sábado, 1 de octubre de 2022

Anonimias y certezas en "Los del fondo" (2022)

Si estoy bien voy a venir, si estoy mal con más razón voy a venir*

En medio de testimonios, sombras, comidas y sobremesas; la realizadora Gabriela González Fuentes aprovecha 'fallas' técnicos y narraciones para llamar nuestra atención. Como sus espectadores asistimos a la historia reciente de El Comedor del Fondo.

Para efectos de estas líneas, llamo falla o error a lo inesperado y abrupto incluido en esta obra. Aquí entonces la equivocación significa por sí sola; es indispensable dentro lo planificado en una película. La diferencia entre ella y el "acto fallido" psicoanalítico es que adquiere sentido en la sala de montaje y en la recepción pública.

Gabriela, bonaerense de residencia y venezolana de nacimiento, entrevista a quienes idearon el comedor en 2018 cerca de la villa 31, "uno de los asentamientos informales más extensos y antiguos de la ciudad de Buenos Aires". Además acompaña la rutina de tres de sus comensales. 

En esta atención al detalle, la película propone una idea de comunidad. Así, el diseño sonoro atiende a las palabras de todos, excepto de las autoridades responsables de la destrucción final del comedor.

Gracias también al montaje, la realizadora y su equipo plantean un acercamiento a dos aguas entre la contemplación, las reflexiones y las comidas compartidas. Ella prefiere esbozar la situación gubernamental con palabras en el plano, antes que esbozar maniqueísmos. 

De resto la imagen audiovisual está planteada acá como otras alternativas para sanar excesos. Detengámonos en cada una.

Primero, el comedor en sí proyecta la visión de sus actores comunitarios para reunir a quienes consumen 'paco y pasta'. También quedará registro audiovisual de su inminente cierre.

Segundo, la realizadora sabe que una imagen puede evidenciar múltiples faltas. Para ello, los temblores de la cámara, las voces al fondo en el diseño sonoro y la variación en la nitidez de la cinematografía muestran lo no dicho y refuerza lo enunciado.

Finalmente, en aquella ausencia de voces de autoridades hay una toma de posición. González Fuentes así resitúa la carencia. Lo que los gobiernos y las ciudades minimizan o anulan, esta obra lo retoma con la estabilidad brindada de forma efímera en la imagen audiovisual. Entonces y al menos, se puede volver a mirar y escuchar momentámente, mientras la imagen y el recuerdo perduren. 

Así la coherencia del título lacera: ¿dónde está el sustantivo de quienes se alimentan y resisten los consumos problemáticos? Están tácitos, apenas en la pertenencia de un sitio dejado en segundo plano, este lugar donde todo adquiere sentidos para una obra mientras que para la vida pareciera que no. En esta dinámica contradictoria, la película le brinda un lugar a quienes en el día a día pierden y recuperan certezas con volatilidad.

Tomo como ejemplo de todo esto una escena de cuatro minutos. En ella, la agudeza estética coincide con el clímax emocional y verbalizable. Entre planos medios y americanos, y material de archivo; ella entrevista a uno de los comensales*. Al lado izquierdo de la imagen está su pareja. 

La postura corporal de ambos plantea un equilibrio dinámico. Él tiene las manos puestas hacia atrás; ella, con los brazos cruzados y su rostro apenas visible. El muro al fondo y registrado en perspectiva oblicua, está grafiteado con nombres. Y el montaje alterna entre las grabaciones en el celular y testimonios donde los planos plantean al menos nueve puntos de vista de él.

En escasos segundos cuando el entrevistado habla de la etimología del adicto, la cámara tiembla levemente. Como quien define porque conoce de sus carencias, el casi imperceptible movimiento de la imagen y su desenfoque también indican que no todo se puede ni se debe verbalizar.

Decisiones técnicas como esa replantean la dinámica de quien observa, desde dónde lo hace y quienes acompañan a estos del fondo. Somos nosotros, espectadores y actores en constante dinamismo, como lo es cada integrante de una comunidad. 

Con mayor o menor conciencia, con mayor o menor descuido; Gabriela afianza el rol de cada individuo en su obra. Así articula formas de mirar, hablar y escuchar que contengan en la falta, dentro y fuera del plano.

Luego y al final, la aparición de los nombres solo en los créditos refuerza la idea de que comunidad e individuo pueden subsistir sin firmas, ni nombres y apellidos de quien hizo qué. Ese mismo muro con nombres mencionado en párrafos anteriores, que finalmente será escombros, da cuenta de que la fortaleza no está en el objeto ni en el sujeto, sino en la percepción grupal, constante, dispersa y contradictoria.

Así, la mirada siempre vuelve, tambaleante y, gracias a ser humanos, capaz de articular lo que a veces cuesta decir y consciente de distancias insalvables.

Fotograma de "Los del fondo" (2022)

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