domingo, 10 de febrero de 2019

The Mule: Eastwood y la burla de sí mismo

Es muy fácil desechar varias de las últimas películas de Eastwood por sus lugares comunes. Una y otra vez recurre a elementos superficiales que nos descolocan de lo que venimos viendo en la narración. En el caso de The Mule, un encuentro desafortunado entre unos negros, el consejo que nadie la pidió a unas lesbianas motorizadas o, incluso, las no pocas quejas hechas en contra de la tecnología hoy en día y, en particular, a los celulares. Pero estos no son más que detalles para elaborar un catálogo de prejuicios que carga este anciano de noventa años y, porque en el fondo, lo que verdaderamente importa es su capacidad de ayuda a todos estos seres que el remite con sorna.

Él mismo plantea un prejuicio en su personaje. Se supone que un viejito ya, como es él, debe dedicarse a cultivar flores exóticas y ganar premios que a pocos le importan excepto a un grupo selecto. Y ésa es la parte que cumple hasta que la misma dinámica de la vida actual le trunca estas posibilidades.

El universo de personajes de Eastwood están llenos de imperfecciones. Son toscos, testarudos e, incluso, groseros. Esto casi se traduce en personajes "acartonados" de no ser por los actores y actrices que los encarnan. Ahí están la tragedia que encarna en su rostro Marcia Gay Harden por caer en las trampas de la duda y el chisme en Mystic River, por citar una de sus obras más premiadas. O la dureza interpretada por Iris, hija de Earl (interpretada por Alison Eastwood, sí, hija de Clint en la vida real) a lo largo de gran parte de The Mule.

El planteamiento final de la película muestra con fuerza una certeza que nosotros apenas intuimos día a día: aún nuestras mayores pasiones, sólo las podemos llevar a cabo y mantener bajo las leyes de otros. Así, Earl puede ser sólo después de un proceso de castigo, y en medio de injusticias que él mismo acepta sin victimización ni aspavientos, quien disfruta ser más: este anciano que siembra y cuida flores, así sea para que florezcan apenas por unos pocos días. Ésta termina siendo una metáfora que nunca podemos tomarnos demasiado en serio porque aún de esto Eastwood se burla. Basta ver la escena donde le entrega al policía los baldes de cotufas dulces por la diabetes característica de su edad. Y así salva, o distrae, a los mexicanos que lo escoltan de verse en conflicto con la ley. A fin de cuentas, en la película nunca hay una mirada melancólica de la adultez o la infancia. Sí hay una conciencia casi dolorosa de que la vejez no está exenta de la discriminación presente en otros sectores de la ciudad.


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