domingo, 21 de mayo de 2017

Fracaso celebratorio


Este martes, 16 de mayo, se cumplieron 119 años del nacimiento de Kenji Mizoguchi. Hace años (por lo menos siete u ocho) vi Cuentos de la luna pálida y El intendente Sansho, películas que me marcaron por su densidad anímica aunque ahora apenas recuerdo algunas escenas y ciertos diálogos. Para celebrar el nacimiento de Mizoguchi, quise ver una de sus películas. Cuando conseguí Oharu (1952), me emocioné. 

Empezó. Música de tonos agudos, una geisha a la que tardamos en verle el rostro. Ella camina entre una zona derruida. Se reúne con otras geishas ante un fuego que las calienta. Hablan. No hay subtítulos. Procuro fijarme, entonces, en los gestos. En cómo esta geisha que veníamos siguiendo acerca sus manos al fuego, se calienta el rostro con las manos y luego se da vuelta para acerca su trasero a la pequeña fogata. Este gesto cercano me hace sonreír, pero también me da a entender que hace bastante frío. De pronto, un hombre les habla a unos metros. La geisha que centra mi atención (¿Oharu?) se retira. Luego se encuentra con un hombre con quien, entre un escarceo de miradas, hablan prolongadamente.

Mi atención se distrae, así que me rindo a seguir viendo la película sin subtítulos. Me quedo engañadamente satisfecho de que vi quince minutos de Oharu.

viernes, 12 de mayo de 2017

Ante El Amparo, ¿qué le queda al cine venezolano?


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168. La Boca-Constitución

Buenos Aires, Argentina. Abril. Hace poco frío, pero mucha humedad. Colectivo 168 rumbo a la Av. Cabildo al 2829. El tiempo es atrevido y me desafía a llegar tarde. En efecto, lo logra. Dicen que los minutos en el cine cuestan mucha plata, y yo desperdicié los primeros 15 minutos de aquella inversión que hicieron mis coterráneos gracias a mis malos cálculos y a no saber correr como gacela tras el colectivo que hay que tomar “a juro” y porque sí.//

La película ha empezado y yo paso desapercibida mientras me siento en la primera butaca a la izquierda. Empiezo a entrar en la trama, sobre todo para hacer las asociaciones necesarias e imaginar los primeros 15 minutos de la vida de esos personajes que van apareciendo. No me es difícil: veo que viven en los años 80 de una Venezuela olvidada, y en una población llanera que hace frontera con Colombia. Escucho detenidamente, aprecio el color en la voz de los actores. Me identifico, me reconozco; reviso las tomas y los planos que más me gustan, disfruto del paisaje. Lloro. //
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BAFICI 2017

El amparo (2016) del director venezolano Rober Calzadilla, es una muestra de que nuestro cine no está solo y mucho menos desamparado, Sino más vivo que nunca y atención que hacer viajar a estos llaneros risueños y acompasados hasta una sala de un barrio porteño implica mucho papeleo y patrocinio; además de la paciencia, virtud que los venezolanos hemos cultivado en los últimos años, y que en la actualidad nos hace unos expertos en materia de esperar. Sin embargo, y a pesar de la espera, nuestro cine nos cumple, nos representa, crea un hito, trasmuta la ola exitosa, petrolera y de vacas gordas del cine venezolano de los años 60, 70 y 80. Se manifiesta y nos acompaña.

El BAFICI 2017 ha sido testigo de este sentir, de este orgullo silente; así como cuando la Vinotinto le mete un gol a Argentina en un partido en el que juega Messi, y entonces uno celebra callado. En Venezuela y en cualquier parte del mundo uno celebra callado, como si el fútbol no nos perteneciera. ¿Y el cine? ¿Nos pertenece? ¡Seguro que sí! Y eso también lo agradezco, ¡y lo celebro! sobre todo en estos momentos. El cine nos salva y a los venezolanos, a los de allá y a los del resto del mundo, nos está resucitando. //
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Aplausos de pie

Se termina la cinta. Aunque sé que es una proyección en digital, yo quiero imprimirle un tono romántico al asunto e imagino que el rollo se ha terminado: así, “en la rayita”, casi rompiéndose como en tantas otras funciones de cine de antaño. No me muevo. Me quedo. Todavía escucho el sonido de la música de los créditos que quedó en el vapor de aquella sala. No me quiero levantar aunque las luces estén encendidas. Escuchar esas voces y esos sonidos que ya se van desvaneciendo junto a la ficción, me hacen sentirme más cerca de mi país. //
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Congreso de Tucumám

Mi espíritu vuelve a Buenos Aires. Camino hacia la estación de Subte Congreso de Tucumán. Me siento rara. Me duele mi gente. Me duele mucho. Me dolerán siempre: los de antes, los de ahora, pero sobre todo me duelen ellos: los desamparados, los ninguneados, como decía Galeano. Camino todavía pensando en El Amparo y en Calzadilla, y agradezco. Agradezco a nuestro cine por darles voz, garganta; por darles una cara, una identidad; por hacerlos existir en la realidad y en la ilusión. Le doy gracias a nuestro cine venezolano por darnos dignidad, por hacernos y rehacernos en las grandes pantallas del mundo. //

Le doy gracias al cine venezolano por hacer de una venezolana en Buenos Aires sentirse más cerca que nunca de eso que tanto teme ir olvidando, poco a poco, con el pasar de los días. //



Buenos Aires; 11 de mayo de 2017.-

miércoles, 10 de mayo de 2017

Ejercicio de Memoria, un film de Paz Encina

Memoria, infancia, testimonio y representación son algunos sustantivos asociados al film Ejercicio de memoria. Este filme retrata la historia de Agustín Goiburúo opositor político al régimen dictatorial de Alfredo Stroessner, desaparecido en 1977 en Paraná, Argentina, donde vivía exiliado.

Los recursos narrativos del film construyen una poética audiovisual. La puesta en escena que representa la niñez, el material de archivo y la banda sonora llevan al espectador a sumergirse en los relatos que cada uno de los hijos de Goiburuo. El clímax que desarrolla el dispositivo cinematográfico nos conecta mediante la sensación de incertidumbre generándonos interrogantes como: ¿Qué pasó con su padre? ¿Está vivo? ¿Está muerto? ¿Dónde está?, conduciéndonos a conocer una parte de la dictadura del Paraguay de los años 70 a través de los relatos de los hermanos Goiburuo, que en ese momento eran niños y hoy nos la cuentan desde su adultez.

A medida que va a avanzando la película nos va vinculando profundamente con los personajes y su mundo histórico a través de un punto de vista sutil y poético de la directora.

El film comienza con un plano fijo mirando al río. Entra en cuadro un niño y se sumerge en el agua, donde se pierde la orientación, tiempo y espacio quedando solo el movimiento del río. Después nos presenta el espacio íntimo familiar y sus objetos. La importancia de la banda sonora en la construcción de un relato diacrónico, se identifica al escuchar los relatos en un presente y simultáneamente la representación de la memoria infantil de quien habla.  Los silencios, las metáforas, los juegos, los miedos y el tiempo están presente durante todo el film sumergiéndonos en esa espera agonizante de la eterna incertidumbre en torno a un desaparecido.