Desde Hereditary, el director Ari Aster parece advertirnos que las sensaciones de miedo y desconcierto en el cine de terror ya no son causadas por entes paranormales, monstruos del averno o asesinos seriales sin rostro. El género, que siempre ha servido como espejo de las fobias y pesadillas sembradas en la sociedad, cambia su mito. Además evoluciona con relación a los avances tecnológicos del medio y los conflictos socio políticos de cada época, pues estos aspectos condicionan la sensibilidad de la audiencia, que a cada paso exige o se deja sorprender por obras que representen con acierto sus inquietudes mas profundas. Ejemplo de esto es Godzilla (1954), que es la representación de la ansiedad causada por la devastación nuclear en Hiroshima.
El debut cinematográfico de Aster ya es considerado para muchos un clásico del género y a pesar de que su cinta se disfrace de anécdota paranormal, lo que causaba desconcierto y temor en el espectador era el tema trágico y humano que nos contaba, casi como si su drama familiar fuese más pesadillesco que su historia de cultos demoníacos.
Midsommar sigue ese rastro poniéndose esta vez un disfraz de cine slasher. A su vez, relata un drama sobre la pérdida y la resistencia a lo nuevo. El conflicto central es sobre una relación dañina que no da para más y que, como si fuera poco, está custodiada por un suceso trágico que persigue a la protagonista, Dani (maravillosamente interpretada por Florence Pugh)
La película homenajea a la cinta escocesa del 73 The Wicker Man pues las dos comparten la suplencia de la noche por un campo diurno como espacio para lo terrorífico y el conflicto principal va de un extranjero sufriendo las cuestionables costumbres paganas de una comunidad aislada de la sociedad. También, al tener una estructura slasher, coquetea con el cine giallo de Dario Argento, alterando la iluminación y la fotografía con efectos psicodélicos que distorsionan la imagen bajo el conveniente argumento del uso de alucinógenos por parte de los peotagonistas, y no solo eso, pues tal cual como el género italiano, hace pompa de su apartado visual histriónico y presenta un argumento que parece no tener suficientes razones para mostrarnos asesinatos crueles.
Aster no encripta su diálogo. No como lo hacían Bergman ni Polanski, a pesar de que su sensibilidad por los temas humanos sea el mismo. Presumo que el director se inclina un poco más hacia autores del género que ha tratado en sus dos primeros largometrajes, Carpenter, Argento, Romero. Porque sabemos que es una cinta de terror con todas sus tramoyas: quiere mantenernos expectantes ante la muerte y lo mórbido; hay una sensación de peligro constante por los protagonistas; hay una flexibilidad de guión que permite la comedia involuntaria y el absurdismo, etc. Así como en estos maestros de la serie B, a Aster le interesa asustarnos, incomodarnos, causarnos pesadillas.
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