jueves, 4 de noviembre de 2010

Variación sobre Los Amantes del Círculo Polar

de Graciela Yáñez Vicentini

      Otto le escribía una carta a Anna. Tenía que ser breve, no había espacio ni tiempo. Desde hacía siglos la esperaba dentro del círculo, siglos que se remontaban al principio de la misma humanidad. Pero sabía que el momento final se aproximaba y que, después de eso, no habría más casualidades, ni más azares favoreciendo a los amantes, ni más órbitas mordiéndose la cola para regresar al inicio. Después de esto, de la espera dentro del círculo final, sólo quedaba una posibilidad inminente: el fin.

     Tenía apenas una piedra y un cincel. Probó primero sobre la roca contra la que estaba recostado, para asegurarse del tamaño de la A, que sería la letra más importante en el mensaje. La trazó grande, con un ángulo tremendo: hermosa. Pero repasó la cantidad de veces que necesitaría esa A y supo que el espacio de la piedra no era lo suficientemente amplio. Así que probó otra vez. Luego de un par de intentos más, finalmente tuvo un momento de inspiración asombrosa: escribió una a que nunca nadie había utilizado, pero que le había visto en los ojos a Anna alguna vez.

       Escribió el recado sobre la piedra definitiva: anna aún te amo. Y alrededor trazó un círculo a manera de código, para que ella, al descifrarlo, supiera exactamente a dónde ir. Entonces se puso en pie, y lanzó la piedra hasta la otra mitad del mundo, donde sabía que el mensaje era ansiosamente esperado.

      Cuentan los habitantes del círculo polar que Anna nunca volvió. No se sabe si fue que nunca recibió la piedra de amor de Otto, o si una mala casualidad le impidió llegar al círculo. Nadie duda, sin embargo, de la eficacia del mensaje. Se especula más bien que haya muerto ahogada en el mar, ya en camino para reencontrarse con su amante; quizás hundida por el peso de la piedra con el mensaje de amor más irreversible que jamás recibiera de él. Ésta es la teoría más certera, porque, 365 días después del envío, Otto corrió al mar frente a la roca, gritando el nombre de Anna, y se ahogó.

      Prueba de aquel azar desafortunado que posiblemente inició el fin, queda en el círculo polar una roca con una línea sucesiva de letras A... que culmina, graciosamente, con la segunda a minúscula de la historia.

      La primera perteneció siempre a los ojos de anna.

1 comentario:

  1. Todo empezó con los nombres. Para descubrir luego que cada vocal y cada letra es la primera en desgajar casualidades, casualidades que no son más que el descubrir semejanzas entre las cosas.

    Así me pasa con este cuento, y a ratos con la película: la roca de Anna es cada una de las a leídas y yo, emocionado como un idiota, sigo esperando que, con estas letras, sea Anna la que llegue.

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