sábado, 19 de mayo de 2018

Dos reseñas breves: Love, Simon (2018) y Pororoca (2017)

Se siente bien que Love, Simon nos represente a los homosexuales en el lado mainstream a través de un elenco con el que hacer empatía. Después de décadas representados en producciones independientes o en personajes que sufren su secreto, era momento de que no fuésemos ya el personaje secundario al que la amiga acude en busca de apoyo y consejo. Por ese lado, genera bienestar este paso adelanto con un apoyo modesto en taquilla, y con dudas sin respuesta necesaria sobre la sexualidad y momentos genuinos en el guión.


Pero ahí quedan las buenas intenciones de la cinta. Cae con facilidad en los enredos de los guiones comerciales de Hollywood, sin importar cuánto la interacción entre correos entre Simón (Nick Robinson) y "Blue" sea la manera ideal de compensar la soledad de ambos. El final no es más que un intento bastante evidente de representar minorías religiosas y raciales. Queda para el recuerdo, eso sí, la escena del gay afeminado reconociendo el tono de voz de su mamá cada vez que le miente a sus abuelas sobre las novias de él. En este instante hay un dejo de imposibilidad por atener las expectativas inevitables que los padres depositan en (la sexualidad de) sus hijos.

Que el filme nos retrate un tanto asexuales tiene que ver, clara y lamentablemente, con la edad del público al que apunta.


En el lado opuesto, Pororoca retrata con sutileza y desnudez el descenso de Tudor en el laberinto rutinario de la locura después de la desaparición de su hija. A través de escenas reiterativas, Constantin Popescu  sugiere las consecuencias de una investigación en la que Tudor(Bogdan Dumitrache) mismo toma las riendas. Más allá de la culpa y el reproche, el filme nos invita a ser detectives de este caso sin intimidarse con un final demoledor. La violencia desmesurada en éste demuestra que todo el camino recorrido desde entonces no ha sido en vano. La desaparición tiene consecuencias físicas y psicológicas en todos los involucrados, aún en el hermano menor que parece el menos afectado o quien menos entiende.

Este filme silencioso traza el descenso a través de planos cuidadosamente compuestos como los que muestran desde afuera el apartamento donde vive la familia. Como si se sugiriera el encierro sofocante que se vive adentro con la repetición de tal imagen. Y si todo el elenco está en sintonía con actuaciones desgarradoras, Bogdan Dumitrache es quien retrata con mayor desnudez el descenso de Tudor. Cualquier transformación física vinculada con maquillaje o cambio de peso empalidece frente a este cambio que, una vez tomada cierta decisión al respecto, finalmente nos cae la locha de lo que verdaderamente ha vivido el personaje, sin efectismos sino con su sola presencia que va desde su mirada hasta su postura física. Si hay un minúsculo sentido de justicia en el mundo, por lo menos Dumitrache será nominado para la próxima Guayaba de Oro.

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