What never crossed my mind was that someone else who lived under our roof (...) in my immediate world might like what I liked, want what I wanted, be who I was.
(...) don't hurt me, which meant, hurt me all you want.
Did you know I came in your mouth last night?
People who read are hiders. They hide who they are. People who hide don't always like who they are.
Perhaps the physical and the metaphorical meanings are clumsy ways of understanding what happens when two beings need, not just to be close together, but to become totally ductile that each becomes the other. To be who I am because of him. To be who he was because of me.
Call Me By Your Name, André Aciman
Para apaciguar la impaciencia por el filme interpretado por Thimotée Chalamet y Armie Hammer que se estrena el 22 de febrero en las salas argentinas, cometí el insulto de buscar el libro por internet. Es un insulto porque soy de quienes defiende la lectura en físico. Pocas cosas hay en la vida como detallar el trabajo de edición dedicado a la obra, oler las páginas y efectivamente pasarlas a medida que nos adentramos en estas vidas escritas. Manguel exploraba en Bibliotecas toda la geografía que se desarrolla en el acto de leer un libro, en el recorrido de la mirada, que si bien ocurre frente a la pantalla de una manera similar, pasa con una distancia impuesta. Pero divago.
Quien haya visto el tráiler del filme, quien ya haya visto la película por internet o quien haya leído el libro; sabrán que esta es la historia, situada en un pueblo de Italia, de un primer amor entre Elio, un chico de 17 años, que se enamora del asistente de verano de su padre, Oliver.
La lectura, repleta de emoción, hizo espejeo con mis propios enamoramientos y deseos de adolescente. Me pareció que la energía de Elio cogió cuerpo a lo largo de las primeras ochenta o noventa páginas del "libro" (¿cómo llamar libro a algo que leí en el celular?), de la novela, digamos. Y sobrepasó las etiquetas que encontré en internet investigando un poco más sobre André Aciman, el autor; etiquetas como "novela rosa". La historia de Aciman tiene las tonalidades vivas de ese durazno con el que Elio y Oliver tremendean: rosa, sí, pero con pinceladas rojas, amarillas y naranjas. Tiene las tonalidades de los trajes de baño que Oliver viste alternadamente: rojo, verde y azul. De rosa tiene el enamoramiento, y los homofóbicos o burlones dirían el "mariqueo", pero el color de la perversión y el deseo es mucho más intenso.
Aciman hace que las acciones de los personajes principales fluyan enérgicamente. Es una lectura emocionante cuando el propio personaje reconoce que, en medio de tales paisajes naturales, ha hecho viajes apasionantes a través de la lectura. La novela en sí misma se convierte en un viaje de ésos; un viaje que uno quisiera hacer mientras no se da cuenta de que ya lo está haciendo a través de una lectura tan liberadora de la pasión y el primer amor. Porque qué mejor manera de retratar el amor si no es a través de la confusión de las sensaciones, emociones y pensamientos. El amor no es unívoco y es esto lo que explora Aciman sobre todo desde el personaje de Elio. El amor no es sólo puro, sino perverso y vengativo también, como cuando Elio piensa que Oliver se está acostando con todas las mujeres el pueblo, así que él se acuesta con Marzia.
Al final, el devaneo amoroso se va apagando para que la separación no sea un golpe. Que mejor quede como recuerdo las seis semanas de ese verano: la ventana francesa, la cama, el durazno, las tardes silenciosas, los recorridos trotando, las mañanas de natación, el secreteo, las caminatas. Y no el dolor. O no tanto el dolor ni la ausencia. Ya tendremos tanto, tantísimo de eso.
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