miércoles, 24 de octubre de 2018

Transit (Christian Petzold, 2018)

Un hombre se va a Francia después de la invasión nazi y adopta la identidad de un escritor muerto de quien tiene los papeles por llegar a la misma habitación de hotel donde se hospedaba. Atrapado en Marsella, allí conocerá a una joven que busca desesperadamente al hombre que ama.

Al situar el contexto histórico de la Alemania nazi en la época actual, Petzold construye un puente directo entre los conflictos presentes de los refugiados y el pasado bélico. Al deshacerse de las características de cada época volviéndolas no más que referencias verbales, lo que prima en escena es una sensación de profunda incertidumbre para quienes esperan la finalización del trámite burocrático que los amarra.

El problema de esto es el recurso del narrador, tan presente y florido en sus expresiones que a ratos sentimos que debiéramos estar leyendo esta historia. Además está la inclusión de un tercero en la narración. Esto debería funcionar como pista para hilar las situaciones, pero se retrasa tanto su resolución que al rato de ser referido varias veces distrae.

Dos pivotes son los puntos de atención de la película y a los que deberíamos volver con más frecuencia: el escritor como un parásito de los sentimientos y circunstancias de otros, llevado al extremo en este caso; y los personajes anónimos quienes sólo pueden sobrevivir a medias a los estragos de la guerra. Unos y otros son a fin de cuentas fantasmas consumidos por la incertidumbre y la inversión de roles. Para Petzold, no hay salida pero no es esto lo que hace tan engorrosa la película, sino los recurrentes recursos para postergar la resolución.

El filme compitió en el Festival de Berlín de este año y participó fuera de concurso en el BAFICI.


No hay comentarios:

Publicar un comentario