martes, 4 de mayo de 2010

Notas sobre Dogville

¿Quién es Grace? Mártir, heroína, ejemplar. Símbolo, alegoría, metáfora. ¿Dios?
Me recuerda a Elizabeth Vogler, la actriz enmudecida, Liv Ullmann, en Persona. Ambas se someten a sí mismas a unas circunstancias, en Grace externas y en Elizabeth internas, a pesar de que tienen la capacidad para salir de ellas. Sociedad e individuo se forman de la fachada de la arrogancia y de lo que pueden devorar de los demás.
Dentro de la frágil fachada de Dogville, su didactismo evidente y casi cínico, hay un malestar creciente a lo largo de la historia: la actitud mártir de Grace que termina siendo parte de la arrogancia de todos los habitantes de Dogville.

La teatralidad de Dogville, desnuda del escenario y cargada de alegorías, es la evidencia de que este pueblo no tiene nada concreto que ofrecer, sino desnudar su miseria. La emoción surge de la franqueza y la naturalidad de las actuaciones.

¿Cuándo una obra tan didáctica sobre la sociedad había sido, a la vez, tan mordaz y aguda en cuanto al egoísmo y la arrogancia del ser humano? ¿En la educación y la enseñanza se esconde el mismo germen de la arrogancia que implica pretender enseñar a otros lo que ni siquiera uno mismo no hace?

El encanto, o mejor dicho el doble filo, del didactismo en Dogville es que pareciera que nos están narrando las aventuras de un cuento para niños.La voz amena, aunque a ratos irónica, del narrador deja pocas cosas a la interpretación del espectador. Su estética podría plasmarse en un libro álbum. La narración a veces me remite a las adaptaciones infantiles de cuentos hechas por Walt Disney. Eso sí: en Dogville no hay ingenuidad.

¿Siempre hay en el fondo de nuestra actitud unos intereses? ¿Nos dejamos llevar por nuestros intereses con una testarudez similar con la que actúan los personajes en Dogville? Y aun así, cubrimos tales intereses con contradicciones y palabras. ¿Estamos atravesados por nuestros intereses como una anestesia que entumece el cuerpo de cualquier dolor o de nuestro alrededor? Vivimos en la comodidad.

Tal vez tanta seriedad, incluso en el cinismo recalcitrante de la película, la haga una experiencia profundamente incómoda y asfixiante. Al final, este no es el sadismo morboso de Saló o la pretendida anulación de la violencia de Irreversible, sino un sadismo más cercano e impenetrable: el de la venganza que cualquiera es capaz de justificar por el dolor que le han infligido antes.

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