Con el Viento, el film de apertura del Espanoramas 2019 y dirigida por Meritxell Colell, parte de una imposibilidad por comulgar el arte con la familia. Mónica (Mónica García) es una bailarina con 47 años que recibe una llamada de España porque su padre está muy enfermo. Después de veinte años sin verlos, debe volver a su pueblo natal.
A lo largo de la película, veremos a Mónica bailar dentro del granero de la casa o en medio de los paisajes indómitos aledaños. Colell no apela a perspectivas armoniosas con las tomas para que parezca una Mónica acorde al entorno que la rodea. La cámara más bien procura seguir al personaje en su danza, en sus movimientos arrebatadores, en su incongruencia frente a lo que la rodea. Tales escenas destacan lo dislocado que está el personaje, por más que en otros momentos ella muestra empatía con su madre y, a pesar de todo, con sus hermanas.
Así, la historia parte de y reitera un diálogo truncado. El papá de Mónica nunca la vio bailar. La mamá ve su trabajo en un video. Pero hay algo que no cierra en esta dinámica, algo mudo pero latente. Y este abismo hace que la película tropiece con un ritmo, más que parsimonioso, irregular que ralentiza la experiencia. Tampoco ayuda la primera discusión entre hermanas donde la cámara se mueve de una a otra actriz mientras se atacan. La decisión distrae, más cuando la iluminación busca contrastar las sombras en la habitación donde está la hermana de Mónica y el fuego al fondo de donde está esta última.
Aún estos detalles no impiden vivir la película desde dos perspectivas complejas y complementarias. Por un lado, el elenco, casi en su totalidad femenino, que engrana una suerte de dolor y placer cómplices, como si parte de la vida en el campo trajera consigo la soledad y la unión entre los personajes. Concha Canal, quien interpreta a Pilar, la madre de Mónica; expresa con su rostro el paso de una época donde tocaba, no ya dominar, sino dialogar con la naturaleza agreste. Ahora toca sopesar el duelo y la despedida.
Por otro, el contraste rotundo entre los sonidos de la naturaleza, que golpean y desconciertan, y los de un hogar, que vuelven cálida la compañía. Los efectos de sonido generan un diálogo entre el ruido y el silencio; entre quienes están y la naturaleza omnipresente. Éste es un diálogo donde la naturaleza exclama su latencia por encima de los personajes. A éstos les queda resignarse, aguantar lo que se viene como Mónica, con las manos que hacen espacio entre el viento, el cielo y el techo de piedras.
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