La palabra espectador proviene de la raíz latina specto, que significa viendo. En lengua castellana, el término spectator traduce sentarse a ver en el sentido de limitarse, de manera receptiva o pasiva, a espectar, es decir, a esperar, a contemplar, que un determinado hilo o entretejido de acciones y acontecimientos lleguen a su desenlace final.
("Los espectadores", José Rafael Herrera)
El cinéfilo espera constantemente. Espera a que estrene la última película de su director, personaje o actriz favoritos; espera en la fila para entrar a la sala; espera sentado a que comience la función; y, sin que sea demasiado consciente, espera a esa escena que transforme su experiencia y su vida en una certeza, en un sentido en medio de los tantos posibles. El cinéfilo es la condensación de uno de los rasgos fundamentales del ser humano. Siempre nos encontramos a la espera de algo que nos saque de un estado particular. El detalle es que frente a una pantalla de cine, la espera es muy distinta a la de un consultorio, la sala de nuestra casa o cualquier otro lugar de esparcimiento u obligación. La espera en un cine nos invita a adentrarnos en otros códigos que nos rescaten o nos dispersen.
Por esto, en el blog iniciamos una sección dedicada a las salas de cine. La propuesta es evocar experiencias formativas en cines de distintos lugares del mundo. Como gran parte del grupo está formado por cinéfilos venezolanos (que estuvieron o están) radicados en Caracas, habrá mucho de salas caraqueñas, pero no dejaremos a un lado las salas de las ciudades que nos han acogido.
Empezamos con la sala de La Previsora, situada en la Mezzanina 1 de la torre La Previsora (Premio Nacional de Arquitectura), en Plaza Venezuela, Caracas; en frente del bulevar de Sabana Grande. Tenía ciento cincuenta butacas. En 1998 fue declarada Patrimonio Sociocultural de la Ciudad de Caracas y en 2000 fue galardonada con el Premio Municipal de la Difusión Cinematográfica como la mejor sala de cine de la ciudad
María Karina De Gouveia
Fueron muchas las tardes de soledad caraqueña que vieron su fin en la función de las 6:10 pm del cine de La Previsora. Para ese entonces, nuestra ciudad capital ya era bastante agresiva, pero todavía te permitía el placer de detenerte unos minuto a mirar El Ávila, para luego ingresar en ese mundillo atemporal, acogedor e íntimo que era esa pequeña sala de cine. Películas como La piel que habito de Pedro Almodóvar y Media noche en París de Woody Allen son las que más recuerdo: siempre sola, bajo la complicidad que se establecía entre ella y yo; bajo esa abstracción que quedaba rota solo a la salida del cine, con el vapor de la entrada del Metro de Plaza Venezuela, y con la vorágine de la ciudad. Sin duda, esa sala te salvaba la vida.
Eduardo Elechiguerra
Éramos Graciela, Tony y yo. Íbamos a una de esas funciones a la 1 ó 2 pm, esas que delatan las ansias de uno por otras vidas antes de que siquiera caiga la tarde. A Serious Man de los hermanos Coen. La calidad de la imagen era muy pobre para la magnitud de la búsqueda, pero eso no importó al final. La trascendencia no suele ser nítida. Pocas veces he sentido que el humor de ellos apelara tan profundamente a un sentido posterior. Nunca pareciera llegar en la película, pero está a la expectativa, siempre latente, como ese tornado que se avecina mientras uno está en este instante entre correr y observar de lo que se huye.
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