En el Círculo polar estaban las auroras boreales que persiguen los amantes. Allí podrían mirar con sus ojos nocturnos, como las zarigüeyas o como cualquiera de esos animales nobles que conocen el Otro Mundo;
Ana se sentaría algunas tardes al borde de la Tierra, allí donde termina su planicie (y más allá, más allá no hay nada);
Podrían tenderse en el azul como en una sábana oscura y escuchar los cuernos de los alces chocar unos contra otros;
Alguna vez comer frutos negros y redondos;
Caminar de la mano empolvándose los pies de esa arenilla fina que sólo hay en el Círculo;
Tener las bocas y los corazones rojos;
En fin, hacer todas las cosas que hacen los amantes.
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El cuento de Graciela me inspiró a escribir este otro. Espero que les agrade.
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