miércoles, 20 de octubre de 2010

Rojo, como la casualidad más grande



De Los Amantes del Círculo Polar me encanta la geografía rastreándose entre las cosas que ellos comparten. El amor se hilvana a través de pequeñas casualidades y desencuentros los cuales colocamos bajo nuestra lupa cuando el sentimiento nos vuelve atentos al otro. Una órbita de sonidos, nombres, lugares, objetos y gestos se inicia con estas casualidades. La pasividad latente del placer se transforma en juego. De aquí nacen los amantes, de los juegos bajo la cama (y la delicia del secreto nunca deja de ser un encanto), de los lugares conocidos entre los dos (estos que adquieren otro sabor cuando estamos acompañados, descubiertos por primera vez, aunque hayamos estado en ellos antes), de los gestos (tener un gesto, no sólo del cuerpo, sino el que parece extenderse desde la intención a través del cuerpo hasta cuajar en un detalle, un regalo), de las miradas  de las palabras   de los abrazos   de los labios     de nuestros nombres. Los Amantes... recuperan la fruición del secreto, del juego entre los que se aman y no exclusivamente entre los que se engañan (¿es esta la diferencia entre tener un/a amante y ser amante?).

Cada gesto proviene de un lugar de la mente que es un lugar del cuerpo. Y los amantes son los tejedores de casualidades entre sus cuerpos y los alrededores.

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