El reconocimiento de que las buenas intenciones de una exploración pueden tener consecuencias perjudiciales. La supervivencia de las cosas sencillas como alimentarse, guarecerse o, simplemente, usar un cuchillo. La presencia tan palpable del agua, la tierra, el fuego y los animales.
Todo esto está trazado en Fuga de la Patagonia con un muy leve toque de ensoñación que es el que abre la película. Pero no es una ensoñación engañosa, sino un indicio de lo que le ocurrirá a Francisco Pascacio Moreno en su escape: unos caballos corren a su alrededor en la primera escena. Parecen huir junto a él, según entendemos por la explicación inicial y por lo que nos hace sentir la música de Ariel Polenta. La huida es el motor para que conozcamos a Moreno como explorador de la Patagonia pero desde la perspectiva de quien sobrevive al territorio y no de quien lo conquista. Ésta es la perspectiva de quien aprende de la tierra y sus habitantes, y no de quien violenta lo descubierto. Este hálito de respeto, a dos aguas entre el que reconoce su ingenuidad y sobrevive a ésta, es lo que le brinda dimensión a la película mucho más allá de los aspectos técnicos que la enriquecen. No es sólo un western lleno de adrenalina o una celebración a los paisajes de la Patagonia, sino también, y sobre todo, una mirada cuidadosa a la figura de Moreno.
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