cinta rodando provoca un ritmo que casi parece una partitura, la partitura de sus expectativas, de lo que siente y espera escuchando el cuerpo de Ryu. Esta fascinación, bordeando en persecusión, me deja perdido en sus imágenes seducidas por sonidos, me hace fantasear historias de otros personajes, otros gestos con menos pretensiones de enigmáticos o románticos como Ryu y David que simplemente prefieren tender a la tristeza y a la autocompasión, usarse y mantenerse aislados uno del otro, apenas con un asomo, sí, doloroso, al final de lo que quedó de ella en él, pero que no compensa su relación de sustituir a otra persona. Si me fascino por Ryu es por las complejidades que le brinda Rinko Kikuchi con su mirada, con su presencia hermética y con su silencio, pero sobre todo por los sonidos que nos ofrece el narrador de ella, sus pequeños gestos recogidos. No puedo decir lo mismo de David, a pesar del final en forma de vagón de metro, ni de Nagara, a pesar de la elegancia exótica del comienzo.

Si tengo que quedarme sin mapa, sin las historias dispersas de Ryu, de David, de Nagara, de Ishida, la película me deja en los sonidos de la ciudad, del cementerio, de los cuerpos todavía por reconocer(se), gestos evocadores por sí solos de nuestra rutina, aunque no terminen de cuajar en personajes.

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