Abandono gozosamente tareas monótonas, escrúpulos razonables, conductas reactivas, impuestas por el mundo, en provecho de una tarea inútil, surgida de un Deber resplandeciente: el Deber amoroso. Hago discretamente cosas locas; soy el único testigo de mi locura. Lo que el amor desnuda en mí es la energía.
Nos enamoramos por primera vez sin saber muy bien, sin siquiera sospechar, que terminaremos profundamente heridos. Y eso al principio poco importa frente al jugueteo amoroso. Nos lleva por la geografía desconocida de otro cuerpo, otra voz, otras experiencias. ¿Acaso Llámame por tu Nombre nos invite a darle la bienvenida al dolor contemplando la plenitud que fuimos hace un tiempo?
El filme, nominado a cuatro premios de la Academia (Película, Actor, Guión Adaptado y Canción Original -"Mystery of Love"-) y a estrenarse este jueves 22 de febrero en Argentina, trata sobre el enamoramiento veraniego entre Elio (Timothée Chalamet) y Oliver (Armie Hammer), el nuevo asistente de su padre (Michael Stuhlbarg). Pasan seis semanas entre el ordenamiento de investigaciones arqueológicas, discusiones filológicas, desayunos y almuerzos al aire libre, paseos y juegos en apariencia discretos.
Usualmente tendemos a darle perspectiva a una adaptación cinematográfica a través de su fidelidad con el material original. Olvidamos que son dos medios diferentes. Lo que ocurre en el libro en varias páginas tiene que mostrarse más brevemente en el filme, omitirse o hacer que algún personaje lo diga. El encanto de este caso particular es tal que le permite a sus protagonistas tener la mayor intimidad posible en Roma, omitiendo a esos molestos amigos de Oliver que lo invitaban a la presentación de un libro en la novela de André Aciman.
Hay elisiones en la película con respecto al libro, pero James Ivory, el guionista conocido por dirigir varios clásicos literarios en los 80s y 90s, enriquece la química de Elio y Oliver manteniendo los momentos más íntimos. Son íntimos porque descubren a los personajes jugando, un tanto tiernos, un tanto ariscos, siempre enamorados y joviales. Y además James le permite instantes resonantes a sus personajes secundarios, como ese hermoso monólogo que Michael Stuhlbarg interpreta tan francamente, la reconciliación con Marzia (Esther Garrel) o ese silencio compartido entre Elio y Annella (Amira Casar), su madre, estos dos últimos que ni siquiera están en el libro.
Por su lado. Luca Guadagnino esboza una arqueología del amor a través de las conversaciones, la música (¡cómo no erizarse cuando suena la voz de Sufjan Stevens!) y las estatuas. A ratos Elio y Oliver parecen dos estatuas vivientes, no sólo por su fisonomía, sino por la cultura que rezuma en sus diálogos, en sus gestos, en sus silencios.
¿Qué mirada me desnudó frente a ti? ¿Cuál frase tuya que me molesta llegaré a extrañar e, incluso, a decir en tu ausencia para evocarte siquiera en una cita? ("Later!") ¿Qué objetos trazan nuestra investigación amorosa: los shorts, la camisa, la estrella, los libros, el durazno? Se crea así un universo erótico que nos contiene en la ausencia del otro, o al menos pareciera contenernos porque en el reconocimiento de la soledad está el abismo.
Y así llega el invierno, frente a la ausencia. al blanco y al silencio; después de una despedida sin palabras pero con un abrazo fuerte que busca la repetición. Por amores como éstos es que volvemos al cine, por la ilusión y el recuerdo de que somos el otro mientras amamos. "Llámame por tu nombre y yo te llamaré por el mío", como una contraseña entre amantes, un rezo que sólo ellos conocen, es el compromiso que quedará por los años por venir, cuando cada uno tenga su vida particular y aunque "recuerdo todo lo que pasó".
El gesto del abrazo amoroso parece cumplir, por un momento, para el sujeto, el sueño de la unión total con el ser amado.
Eduardo Elechiguerra
@EElechiguerra
Eduardo Elechiguerra
@EElechiguerra
*Las citas en cursiva pertenecen a Fragmentos de un discurso amoroso de Roland Barthes.
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