De las más remotas profundidades abisales emerge el ángel conciliador: Rocco. Sus pasos sobre el techo de la catedral de Milán pisotean, en un instante, las manzanas prohibidas del árbol del bien y del mal; para transformar a nuestro protagonista en el verdugo, silencioso y cómplice, de la inmolación del nuevo cordero.
Después, cuando sólo quedaban restos del sacrificio sobre la ajada chaqueta del sicario, no alcanzaron sus lágrimas para borrar la culpa. He ahí al sumiso dios cristiano, con la cerviz inclinada y ojos suplicantes, entre sus manos abiertas descansa el terrible legado de crucifixión y azotes. El estupro permitido no amerita condena, que sean otros los encargados de la redención… todo fue en nombre del amor fraterno.
Entre las imágenes, los gustos, los comentarios y las discusiones de un grupo de cinéfilos.
¿No es más bien Nadia la víctima sacrificial? Cada cierto tiempo en la película, Rocco pareciera estar más allá del bien y del mal e, incluso, evoca la imagen de un dios en él. Pero con su decisión final, ¿no está mandando a "sacrificar" a Nadia? ¿Qué sacrifica él? Sí, su amor, sólo que por encima de ese sacrificio, convence a Nadia para que vuelva con Simone. Sacrifica la dignidad de ambos, y sobre todo de ella, cuando la violan y él no hace nada. Es como si él fuera la alegoría de toda la humanidad, y ella, la de la víctima sacrificial dentro de ese 'ritual' que los Parondi necesitan para permanecer en la ciudad.
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