Por Isis Silva
Lo que se relata con la apariencia de un triángulo amoroso es también una interrogante sobre los privilegios sociales y económicos que impregnan las relaciones amorosas, junto con las contradicciones morales de una clase social donde parece que, aún, a las mujeres, nos toca aprender ciertos límites sobre nuestro comportamiento para evitar las conocidas lecciones. En Amor y furia (2022) Claire Denis nos propone una historia doméstica que empieza entretejer lo individual con lo social, porque el amor también es político.
El filme abre con una secuencia del mar con imágenes apacibles que contrastan con la música de matices de despedida que escuchamos. Vemos a una Juliette Binoche y a un Vincent Lindon maduros, en lo que parecería una luna de miel. La vida de ambos personajes: Sara y Jean, transita en un estado de domesticidad apacible. Conocemos la rutina donde Sara va a trabajar como locutora en una emisora radial y Jean cumple con el ritual de las compras de víveres, se presenta dudoso ante las complicaciones familiares de su hijo adolescente; y en el medio sumamos la pasión erótica que se desencadena entre ambos con una constancia casi juvenil.
Sara es una mujer de clase media seguramente con estudios universitarios y privilegios culturales: su voz es oída en la emisora donde trabaja. Ella años atrás mantuvo una relación amorosa con François, un hombre de clase media del que no sabemos mucho, que encima es un hombre de negocios y que, por algún motivo, la dejó. A través de él, ella conoce a Jean, en aquel entonces casado, quien luego se convertirá en su actual marido.
Jean, después de abandonar su carrera como rugbier a causa de una lesión, irá a la cárcel, dejando así a su hijo mestizo (de una madre martiniqueña ausente) al cuidado de la abuela, su madre. Es en la dependencia económica con Sara (recordemos la secuencia donde le pide prestada a Sara su tarjeta de crédito, y la escena donde en una entrevista bancaria deja como domicilio el apartamento de Sara) donde lo social empieza a atravesar las paredes de un amor que parece muy seguro de sí.
El conflicto nace con el regreso de François a la vida de ambos casi diez años después, pues Jean no quiere desaprovechar la oportunidad de negocios que significaría la propuesta de François, pese a lo que eso podría poner en juego en su relación con Sara. Es aquí donde la trama pudiese detenerse y quedar en el rango de un affair: en el caso de Jean, concentrarse en los celos por una posible traición y, en el caso de Sara, limitarnos a vivir su pasión irrefrenable por un viejo amor junto con la pugna moral que eso sometería a una mujer casada, antes esposa que mujer. Pero no. Claire Denis hace de lo doméstico algo político.
Sin ánimos de un realismo social, la trama está permeada por la realidad económica y los conflictos sociales, no solo de clase, sino raciales y hasta coloniales (la secuencia donde se habla de Frantz Fanon no es en vano). Son las necesidades económicas de Jean las que dan pie a que se ponga en riesgo mortal el amor romántico tejido con Sara. ¿Acaso amor con hambre no dura? Es en Jean donde se dejan ver las diferencias de una clase trabajadora que debe lidiar con los avatares de una traición amorosa, y sumarle además los conflictos de la reinserción social como exconvicto, las imposibilidades de tener una vida crediticia ante una entidad bancaria, no tener un lugar propio y la incapacidad de entender los problemas de su hijo mestizo y racializado. Ideológicamente él está permeado por un discurso ahistórico que niega los privilegios de otra clase. Una clase a la que pertenecen Sara y François, y a la que él quiere pertenecer.
Si a Sara la persigue la culpa, el desequilibrio por las dudas existenciales de si dejar a su esposo por irse tras François o no; a Jean lo persiguen la crianza de un hijo negro en un país con grandes rasgos coloniales, sus antecedentes penales y los rigores bancarios que le impiden ser una persona con soberanía económica. Si a Sara, como lo dice en uno de sus diálogos, se le ha reaparecido su pasado, a Jean se le ha aparecido su presente con todas las dificultades de la realidad histórica de la que es parte, pero de la que no toma conciencia (vaya demostración la escena donde su hijo le dice que las personas con mayores dificultades son los negros y árabes, y Jean, con un discurso ahistórico e individualizante, lo niega).
Por su parte, Sara no parece poder ver sus privilegios: está demasiado preocupada por sostener el mundo del amor romántico y eterno revestido de recuerdos de su juventud con François; contrastado con otro maduro y genuino ofrecido por Jean, pero igual de romántico que no le satisface del todo. Su celular ahogado en la bañera, ya no el mar apacible del inicio, es también el punto de partida para una nueva vida donde ella no sea el objeto de deseo de nadie y donde pueda quizás transitar una vida más coherente con sus propios deseos, más idéntica a sí misma, y no al de aquellos que dicen amarla. Una vida lejos de los aleccionamientos y venganzas de esa cofradía que suele ejecutar el juicio contra la mujer infiel, la ramera, la puta. Sí, Sara es desafiante, sabe mentir, es infiel, pero no puede engañarse a ella misma. Ni la manipulación de su amante, ni la romanización de su vida de casada pueden detenerla. Es en el quiebre de la idea de pareja perfecta e inmutable, del que parece no saber desprenderse, donde puede hallar su liberación.
Título original: “Avec amour et acharnement”. 117’, SAM 13 R.
De: Claire Denis.
Con: Juliette Binoche, Vincent Lindon, Grégoire Colin. Drama. Francia, 2022.
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