miércoles, 4 de diciembre de 2019

Como hermanas (2019) de Camila Adaro Liloff

Antes del tercer minuto de película, Camila nos ha planteado que esta complicidad veraniega entre amigas se enlaza desde la ausencia. ¿Cómo intuimos esto? El título de la obra, que sella tal hermandad, aparece cuando tres de las amigas corren fuera de campo y queda la única chica quien venía un tanto desentendida de la conversación. Parece de hecho que son amigas que no se ven con mucha frecuencia. Y por su parte, la realizadora, quien se incluye actoralmente entre estas cuatro amigas, lee a Erich Fromm en escena. Así, nos va preparando el terreno para advertirnos sobre la calidez amistosa y, por ende, amorosa.

En ese sentido, la obra nos va lanzando de a poco reflexiones sobre la belleza (como construcción social) y la libertad (desde cualquier lugar). A la par, casi siempre mantiene por delante la comunidad entre estas mujeres. No es fortuito que la mayoría de los planos sean fijos y también, en muchos de estos, la cámara incluye a las cuatro, sea una parte de sus rostros o de sus cuerpos. Esta idea de feminidad cómplice es tan firme que aún cuando el cuarteto juega en dos sube-y-baja mientras hablan de sus inquietudes frente a la conciencia social, sus voces siempre son audibles pero varias veces hablan fuera de campo. Como si fuesen reflexiones que surcan el cielo azul del fondo y las palmeras, mas se escapan de su alcance y del nuestro también como espectadores.


Camila se ve tentada a cuestionar en exceso a las chicas que se suman al veraneo pasados los veinte minutos de película. Para evitarlo, los planos generales compensan la auto-exposición vanidosa de las recién llegadas en contraste con la camaradería de las primeras escenas. La toma en la piscina donde el agua taimada está en primer plano habla por sí sola. La directora ha tomado posición usando su personaje (Cata) para echarles una mirada de desaprobación en una comida previa, así que en este instante de selfies en medio del silencio nos incomoda. La decisión de cortar un plano de tal potencia, que además trae consigo el desahogo por parte de Kiki, una de las amigas más cercanas, descompensa la escena. Continuar con planos medios o detalle empobrece la escena donde lo quieto estaba sugiriéndonos preocupaciones profundas.

Las reflexiones políticas escamoteadas en los primeros treinta minutos se diluyen posteriormente en consumo recreativo de diversas drogas y sexo casual después de que aparecen hombres en escena. Si bien Adaro no pierde el pulso en retratar más complicidad entre las mujeres, la película casi se convierte en una propuesta inconsecuente donde los planos detalle de estos cuerpos de poca ropa entorpecen la firmeza femenina de la primera parte. Si descuidamos la atención, creeremos que estos son despertares sexuales y nada más. En este sentido, la calidez casi de ensueño de la relación sexual entre dos chicas encanta más que un trío grabado desde fuera de la pieza, aunque Cata reconozca luego entre sus amigas que disfrutó este. Al final, la realizadora y actriz está llevando hasta las últimas consecuencias una idea de libertad individual y comunal. No dejemos como espectadores que ello pase desapercibido en una época donde todavía existe la pacatería y doble moral.

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