lunes, 3 de diciembre de 2018

El Silencio es un Cuerpo que Cae (2017) de Agustina Comedi

¿La identidad se construye dentro o fuera de casa cuando una de éstas es acallada? La directora del reconocido documental El Silencio es un Cuerpo que Cae busca responder esto sin oponer posturas. Más bien, hace dialogar las diversas intimidades registradas en cámara por su padre y las entrevistadas por ella posteriormente para esbozar, sin determinismos pero apuntando hacia una verdad emocional, un retrato sobre lo (homo)sexual eludido a partir de su padre difunto.

Una de las varias fortalezas del documental de Comedi, ganador del Premio del Jurado en el Festival de Cine Latinoamericano de Lima (2018), es que no pretende oponer el conocimiento con la inocencia. Conocer la vida secreta de su padre difunto comulga con escenas de viajes por Disney y Europa, o videos caseros en los que ella toca el violín o comparten en reuniones familiares. Esto implica, en manos de la directora, que el contraste entre conocer e ignorar trae consigo agudezas sobre la "vida enjaulada" que conllevan finalmente el dolor de la ausencia. Tales descubrimientos incluyen, por ejemplo, la conciencia de que el gay se ve forzado a ser "el mejor" en todo lo demás que hace para cubrir el "estigma" homosexual, como reconoce uno de los amigos de Jaime, el papá de la directora; o el origen del vínculo casi intrínseco al militante gay actual con la izquierda política como manera de apalear la exclusión que sufrían en los 70s dentro de los partidos.

Pero estamos frente a una obra y Comedi nunca olvida esto. Cada plano es un gesto de edición repleto de sentido. Desde los títulos que emulan a la tipografía de las cámaras de video hasta los planos congelados y dolorosos porque dan en la médula de la ausencia ignorada, éste es un diario espéjico, doble, donde la voz de la directora reflexiona a partir de cientos de horas de video grabado por su padre. Así, la verdad va siendo construida exenta de una obsesión, más bien de mucha emoción, nunca empalagosa; atenta a los gestos escondidos en la espontaneidad de los videos caseros y de los entrevistados. Aún con quienes se rehusan a delatar su identidad, Comedi se las arregla para que sus palabras vayan al fondo de lo que dicen. Ciertas decisiones con la imagen apuntan a la certeza de que todo gesto arrastra el origen de lo que nos identifica.

Éste es, a fin de cuentas, un filme sobre la identidad muchísimo más lejos de las políticas inclusivas de hoy en día que tienen un propósito claro pero su alcance es difuso. Identidad aquí es intimidad cómplice aún desde el desconocimiento. El documental recupera la vida de un alma, no sufrida, pero sí plena de malabarismos entre el adentro y el afuera. Una de las entrevistadas lo dice con una claridad fundacional. No se trataba de una doble vida, sino de una vida que compartía la casa y la calle. Que Comedi no recurra a los testimonios de su madre es de un tacto que se agradece porque opta por el único momento en video en el que compartieron juntos sus padres para hablar de ellos pero, sobre todo, eludirlos. Como si filmar y ver lo registrado fuese atesorar una intimidad perdida y muy despierta que no volverá.

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