Hay películas que son vehículos para sus protagonistas y que, además, terminan siendo vehículos que le consiguen una estatuilla de la Academia. No pocas veces el perfil del actor o de la actriz involucrados incluye, además de una trayectoria reconocida, una deuda con la referida Academia. Y no pocas veces el material trabajado cae, en papel o en la práctica, en el llamado Oscar bait, o carnada para el Óscar, con lo que uno no puede pensar más que en Tiburón cuando atraen al escualo con trozos sanguinolentos de pescado.
El caso más reciente sería Julianne Moore en 2015 cuando fue nominada por quinta vez y ganó por interpretar a una lingüista que descubre los primeros avances del Alzheimer en ella, con apenas cincuenta años de edad. La maestría de Moore no se pone en duda y ésta es la primera razón por la que uno como fanático acude a la película. Pero situaciones así se han dado hasta la saciedad, como la tercera estatuilla de Meryl Streep, Al Pacino en Scent of a Woman o Paul Newman por The Color of Money.
El caso con The Wife es curioso porque su distribución temprana implica cierta confianza en el material antes de haber preferido que se la devorara la temporada de premios con un estreno exiguo a finales de año. Y no hay esta vez enfermos terminales, ni Holocausto, ni discapacidades, por más que tratar con la escritura tenga su prestigio. Y si no, recordemos a Nicole Kidman y Philip Seymour Hoffman quienes ganaron en la década pasada por interpretar a escritores famosos.
Toda la situación con la temporada de premios implica una estrategia publicitaria y de distribución que comienza, sí, por la película en cuestión. Y en este caso, un acercamiento tradicional al secreto de la verdadera autoría de una obra literaria sirve de excusa para darle pie a Glenn Close para destacarse. Ella y Jonathan Pryce interpretan a Joan y Joe Castleman, una pareja casada desde hace décadas donde él se ha destacado desde el comienzo por su escritura. O así creemos cuando nos enteramos de que él será reconocido con un premio Nobel de Literatura. El viaje, los preparativos para el evento y la ceremonia en sí estarán alternados por esperables flashbacks para conocer la historia de ambos.
Es extraño que no hay muchas escenas grandilocuentes donde Close nos muestre sus dotes actorales, ésas donde los personajes se lanzan objetos y que el Óscar suele escoger como clips que muestren calidad actoral. En cambio, su agotamiento frente a la situación de la buena esposa es paulatino e incluso hay una referencia directa a que ella no desea ser "la esposa eternamente sufrida", que por cierto suele tener un puesto en la categoría de reparto femenino. No hay victimización en la presencia de Close, sino mucha conciencia de sus decisiones en el pasado. La mirada de Glenn siempre ha denotado carácter, incluso en sus personajes más bondadosos. Y ésta no es la excepción. Basta con detallar su interacción con el editor, interpretado por Christian Slater, quienes a medio camino entre la seducción, la firmeza y la distancia; comparten un par de vodkas para disimular una entrevista formal en ocasión del reconocimiento del esposo.
Y sí, desde el comienzo sospechamos de que una esposa haya estado tan cerca de la creación literaria de su marido, sin llegar a ser su manager como ocurre en algunos casos. La película nos va dando a entender por qué y esa complicidad entre ambos a la que apunta la historia es el fuerte de su química, por más que las razones para tomar tal camino no sean convincentes más allá del esfuerzo de Glenn. En su rostro, la bondad no pasa por el sacrificio, sino por una discreción que tiene sus límites.
Y es fascinante ver la evolución de su carrera actoral deteniéndose en su Alex Forrest, en su Marquesa de Merteuil y, ahora, en Joan Castleman; como tres pivotes en una carrera riquísima que incluye Albert Nobbs, The Big Chill (1983), The World According to Garp (1981) e incluso 101 Dalmatians (1996) donde Close demuestra que el camp se puede disfrutar a la vez que se puede sugerir a través de él. Si bien podría entenderse el cambio de sus personajes como una cuestión etaria, todas sus interpretaciones tienen una presencia incuestionable que a través de matices, como ciertas miradas (no olvidemos la escena final frente al espejo de la Marquesa o la desesperación en Alex después del enamoramiento) o ciertos silencios, sugieren una incomodidad profunda frente a lo vivido.
La nominación debería estar asegurada para Glenn. Más allá, son varios los factores que tendrá que superar para obtener un triunfo. Parece una búsqueda fútil y desesperada para una actriz de su talante en un proceso donde depende también de la competencia y, finalmente, del hecho de que hace años que una actriz de más de sesenta años gana la estatuilla competitiva. Hay que irse hasta 2007 cuando Helen Mirren ganó por una película que, a la vez, era su actuación y se sostenía por sí sola. Para ver a una ganadora mayor de setenta años, hay que retroceder hasta Katharine Hepburn cuando ganó por On Golden Pond (1981) en 1982.
Más allá de las estadísticas y mucho más allá de la certeza de que el Óscar no ha sabido reconocer a todas las leyendas de Hollywood, queda esta pequeña película que le brinda otra oportunidad a Close para destacarse gracias a su talento memorable y una rica filmografía que viene desde finales de los setenta.
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